Carolina Navarrete Thollander reseña hoy el libro Perturbadoras: Narradoras latinoamericanas de lo extraño del siglo XIX (Imbunche, Chile, 2025), conjunto de relatos que exploran lo siniestro, lo gótico o lo extraño, lanzado recientemente en la Furia del Libro: “Esta genealogía literaria nos permite apreciar que la mirada de la mujer latinoamericana hacia lo oscuro no es algo exclusivo de la producción literaria actual, o de mediados del siglo pasado, sino que aquellas son manifestaciones de un continuum: marea, surgencia, movimiento del mismo cuerpo de agua. Los temores y dolores que cruzan estos textos son atemporales: el abandono, la infidelidad, el abuso, la desprotección económica, la muerte, la maternidad, el duelo, los impulsos “poco femeninos” como el deseo, la ambición, la sed de conocimiento o el anhelo de independencia y libertad. Todos son temas que nos hermanan, que siguen reverberando en estos mismos territorios aunque haya pasado más de un siglo. Por lo tanto, leer a estas madres oscuras es también mirarnos a nosotras mismas en el espejo enigmático del tiempo”
Cuando, hace algunos años, leí la antología Avenging Angels: Ghost Stories by Victorian Women Writers (Victorian Secrets, UK, 2018), quedé maravillada, pero al mismo tiempo preguntándome por qué en nuestro continente no teníamos una obra compilatoria similar que diera cuenta de esos relatos laterales, de los márgenes, “menores”, que escapaban de la tendencia mimética de la literatura del siglo XIX en nuestros territorios. Hace pocas semanas, con muchísima emoción asistí al lanzamiento de la que viene a ser la respuesta a mi pregunta/deseo: el libro Perturbadoras: Narradoras latinoamericanas de lo extraño del siglo XIX (Imbunche, Chile, 2025).

Con la presencia central de Joyce Contreras (investigadora, compiladora y prologuista del libro) y la destacada participación de Patricia Espinoza (crítica literaria y académica), Macarena Urzúa (académica e investigadora) y Javiera Hernández (docente y traductora de algunos de estos relatos desde el portugués), la presentación oficial de Perturbadoras en la versión invernal de La Furia del Libro tuvo mucho de celebración. De los eventos a los que asistí en esa feria, fue el que mayor participación de público tuvo, un público entusiasta y emocionado. Sentí que muchas personas esperábamos con deseo vehemente un trabajo como este.
La lectura de Perturbadoras no defrauda esa ansia. El volumen reúne treinta y cinco relatos escritos por dieciséis autoras de Bolivia, Perú, Argentina, México, Costa Rica, Cuba, Colombia, Brasil y Chile. Estas autoras, que no son suficientemente conocidas en nuestro país y que sin embargo son fundamentales en una cartografía latinoamericana de lo siniestro, gótico o extraño, a través de su imaginario oscuro y no mimético, transgreden no solo la tradición creativa de su época –ya que varias escribieron en momentos en que la literatura era uno de los pilares principales de la consolidación del sujeto nacional en las recientemente independizadas colonias latinoamericanas, mandato al que estas no se plegaron– sino también lo socialmente aceptado para una mujer, que se esperaba que fuera contenida, luminosa, tierna, nutricia.
Ordenados temáticamente en apartados dedicados a lo monstruoso, lo fantasmal, lo demoníaco, las ciencias ocultas y los muertos vivientes, estos cuentos trazan un imaginario otro, en el reverso de lo heroico, del patriotismo, de los ideales civilizatorios. En estos se cuelan –a través de estrategias narrativas y simbólicas muy diversas– la oscuridad, la locura, el mundo onírico, la perversión, la pulsión de muerte, lo abyecto, reflejando parte de las ansiedades y problemáticas que escapaban al tratamiento realista del mundo en la literatura. En su conjunto, constituyen una hermosa agitación rebelde.
