Actualmente la galería de Casas de Lo Matta exhibe Monvoisin y sus mujeres, una exposición temporal que compila treinta obras en las que el pintor bordelés representó a mujeres de la conspicua sociedad chilena de mediados de siglo XIX.
Dispuestas en una especie de pantallas o envases de gran escala que penden del cielo de la galería –como si acudiéramos al momento de la entrega de la obra al comitente– las pinturas participan de un montaje visual que pareciera indicarnos la necesidad de observar de modo particular e individual la reunión de estas obras que muy probablemente no volveremos a ver. De hecho, la opción de presentar estas pinturas enmarcándolas al interior de extrañas cajas hace vislumbrar la noción de itinerancia; el inminente regreso de estas obras a estáticos depósitos museales o a las aprensivas manos de coleccionistas privados.
El montaje pareciera constituirse como un novedoso capítulo de las historias del arte en Chile que han institucionalizado el trayecto artístico de Raymond Quinsac Monvoisin (1790-1870). Las estrategias curatoriales de la muestran proponen un contrapunto a aquellos relatos al exponer exclusivamente retratos femeninos, suspendiendo la galería de los políticos e intelectuales más ilustres del periodo y de las escenas históricas. Quien fuera su esposa, niñas, ancianas, viudas y esposas de sus comitentes ingresan en una galería que esta vez no las presenta al interior de objetos artísticos proyectados para espejear su correspondencia en una trama social inscrita en los procesos simbólicos de orden republicano. Comparecen, más bien, como las obras de una figura nuclear para la consolidación de un imaginario europeo, moderno y sofisticado por medio del que las mujeres de la elite local aspiraron a consagrar y comunicar su imagen y su lugar. Debido a esto, se reconocerán posturas esquemáticas y atributos comunes en las retratadas. Identificaremos composiciones anatómicas similares (e incongruentes), idénticos peinados e incluso las veremos posar, la mayoría de las veces, en los mismos espacios domésticos. Estos retratos no tienen efectos de caracterización sino de pertenencia de clase.
Instalado en el presente de esta exposición, observo que aún persisten en menor intensidad aquellas relaciones de identificación. Converso con un espectador que reconoce varios retratos, los ha visto desde su niñez. Forman parte de su cultura visual. En efecto, este espectador es un familiar muy distante de estas ilustres retratadas, cuyos apellidos aun los vinculan y conoce las genealogías sanguíneas e incluso nos comenta información biográfica insólita. Por un momento, este espacio cultural de la comuna de Vitacura se vuelve un salón decimonónico en el que retratados y comitentes contemplan la pertinencia y atributos que los distinguen.
Estos retratos femeninos no solo convocan a un espectador particular en clave hereditaria. Tienen la capacidad de llamar la atención de un público más amplio por medio de sus atractivos aspectos compositivos, desarrollando una marcada apreciación estetizante. Pero estas pinturas también convocan con particular dedicación a un público más especializado, atento a los relatos que han evaluado la gravitación del artista francés en el Chile de mediados del siglo XIX. Ante ellos, estas pinturas activan una lectura formal e iconográfica que los textos museográficos no logran dilucidar. Asimismo, en esta galería pictórica se reconocen los procesos técnicos que variaron considerablemente en la producción pictórica de Monvosin en Chile. Para los especialistas que han abordado las obras del pintor, éstas han sido consideradas desde obras maestras hasta mamarrachos[1]. No es el propósito de este texto adherir a la comentada y compleja decadencia compositiva de Monvoisin. Al contrario, exposiciones como esta incitan a formular nuevas preguntas sobre uno de los más eventos más celebrados de la historia del arte local, el «efecto Monvoisin». Merecen, por lo tanto, una particular atención aun cuando sus propósitos curatoriales no generen un asalto a los relatos históricos.
Desde hace algunos años vienen articulándose con cierta regularidad exposiciones monográficas que recuperan a los artistas más celebres de la historia del arte chilena del siglo XIX. En muchos casos, se trata más bien de esfuerzos que logran reunir obras de distintas colecciones locales que hace tiempo no se veían. Sin embargo, es posible observar que estas exposiciones no siempre poseen un correlato crítico que proceda de nuevas investigaciones históricas que iluminen y amplíen los antecedentes de un hecho artístico. En efecto, ellas acusan un abismo que colman con reiteraciones discursivas y reapariciones fantasmales de obras.
[1] La historiadora del arte Josefina de la Maza ha empleado la categoría de mamarracho para interpretar producciones artísticas que ponen en tensión el contexto local artístico e institucional del siglo XIX. Al respecto, ver “De la decadencia metropolitana al éxito provincial: El efecto Monvoisin y la constitución de un mito de origen para la historia del arte chilena” en De obras maestras y mamarrachos. Santiago: Metales pesados, 2014.