“Vuelvo a la pregunta sobre por qué nadie se resiste a los anglicismos y sí al lenguaje inclusivo. Es por asociarlo a una ideología particular que genera rechazo sobre todo a los sectores más conservadores (que se espantan con casi cualquier cambio, no debiera sorprendernos). Así, los diputados que quisieron eliminar el lenguaje inclusivo de establecimientos educacionales ven en el lenguaje inclusivo una amenaza ideológico-política, no lingüística. Si realmente les importara la supuesta pureza de una lengua, cosa que no existe, deberían rechazar los préstamos lingüísticos que importamos regularmente”.
Aberraciones tales como “es importante mantener la pureza del lenguaje castellano” y decir que el lenguaje inclusivo “destruye la gramática”, ambas expresadas increíblemente por un exministro de educación[i], como también buscar prohibir el uso del lenguaje inclusivo en los establecimientos escolares[ii], entre otras críticas, me han hecho querer aclarar ciertos asuntos desde la lingüística que, espero, contribuyan a abordar el tema de mejor manera.
¿Qué es la pureza del lenguaje castellano? ¿Sabrá el exministro que muchas de las palabras que usa en su día a día vienen de otras lenguas? Palabras como cheque, rock, mall, poto, after, home-office, tuit[iii], gásfiter, cyber-monday, fútbol, sushi, yoga, internet, chip, mandala, almohada, escáner, radar, katana, chacra, vip, online, wifi, paté, brindis, suflé, surf e indoor son préstamos de otras lenguas que usamos con frecuencia para comunicarnos. ¿No alteran estas palabras la supuesta pureza del castellano? Pareciera que no. Nadie se queja, por ejemplo, del abuso de anglicismos como sí del lenguaje inclusivo. ¿Por qué?
Antes de responder la pregunta, quiero apuntar sobre ciertas presunciones falsas que merodean por los medios. Una de ellas es declarar a la RAE como autoridad competente para decir qué es y qué no es correcto. La verdad es que la RAE es una academia como muchas otras y su diccionario, como todo diccionario, tiene una única meta: registrar el uso del habla. En ningún caso se trata de lo correcto, sino de poner atención al uso del lenguaje en determinados lugares para, a partir de ello, describir ese uso. Dicho de otra manera, lo que aparece en un diccionario es algo así como decir, con el perdón de los lexicógrafos, “esta palabra está acá, se ganó su espacio, porque se usa mucho en cierto lugar y en tales contextos significa esto” y no porque sea o no correcta.
La lengua cambia cada día. Algunos cambios son más lentos que otros, pero el dinamismo del lenguaje es un hecho. Basta ver el espanto de muchos lectores al ver cómo se escribió el Quijote para oírlos decir que se trata de otro idioma, aunque lo que hablamos hoy haya evolucionado de eso. Los diccionarios agregan y quitan palabras en función de esa transformación, además de enmendar acepciones. Lo que manda no es lo correcto, sino el uso[iv].
Otro punto que me parece fundamental para el tema del lenguaje inclusivo es la pretensión absurda de decirle a otro cómo hablar. Nadie tiene ese derecho. Así como diputados de Chile Vamos quisieron censurar el uso del lenguaje inclusivo en establecimientos educacionales, igualmente reprochable es pretender imponerlo a quienes no estén de acuerdo. Los cambios lingüísticos son lentos y ocurren naturalmente, obligar a otro a modificar su uso lingüístico solo genera resistencias, además de ser una pésima estrategia para quienes creemos que el lenguaje inclusivo tiene sentido.
Ahora bien, el lenguaje inclusivo se diferencia de otros cambios, como las palabras incorporadas de otras lenguas que mencioné arriba, en que es una modificación morfológica. Esto quiere decir que no es que se agregue una palabra de otra lengua a nuestro vocabulario, sino que se modifica la estructura interna de las palabras. Eso hace que el cambio sea más lento y que, incluso por parte de los adherentes a su uso, sea difícil incorporarlo con naturalidad. Nuestro sistema gramatical se configura a una edad muy temprana y, por lo mismo, es sumamente complejo transformarlo. Esto no quiere decir que sea imposible, sino, como dije, que es más lento y difícil.
