En Valdivia y sus alrededores la naturaleza es un actor importante en la cotidianidad de las personas. Se siente y se percibe constantemente. Yo soy de Santiago y hasta ahora, toda mi vida la pasé entre concreto, edificios, avenidas y algunos parques de árboles sobrevivientes al calor y smog de la ciudad. Hace un año y medio me vine a vivir a Valdivia y todos los días me sorprende la belleza del entorno. Ir a trabajar y tener que cruzar el río es un regalo que hace que hasta la rutina más tediosa sea luminosa; ir al parque es encontrarse con añosos árboles y teñirse de un verde intenso que lo abarca todo; la costa está a escasos minutos y la playa está curiosamente rodeada de verdor, los árboles llegan a tocar la espuma de las olas. Todo esto produce un efecto mágico emocionante, que llama a la contemplación y al arte; y, como santiaguina, me ha permitido, en alguna medida, comprender y acercarme al sentimiento sagrado que la etnia mapuche tiene sobre este lugar.
Fue desde aquí que hace pocas semanas pude participar del lanzamiento del libro “La luz cae vertical”, de Leonel Lienlaf, quien a través de un misterioso canto, nos invitó a compartir su sentir y su vivir la naturaleza a través de las palabras. Fue recién la segunda presentación del libro; la primera fue en Santiago, pero estaba lejos del entorno que le da sentido a su visión poética. Escuchar la presentación en Valdivia, a pocos kilómetros de Alepué, el pueblo de origen de Lienlaf y rodeados de la naturaleza que él tanto convoca en su obra, hace que escuchar su poesía se vuelva una experiencia radicalmente distinta. Además, no solo compartió con nosotros la lectura de sus poemas, sino que muchos los cantó en mapuzungun, con una voz gruesa, grave, de connotación ritual. Fue emocionante; una invitación a comprender la espiritualidad del poeta y su cultura; a recorrer con él el bosque nativo al que tanto ama y al que, luego explicó, resulta irónico ponerle apellido de nativo, pues en realidad es el único bosque que existe, el resto no son más que plantaciones. Esto ha sido parte del aprendizaje que he experimentado al vivir en esta zona; antes de Valdivia para mí el bosque de pinos existía y también el de eucaliptus y ahora me entero de que son falsos bosques, que encubren la herida profunda que le han hecho al verdadero bosque que existió en Chile y que aún existe en lugares privilegiados como este.
Desde el sur, en esta zona que pertenece y ha pertenecido desde siempre a la comunidad mapuche, resulta aún más significativo el leer y escuchar la poesía de Lienlaf. Parte importante de esta sensación radica en que la naturaleza aquí está a la vista, se siente, se vive el verdor, la exuberancia, la humedad y la presencia constante de la lluvia. Se logra comprender la diferencia cultural gigantesca que tenemos con el pueblo mapuche y con otras comunidades indígenas. Para ellos la tierra es la vida, es su pasado, es su futuro. Están profundamente agradecidos de la tierra y el vínculo con ella es patente:
La vida del árbol
invadió mi vida
comencé a sentirme árbol
y entendí su tristeza (…)
Yo me sentía árbol
porque el árbol era mi vida.
En cambio para el hombre blanco, la tierra es un bien de consumo, un bien con el que se hacen transacciones, se compra, se vende; no es más importante que otro pedazo de tierra, su valor radica solo en su valor económico; debe explotarla, apretujarla para conseguir las máximas ganancias. Para el mapuche esto es inconcebible, no existe en su visión de mundo y eso nos separa de manera irreconciliable. La tierra tiene vida, guarda a sus ancestros. Cada uno escoge un árbol antes de morir, para ser enterrado a su lado y ser compañeros por el resto de la eternidad, quizás sea saber esto lo que hace que quienes no somos de este lugar, lo apreciemos aun más. Los árboles comunican. El poeta nos contó de su relación con un Olivillo, maravilloso árbol propio del sur, gigante milenario, al que él llamaba “mañoso”, pues lo botaba cuando lo escalaba de niño. No es que se cayera del árbol, como el huinca tiende a pensar, sino que el árbol decidía moverse de manera a echar abajo al niño que lo subía. En la poesía de Lienlaf aparece esa estrecha relación con el entorno que lo rodeó durante toda su vida, habla del paisaje como un protagonista siempre presente, como un espacio verdaderamente transitado, y apropiado por sus versos. En contraposición está también presente el dolor de ver y escuchar al hombre blanco que llegó a destruirlo “El lejano zumbido de las motosierras/ estremece la noche que cae/ sobre los canelos marchitos”. El poeta expresa que en su visión de mundo cuando se pierde un bosque se pierde un valor cultural, porque es el bosque el portador de la cultura.
