“Me gusta el libro. No parece un primer libro. Avanza a paso firme. Toda la coherencia tiene una alta posibilidad de incoherencia, pues se alimenta de lugares disímiles, sin miedo: Martin Kohan, el programa “Rojo, fama contra fama”, Karol G, Mary Rose McGill, Moria Casán, Rosa Luxemburgo, Evaristo Páramos, Mariano Latorre, Virginia Woolf, todo con mucha generosidad con el lector”, nos dice el cronista Gabriel Zanetti sobre Horario Continuado (Editorial Aparte, 2024), el recién publicado libro de crónicas de Carolina Reyes Torres.

Siempre es interesante leer la ópera prima de un autor o autora que supera los cuarenta años. Uno se pregunta qué pasó en el camino, por qué la elegante demora, la falta de ansiedad. Carolina Reyes Torres partió con proyectos de poesía, que supo evaluar insatisfactorios con notable madurez, aunque nunca dejó de ensayar y ensayar libros en este género y entiendo que tiene uno bien avanzado. La academia la absorbió, fue la manera que escogió para ganarse la vida, investigó muchísimo literatura del Caribe y entremedio apareció la crónica como tabla de salvación para desarrollar la creatividad que nunca dejó de lado pese al poco tiempo.
La crónica ofrece algo alentador en medio de la complejidad de terminar el famoso primer libro: permite terminar un producto, una obra, aunque sea de seiscientas palabras y mostrarla a la comunidad por ejemplo en un blog. Es lo que hizo Carolina. La recepción de los lectores la llevó a entusiasmarse y seguir escribiendo y leyendo a Pedro Mairal, a Juan Forn, a Clarice Lispector, hasta formar un evidente y consolidado estilo firme y propio que podemos disfrutar en Horario continuado. Es verdad: la crónica tal vez no se desprende del todo de sus referentes, pero la biografía con su cúmulo de neurosis personales trastoca felizmente la fuente original.
Una de los aspectos que más me gusta de estas crónicas es que Carolina Reyes Torres pasa de lo particular, del secreto familiar, a lo general, con una soltura sumamente justificada, como si todo calzara, se retroalimentara y las cosas fueran espejos las unas de las otras (y lo son). Hay de sobra declaraciones de principios, de cómo se hacen las cosas, de cómo se vuela y qué es lo correcto hacer en un congreso. Memoria televisiva, atención y análisis de hitos que marcaron a quienes fuimos niños y adolescentes en los 90, como la avalancha Ovni, el Festival de Viña o la semana del colegio, asuntos olvidados, en desuso o que han sido derechamente –a estas alturas en que estamos más cerca de el año 2050 que de 1990–totalmente reconfiguradas como la televisión.
Este primer libro de Carolina Reyes Torres se puede leer como uno quiera: a pedazos, de corrido, en la calle, en la micro, acostado, porque tiene esa virtud que tienen pocos títulos: profundiza sin aburrir, nunca se vergüenza de sí mismo, de hecho, la aceptación de esa vergüenza, enternece, humaniza el texto (…)
Gabriel Zanetti
Me gusta el libro. No parece un primer libro. Avanza a paso firme. Toda la coherencia tiene una alta posibilidad de incoherencia, pues se alimenta de lugares disímiles, sin miedo: Martin Kohan, el programa “Rojo, fama contra fama”, Karol G, Mary Rose McGill, Moria Casán, Rosa Luxemburgo, Evaristo Páramos, Mariano Latorre, Virginia Woolf, todo con mucha generosidad con el lector, pues este primer libro de Carolina Reyes Torres se puede leer como uno quiera: a pedazos, de corrido, en la calle, en la micro, acostado, porque tiene esa virtud que tienen pocos títulos: profundiza sin aburrir, nunca se vergüenza de sí mismo, de hecho, la aceptación de esa vergüenza, enternece, humaniza el texto, jamás pontifica ni nos está educando, en un momento triste de la escena del columnismo y la crónica donde a los codazos y vía rizar el riso o simple incoherencia se busca la primera línea, cuando al parecer las cosas son más sencillas o relativas al sentido común.