Al ser relatos tan numerosos y diversos, es difícil hacer generalizaciones e incluso elegir algunos cuentos específicos para abordar, sin embargo, quisiera detenerme en algunos aspectos que, como lectora profundamente interesada en la literatura de la vereda gótica, siniestra, oscura, escrita por mujeres latinoamericanas y caribeñas, me parecieron especialmente destacables, sobre todo al considerar que su producción surge en contextos subalternos, en muchos casos lugares que apenas hacía medio siglo se habían sacudido el yugo colonial.
La escritora, académica y pensadora feminista estadounidense Eve Kosofsky Sedgwick, en su fascinante tesis doctoral The Coherence of Gothic Conventions analiza algunos temas recurrentes en la literatura del modo gótico. Entre estos, destaca algunos como lo indecible, el doble, el entierro en vida, el aislamiento, con una predilección por espacios opresivos que sirven simbólicamente para problematizar las restricciones sociales, la represión de la libido, la tiranía de un modelo masculino de ser y hacer.

A la luz de las consideraciones de Sedgwick, resulta interesante apreciar cómo algunos de estos relatos representan el espacio, con su carga opresiva y patriarcal, como por ejemplo en “La dama de Amboto,” de Gertrudis Gómez de Avellaneda, en que una joven que vive con su hermano menor en un castillo remoto, debido a las leyes de la época, a pesar de ser la primogénita no puede heredar tras la muerte de sus padres, solo por el hecho de ser mujer, ley contra la que se rebela a través de un acto fratricida que solo la aparición del espectro de su hermano pondrá en evidencia. En este relato, la joven –retratada casi como una amazona– se ve oprimida por las normas patriarcales tan bien representadas por el castillo. Para poder rebelarse, tendrá que sacar a su hermano al aire libre, al bosque, y con la luz diurna y la naturaleza como únicos testigos, reclamar con sangre su lugar secuestrado por las leyes humanas. Sin embargo, el secreto se filtra en la realidad mediante un delirio paranoico, a través del cual el espectro instala la culpa y con ello moviliza la restitución del orden desafiado. El castillo, ubicado en la cumbre de una montaña, queda abandonado tras esta tragedia y sirve de punto de referencia en el camino para los viajeros, pero también de elemento ejemplificador.
Un precioso aunque terrible cuento que refleja tanto patentemente como también de manera simbólica el entierro en vida es “Pobre Fortuna,” de Lastenia Larriva de Llona. En este, un extrovertido cantante italiano llega a Lima con una compañía itinerante para realizar algunas presentaciones, en una época en que tras un terremoto y maremoto tuvo lugar una epidemia de fiebre amarilla que atacaba con especial violencia a la gente de la sierra y a los europeos. Bajo el carácter expresivo y, para el gusto de algunos, arrogante del joven Pietro Fortuna se esconde una historia de desacato –de luzbélica desobediencia, nos dice la autora–, pues en su país natal se ha casado con una joven rica contra la voluntad de la familia de esta. Para poder sostener a su desheredada esposa, recientemente también madre, se embarcará en este viaje que lo llevará a cosechar éxito artístico pero también lo conducirá a la enfermedad y la muerte. Pero no cualquier muerte, sino una muerte que constituye un castigo feroz a su insubordinación y que refleja uno de los mayores miedos atávicos: la catalepsia y el consecuente enterramiento en vida.

Hay varios de estos cuentos que merecerían un artículo dedicado en forma exclusiva a cada uno de ellos, por su calidad narrativa y su gran riqueza simbólica. Solo por mencionar dos muy impactantes quisiera nombrar “Los cerdos,” de la brasileña Júlia Lopes de Almeida, y “El hijo que nunca fue,” de la valiente escritora boliviana María Virginia Estenssoro. “Los cerdos” me parece un ejemplo elocuente –valga la contradicción– de lo indecible, lo inexpresable, lo inenarrable. En esta historia, Umbelina, una joven embarazada ha sido abandonada por su amante, hijo del patrón, y a la vez amenazada por su propio padre –tras este darle una paliza– con arrojar al bebé a los cerdos cuando nazca. Umbelina quiere deshacerse del bebé, pero de una manera menos abyecta. Es así como decide darle la oportunidad de vivir, abandonándolo en la puerta de su examante, hacia donde se dirige la noche en que comienza con trabajo de parto. Sin embargo, hay algo de lo que la joven no podrá escapar. En este relato suceden muchas cosas importantes, pero pareciera que lo que no se puede poner en palabras tiene una potencia aun mayor.