Isidora Vicencio, poeta Valdiviana que presentó el libro de Lienlaf, mencionó la capacidad de Lienlaf de mostrar la belleza del horror a través de sus palabras; el horror de sufrir los abusos del huinca, el dolor de sentir el sufrimiento del bosque talado, quemado; el dolor del viento que no encuentra a los árboles, el dolor de ver los nidos vacíos en el piso, el dolor sangriento de la muerte violenta:
Le sacaron la piel de la espalda
y cortaron su cabeza.
¡A nuestro valiente cacique!
y la piel de su espalda
la usaron de bandera
y su cabeza me la amarraron a la cintura.
Lienlaf viene de un pueblo en donde el bosque termina en el mar, situación muy poco común en el mundo. Solo en algunos lugares, como en la Costa Valdiviana, se da este fenómeno. Efectivamente, el verde del bosque termina en la arena negra y gruesa; la playa está vacía y existen muchas áreas donde no hay construcciones cerca, algo que ya casi no existe. El mar bravo choca con las rocas llenas de cochayuyos, llenas de pájaros. Él menciona constantemente en sus poemas el canto del chucao, del wet wet, aves que cuando uno recorre el bosque Valdiviano efectivamente escucha; se puede sentir que uno está entrando a otro mundo, casi a una realidad paralela, a esa misma realidad a la que nos incorpora el poeta a través de las palabras que escoge. Escribe en mapuzungun y en castellano, pero explica que está pensado desde la lógica del mapuzungun; incluso en la última sección de libro crea nuevos grafemas, utilizando el guion bajo, para tratar de acercar el castellano al mapuzungun. Su escritura bilingüe no es una traducción literal, sino que tiene versiones en ambas lenguas de sus poemas y la belleza de la fonética del mapuzungun se dejó sentir en su lectura poética. Sonaba como música, como una vertiente que recorre pequeñas rocas antes de llegar al agua; un sonido que mezclaba la velocidad de la pronunciación de ciertos fonemas, con posteriores pausas, todo a su vez intercalado con el canto del poeta. Fue un canto ritual, gutural, hermoso; un canto con el que cerró la lectura como un regalo para todos los que asistimos. La atmósfera de la sala se llenó de emoción, fuimos muchos quienes terminamos con los ojos aguados y una sensación de dolor en el pecho. Escuchar estos textos nos acercaron a una cosmogonía que desde siempre ha sido incomprendida y menospreciada por los blancos, y que Lienlaf nos muestra desde la intimidad de la pertenencia.
El libro antologa los textos de los últimos 30 años del poeta; reúne los cuatro libros del autor, Se ha despertado el ave de mi corazón (1989), Palabras soñadas/ Pewma dungu (2003), Kogen (2014) y (Epu Zuam) 2016; además de una sección llamada “Poemas inéditos y dispersos” que contiene tres textos de una antología preparada por Jaime Huenún en el 2003 y dos textos inéditos preparados para esta antología, pero aun cuando hay una variedad de textos, en todo ellos se conjuga la visión de la poesía “como mapa para entender la vida” en palabras del mismo autor. Lumen, con Vicente Undurraga como editor ha preparado una edición hermosa. Una joya de la literatura.
Maria Angelica
26 octubre, 2018 @ 21:38
Hermoso Sole te felicito
Un gran ABRAZO
Andrés
27 octubre, 2018 @ 11:11
Excelente reseña.
La comprensión es sensibilidad.
¿Entre natural y huinca? ¿quien tienen que cambiar?
margarita
29 octubre, 2018 @ 15:35
Me habría encantado estar ahí para presenciar ese canto gutural.
Excelente!