Este poema de Edgar Lee Masters (Estados Unidos, 1869-1950) fue publicado en The New Spoon River (1924), la secuela menos reconocida de la Antología de Spoon River (1914). Ambos libros reúnen los epitafios de los habitantes de un pequeño pueblo imaginario; todos ellos testigos disímiles del día a día de una comunidad cuya llaneza solo es aparente.
A continuación, la versión original del poema seguida de tres traducciones: una mía, una de Alfredo Casey, crítico argentino y autor del libro Dos siglos de poesía norteamericana; y otra de Jorge Luis Borges, publicada en 1950 en el Diario de la Marina, de Cuba.[1]
Fue gracias a Borges que entendí un poco más este poema. Cuando él traduce el penúltimo verso («My liver scorned by the vultures») como «Menospreciado por los buitres de mi hígado» no pude evitar pensar en Prometeo. El hígado de Nicholas tiene sus propios buitres, que lo desprecian; el de Prometeo su propia águila, que lo engulle día tras día. ¿Por qué el castigo en este caso, y el desprecio en aquel? El titán Prometeo robó el fuego (el conocimiento) a los Olímpicos para entregárselo a los humanos y con ello desencadenó el progreso en técnicas y disciplinas diversas: la cocción de alimentos, la forja de metales, la notación de los números, la escritura, la medicina, las artes adivinatorias, la domesticación de animales[2]. La magnitud del castigo a Prometeo está en razón del daño que causó a los dioses y del beneficio que entregó a los humanos, y la soberbia del titán —también descomunal[3]— radica en lo verdaderos que son tanto daños como beneficios.
Chandler Nicholas también es jactancioso, pero, a diferencia de Prometeo, sus logros son desconocidos. Es más, el calculado esfuerzo que ha hecho para cultivarse tanto física como intelectualmente no conduce a ninguna acción que, desde él, impacte a otros. Todo es potencial, pero nada sucede. Mientras Prometeo asalta el Olimpo, Nicholas espera coincidir con alguien con quien compartir el trabajo que ha hecho sobre sí mismo y, de este modo, ser reconocido. No obstante, el trabajo en solitario no basta para afirmarse si este no deviene obra. Quien aspire a convertirse en el fruto de sus esfuerzos no cosechará sino lamentaciones, pues largo y estúpido es el camino de la vanidad.
La esterilidad, el trabajo sin obra, es la condena inútil del falso Prometeo.
[1] «Chandler Nicholas», Antología de Poesía Americana de Jaime Damerval, consultado el 7 de noviembre de 2013 <http://www.estudiodamerval.com/ENG/literatura.htm#RIVER4>. Alfredo Casey, Dos siglos de poesía norteamericana (Buenos Aires: Ediciones Antonio Zamora, 1969). Jorge Luis Borges, «Poemas de Edgar Lee Masters», Diario de La Marina, 12 de marzo, 1950, 50.
[2] «Óyelo todo de una vez. Por Prometeo tienen los hombres todas las artes». Esquilo, «Prometeo encadenado», en Esquilo y Sófocles (Buenos Aires: El Ateneo, 1957), 53.
[3] «En vano me importunas exhortándome, como si hablases a las ondas del mar. Que jamás se te ponga en mientes que por temor a sentencias de Zeus me he de hacer de ánimo femenil y he de tenderle las manos como una mujer, suplicando a ese aborrecidísimo que me suelte de estas cadenas. Lejos de mí eso». Ibíd, 69.