En “El hijo que nunca fue,” publicado en 1937, que aborda el tema del aborto, lo indecible es indecible para la protagonista, no a nivel de la narración. Lo inexpresable se mueve solo en el universo mental, bajo la superficie normal de lo cotidiano, y ahí se contorsiona. Estenssoro retrata el claroscuro del mundo interior de la mujer que toma esta difícil decisión, y con trazos firmes pinta la escena del procedimiento quirúrgico. El hijo abortado se transforma en una sombra, pero no una sombra amenazante, sino una amorosa y expresiva, que afirma:
“Todas las madres se sacrifican por sus niños. Yo soy el niño que voy a sacrificarme por ti. Mamá, mamacita, yo no te voy a molestar nunca […] Yo soy el niño dócil, el niño bueno […] ¿Quieres que me vaya mamacita? Yo soy el niño obediente. En lugar de la cuna abrigada y de tus cantos amorosos, me perderé en el frío, en la noche, en lo desconocido… Tú quieres que me vaya, y me iré. Te quiero tanto, mamacita, mamá, mamá, mamá…”
El alcance de lo indecible también tocó la vida de Estenssoro. Tras la publicación de obras tan subversivas como este cuento y el impactante “El occiso” –que da cierre a esta antología por todo lo alto y que relata la vida postmortem, con toda la putrefacción, la claustrofobia y la inercia de la tumba, en que tras siglos el último rastro de materia corporal se desvanece en un grito orgásmico– el rechazo público fue tan contundente que la autora decidió callarse. No volvió a publicar más.

Por último, resulta apasionante leer estos cuentos –sobre todo los más antiguos– bajo el enfoque del académico y crítico literario indio Tabish Khair, quien en su libro The Gothic, Postcolonialism and Otherness: Ghosts from Elsewhere (Palgrave Macmillan, UK, 2009) analiza cómo en la literatura gótica se reforzó la diferencia entre el yo imperial y el otro racial/colonial. Esta construcción de la otredad, que rigidiza el rol subalterno y lo retrata como un peligro para el imperio es especialmente amenazante cuando el sujeto racializado viaja al corazón de este y lo desestabiliza desde su propio centro. En este sentido, es posible apreciar en algunos de estos relatos ese mismo patrón de visión imperial de la otredad, relatos que a pesar de haber sido creados y ambientados en territorios colonizados, enaltecen el valor de lo europeo, blanco, civilizado, señalando como otros amenazantes a personajes indígenas, gitanos, entre otros, reflejando la persistencia del pensamiento colonial, que internaliza la supuesta superioridad del ente colonizador a la vez que reproduce modelos de jerarquización social y racial que repercuten en la identidad cultural.
Esta genealogía literaria nos permite apreciar que la mirada de la mujer latinoamericana hacia lo oscuro no es algo exclusivo de la producción literaria actual, o de mediados del siglo pasado, sino que aquellas son manifestaciones de un continuum: marea, surgencia, movimiento del mismo cuerpo de agua. Los temores y dolores que cruzan estos textos son atemporales: el abandono, la infidelidad, el abuso, la desprotección económica, la muerte, la maternidad, el duelo, los impulsos “poco femeninos” como el deseo, la ambición, la sed de conocimiento o el anhelo de independencia y libertad. Todos son temas que nos hermanan, que siguen reverberando en estos mismos territorios aunque haya pasado más de un siglo. Por lo tanto, leer a estas madres oscuras es también mirarnos a nosotras mismas en el espejo enigmático del tiempo.