Otra presunción errada, y muy difundida, es que el lenguaje crea realidades, cuando en verdad es lo contrario. Por ejemplo, de no ser por Michelle Bachelet nadie habría usado la palabra “presidenta”: la realidad de tener una presidenta mujer por vez primera obligó al lenguaje a adecuarse a esa realidad. Creer que por usar el lenguaje inclusivo la sociedad será más inclusiva es una quimera. Para demostrar esto es preciso hablar del género gramatical.
El género gramatical poco tiene que ver con el sexo biológico o la identidad de género. Se trata más bien de una manera que tiene la lengua de generar cohesión interna entre sus elementos a través de lo que llamamos concordancia. Carlos González da un ejemplo muy claro al respecto: “Fijémonos en este otro texto: ‘Llegué con mi bicicleta al parque. Estaba más suci_ que de costumbre’. En él el rasgo de suciedad al que alude la segunda oración puede referirse a dos cosas: a mi bicicleta o al parque. ¿Cómo soluciono esta ambigüedad? Fácilmente. Si digo sucio me estaré refiriendo al parque, mientras que si digo sucia estaré hablando de mi bicicleta. El juego entre estas tres palabras, sucia/o, parque y bicicleta (ninguna de las cuales se refiere a una entidad sexuada, nótese al pasar), nos muestra que el género gramatical es una marca que comparten ciertas palabras (como sustantivos, adjetivos y pronombres, entre otras), que permite establecer vínculos entre ellas”[v].
Quienes piensan que al agregar un morfema de género inclusivo la sociedad devendrá inclusiva están equivocados. No es la lengua la machista, sexista o conservadora, sino sus hablantes. Por ejemplo, el turco no distingue palabras por género gramatical, pero en Turquía el machismo es terrible. Entonces, hay que entender que, si bien las lenguas cambian y es probable que más adelante el lenguaje inclusivo se adapte gradualmente, el cambio lingüístico poco tiene que ver con el cambio que requerimos como sociedad en términos de igualdad, dignidad e identidad.
Vuelvo a la pregunta sobre por qué nadie se resiste a los anglicismos y sí al lenguaje inclusivo. Es por asociarlo a una ideología particular que genera rechazo sobre todo a los sectores más conservadores (que se espantan con casi cualquier cambio, no debiera sorprendernos). Así, los diputados que quisieron eliminar el lenguaje inclusivo de establecimientos educacionales ven en el lenguaje inclusivo una amenaza ideológico-política, no lingüística. Si realmente les importara la supuesta pureza de una lengua, cosa que no existe, deberían rechazar los préstamos lingüísticos que importamos regularmente.
Sin embargo, hay personas, más allá de sus posturas ideológicas, que se encuentran en una permanente búsqueda de identidad en la que no hallan dentro del lenguaje una manera de referirse a sí mismos de manera satisfactoria. Aquí cambia el asunto: si se me acerca alguien, se presenta y me pide que use los pronombres no binarios para referirme a su persona, ¿quién soy yo para negarme? Esta es la diferencia fundamental que afecta la estrategia del uso inclusivo del lenguaje. No debe ser impuesto, sino abordado desde la identidad de ciertas personas que, tras un análisis del lenguaje y de sí mismos, deciden identificarse más con un pronombre que con otro. No veo razón para dudar de la validez de este proceso. Es por este camino por el que el lenguaje inclusivo puede triunfar, aunque tarde muchos años.
