El sueño americano, podríamos decir, es el discurso que hemos venido construyendo de que somos los mejores. La Copa América es el sueño de que por fin tenemos a la mejor selección de fútbol del continente, aunque cuatro año más tarde debamos despertar, así como la corona de Miss Universo de Cecilia Bolocco en el 87’ fue el sueño de que éramos los mejores en algo, en lo que fuera: al menos las mujeres podían ser las más lindas del mundo (o del universo), ocurriera lo que ocurriera durante esos años en este país. El sueño es el legítimo deseo de que las cosas estén mejor, al menos por unas horas, pero el sueño también es un discurso, propone la obra escrita y dirigida por Manuel Ortiz, un discurso manejado ideológicamente por quienes tienen el poder, un discurso que transforma los triunfos morales en triunfos de verdad y nos convence de que tenemos la mejor economía de la región, somos la mejor rebanada de tierra del continente, somos simplemente mejores que los demás, no sabemos por qué, ya que en los sueños las cosas no responden a explicaciones lógicas.
En la obra Sueño Americano de la compañía Los Robinson, con dirección y dramaturgia de Manuel Ortiz, un hombre encerrado en su departamento trabaja en la filmación de un documental, quiere alejarse del cine porque pretende acercarse a la realidad, pero no es capaz de retener esta realidad, luego de unos minutos esta aparece convertida en un sueño. El documental entonces fracasa como medio de reflexión. El cine, sin embargo, así como sucede con la literatura y el teatro, ofrece un espacio de reflexión, que pudiendo parecerse o no a la realidad, no siente esa responsabilidad por la verdad e incluso propone en la ficción la solución a la incapacidad de saber si estamos soñando o no, porque sin importar si las cosas están sucediendo realmente, en la ficción propone un relato a partir del cual se puede reflexionar, la ficción le devuelve la fluidez al relato que se ha estancado por la imposibilidad de determinar qué es sueño y qué no.
El hombre encerrado en el departamento no sabe si su novia ha muerto o no, porque quizás fue un sueño. No sabe si su hermano lo visita, el hermano a su vez sueña su historia familiar de una forma distinta. El hombre encerrado en su departamento recibe un regalo, una mujer inverosímil, que le ofrece hacer sus sueños realidad, hablarle con el acento que más le guste y en el idioma que él desee, pero este hombre no quiere soñar, él quiere despertar.
El personaje, a quien luego se le aparece su padre muerto, le dice que él no es Hamlet sino Segismundo. La primera obra, a la que el personaje no se quiere parecer, inevitablemente guarda una estrecha relación con el conocido drama inglés, Shakespeare deposita en el padre la misión de vengarlo y así develar la injusticia de su muerte a manos de su hermano para usurpar la corona de Dinamarca. La segunda obra, La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca, es una obra representativa del barroco que permite comprender históricamente el pensamiento del siglo XVII y la creciente confianza en la experimentación como medio de conocimiento. La obra sin embargo va más allá e instala la moral como respuesta a la incapacidad de los sentidos de conferir certeza ante la pregunta de si estoy soñando o no, junto con depositar en el pueblo de Polonia la acción de liberar de su torre a Segismundo, el legítimo heredero que como tal tiene la capacidad de perdonar a Basilio, su padre, que a esa altura de la obra encarna a un gobierno ilegítimo y tiránico. Ambas obras, actualizadas en Sueño Americano, montada por la compañía de teatro Los Robinson, cuestionan las formas de gobierno y su legitimidad para desde ese lugar reflexionar sobre la dictadura como gobierno ilegítimo y la actualidad como una segunda tiranía cuyas herramientas de poder son los sueños, la promesa de un Chile moderno del siglo XXI como el sueño de una generación golpeada por la violación a los derechos humanos. En este punto la obra de Manuel Ortiz contrapone dos formas de sueño. La primera propone el sueño como la esperanza de la generación anterior que veía en la muerte de Pinochet una salvación. La otra forma de sueño es el sueño actual, una especia de deformación onírica de los acontecimientos que avergüenzan al personaje al contarle a su padre asombrado que Pinochet murió, pero no en un atentado ni en la cárcel, sino que murió libre de viejo, que incluso ha sido homenajeado, contarle a su padre que su sueño se ha deformado, un sueño del que hay que despertar, por lo que el deseo del protagonista por querer despertar es reiterativo, quiero despertar, dice una y otra vez cerrando los ojos y buscando transportarse a la que cree ser su vida real. Despertar sin embargo, en la propuesta de la compañía Los Robinson, solo se logra tomando consciencia política y social.
FUNCIONES
Teatro Sidarte, en Ernesto Pinto Lagarrigue 131, Barrio Bellavista. Entre el viernes 31 de julio y el domingo 16 de agosto, jueves, viernes y sábados a las 20:30 Hrs. Domingos a las 19:30 hrs. $5.000 general y $3.000 estudiantes y 3ª edad. Reservas: 02 27771966 – reservasteatro@sidarte.cl