Según la descripción de Georg Lukács en su Teoría de la novela (1920), la llamada Bildungsroman nos informa del proceso de formación o aprendizaje de un sujeto, artista o escritor por lo general, que comienza discrepando con la sociedad para terminar finalmente insertándose en ella mediante la aceptación o la negociación, cuando no se da el caso de que perece o fracasa en ese proceso. Ejemplos canónicos serían Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1796) de Goethe y Retrato del artista adolescente (1916) de James Joyce. Grínor Rojo se da cuenta de que este formato ha sido reelaborado a lo largo de la literatura chilena para vehicular una variedad de discursos, algunos de los cuales terminan por ampliar o llevarle la contra a las posibilidades del género tal y como lo concibiera Lukács.
En una primera sección, dispuesta cronológicamente, el crítico considera las obras nacionales que responden al esquema tradicional del género formativo, aunque con variados matices. Entre estas se encuentra, en primer lugar, El último grumete de la Baquedano (1941) de Francisco Coloane. Aquí la embarcación donde transcurre el relato alegoriza al Estado nación, que luchará contra la indomable naturaleza y los no menos indómitos alacalufes del sur. En este proceso, Alejandro, el protagonista, pasará de ser un simple polizón a un patriota hecho y derecho. Pese al discurso edificante, la novela da un giro inesperado y vemos a un personaje blanco que convive en armonía con una comunidad indígena, cuyos ritos análogos a los civilizados, señala el crítico, ponen en aprietos la dicotomía civilización/barbarie. Luego, se analiza la novela No pasó nada (1980) de Antonio Skarmeta, donde el protagonista, hijo de exiliados en Berlín, decide ser escritor; su difícil proceso culminará en una negociación creativa y dialéctica con la sociedad, que sintetiza elementos tanto de su vida pasada en Santiago como de sus nuevas circunstancias en el exilio alemán. Continúa el crítico con la novela Mala onda (1991) de Alberto Fuguet, donde un Matías Vicuña seducido por la cultura norteamericana implantada por la dictadura no se decide a integrarse pacíficamente al status quo. Su permanente “mala onda”, su ennui, metaforiza el sentir de la mayoría en ese contexto adverso. Y si bien, tras parapetarse en el hotel City del centro de Santiago, no le quede otra que bajar el moño y regresar con su familia, ya nos ha dejado en claro que ese grupo humano no es el ideal, puesto que se conforma por una banda de hipócritas disfuncionales. De Mala onda, el crítico pasa a Los detectives salvajes (1998) de Roberto Bolaño, novela en que la pareja formada por Ulises Lima y Arturo Belano posee un denso armazón semántico e intertextual, que nos recuerda a la pareja Quijote/Sancho, al Ulises homérico, al rebelde Arthur Rimbaud y al propio Roberto Bolaño. Además, la celebrada obra se estructura bajo el molde de la búsqueda de la madre primordial: Cesarea Tinajero opera como una angustiante precursora bloomniana que debe ser aniquilada por el efebo Lima/Belano/Bolaño para que éste pueda hallar su propio lugar en la tradición. En el caso de la novela de Alejandra Costamagna, Dile que no estoy (2007), la formación vital y artística del estudiante de piano Lautaro Palma, nos dice el crítico, sería apenas una excusa para el discurrir voluptuoso del lenguaje y su entramado arquitectónico. La de Costamagna es una “novela de la novela” (135), donde el fracaso institucional del artista en un Conservatorio de música reacio a la expresión popular, conllevaría un triunfo contra la vetusta jerarquía académica sustentada en el binomio alta/baja cultura.
La segunda sección del volumen retrocede varias décadas y se dedica íntegramente a la obra que elabora una desarticulación de la novela formativa. El protagonista, lejos de insertarse en la sociedad, termina por apartarse deliberadamente, y hace de esta discrepancia un modus vivendi. Esta obra no es otra que Hijo de ladrón (1951), la primera parte de la célebre tetralogía de Manuel Rojas protagonizada por Aniceto Hevia. El giro que le imprime Rojas a su novela de formación se opera cuando, inusitadamente, el protagonista detiene su proceso de disciplinamiento e inserción antes de que pueda concluir. En lugar de llevar a cabo un feliz ingreso a la sociedad burguesa, Aniceto, luego de salir de la cárcel, propone su propia comunidad alternativa, por fuera de la hegemónica. Dice el crítico que “Ni el trabajo, ni el dinero, ni la casa, ni la familia […], ni la previsión del porvenir son consideraciones de importancia para Cristián, Echeverría y, desde ahora en adelante, tampoco para Aniceto” (227), de manera que Rojas subvierte el género formativo, desplazándolo del origen burgués que lo vio nacer y así, en lugar de una tradicional Bildungsroman, nos entrega una contrabildungsroman, a juicio de Rojo.
Pasando a la dimensión material del libro, hay que decir que el formato de Sangría es bastante más cómodo que el de las ediciones LOM —cuyas hojas y termolaminado, además, se desprenden fácilmente—, donde el crítico había publicado antes gran parte de su caudalosa obra. Eso sí, el texto presenta un molesto y lamentable desfase en la numeración de las notas al final de los capítulos. Por último, no puede dejar de mencionarse que el estilo escritural de Grínor Rojo le agrega un plus a la lectura; sus largas —a ratos interminables— e inveteradas frases y su temible ironía animan permanentemente la lectura; se trata de una pluma que posee personalidad propia y le añade valor literario a una labor crítica que se caracteriza por sus sorprendentes giros creativos y un agudo ejercicio hermenéutico, cuya posición ética es categórica, sin concesiones con relativismos, aporías y desesperanzas posmodernas.
Grínor Rojo. Las novelas de formación chilenas. Bildungsroman y contrabildungsroman. Sangría, 2014.