Pero hay otro problema no menor. Si bien, a mi juicio, la ‘-e’ como alternativa es mejor que el ‘@’ y la ‘X’ por tener manifestación fónica, no está claro si la ‘-e’ se usa como género que incluye a los demás géneros o si representa el género no binario. He estado presente en situaciones donde se usa de ambas maneras. Frases como “Todes estamos contentes” presentan la ambigüedad de representar a todo un grupo compuesto por hombres, mujeres, trans, no-binaries y otros, o de representar solo a las personas de género no binario. En este momento no hay claridad sobre el uso específico. Solo el uso a través del tiempo de esta forma lingüística nos aclarará su lugar.
Finalmente, más allá de las presunciones falsas y las luchas represivas o impositivas del lenguaje inclusivo, me gusta que el tema genere reflexiones sobre cómo usamos la lengua. Desde que el lenguaje inclusivo ha tomado vuelo, muchas personas se han replanteado su relación con el uso lingüístico que llevan a cabo. Un ejemplo es el del exconvencional Jaime Bassa quien, en un lugar donde las mujeres eran mayoría, usó como genérico el femenino. He visto a otros seguir su ejemplo cuando es fácil determinar esa mayoría, y me parece interesante, además de justo. Estas iniciativas hablan de una inquietud respecto del lenguaje que antes del lenguaje inclusivo no existía (al menos en la esfera pública). Así, las personas están más sensibles a cómo se dicen las cosas en diversos ámbitos. Por ejemplo, ya no se tolera hablar de crimen pasional ante un femicidio. Pero, ojo, esto no va a cambiar el lamentable hecho de la existencia de femicidios: el lenguaje no crea realidades. Lo que sí logra es decir las cosas como son, justamente porque la realidad lo demanda: si una mujer es asesinada, no podemos no llamarlo femicidio.
Lo que he intentado decir acá es básicamente que: nadie puede decirle a otro cómo hablar (ni la RAE ni el profesor de lenguaje); los diccionarios no son autoridades, sino instituciones que tienen la labor de registrar el uso del habla; la lengua cambia constantemente, cada día agregamos palabras de otros idiomas y dejamos de usar otras; el lenguaje no crea realidades, sino que la realidad crea el lenguaje; la lengua no es machista ni sexista, sino los hablantes de la lengua; el género gramatical poco tiene que ver con la identidad de género y el sexo biológico; introducir cambios morfológicos en una lengua es mucho más complejo que introducir cambios léxicos; es válido que una persona quiera que se refieran a ella con el pronombre que ella estime conveniente; el lenguaje inclusivo ha propiciado una reflexión sobre el uso de la lengua que es, a mi juicio, favorable.
La discusión es larga y emergente, pero está ocurriendo. Creo, aunque puedo equivocarme, que manejar ciertos conocimientos sobre cómo funciona el lenguaje puede contribuir a defender cualquier postura, pero sobre todo a quienes entendemos que la lengua cambia naturalmente y que el lenguaje inclusivo es una manifestación de ese cambio.
[i] https://www.cnnchile.com/lodijeronencnn/raul-figueroa-lenguaje-inclusivo-alterar-lenguaje-destruir-gramatica_20220524/
[ii] https://www.cnnchile.com/pais/proyecto-prohibir-lenguaje-inclusivo_20210527/
[iii] Palabra que hasta figura en la RAE escrita de esa manera: https://dle.rae.es/tuit?m=form
[iv] Recomiendo enérgicamente leer el texto de Victoria Espinoza titulado “El Diccionario de la lengua española (DEL). ¿Cómo se actualiza?” para comprender el funcionamiento de los diccionarios y la incorporación, eliminación y enmiendas de palabras. En: Academia Chilena de la Lengua. Sexo, género y gramática. Ideas sobre el lenguaje inclusivo. Catalonia, 2020, pp. 59-71.
[v] González, Carlos. “Género gramatical y sexismo lingüístico”. En: Academia Chilena de la Lengua. Sexo, género y gramática. Ideas sobre el lenguaje inclusivo. Catalonia, 2020, p. 20.