Emiliano Valenzuela (1980), fotógrafo, periodista y escritor, nos presenta hoy el recién publicado libro Luminarias (Provincianos Editores), de Gastón Carrasco, quien además nos da un luminoso adelanto de algunos de sus poemas.
La mirada prístina de los niños, o como dice un viejo y muy breve poema japonés, “un niño que mira extasiado caer las flores del cerezo, es un Buda”. Y es que esta idea me viene con la imagen que considero central del libro de Carrasco, la del indudable fotógrafo que no usa cámara sino pluma, en esos naufragios escenográficos, mínimos y remotos de la tristeza cotidiana chilena, bien peinado en el paredón de fusilamiento de un fotógrafo de fotos de carnet, en un local como los que alguna vez existieron por cientos en la calle Huérfanos pero que ya no están –como todo lo demás en esa escena, por cierto–. Se trata de una voz que tampoco existe, unos labios queridos que articulan su movimiento familiar y hablan o sostienen una silueta recortada contra un fondo de pensamientos desde un lugar impreciso dentro de una habitación también inexistente, o que más bien no se repetirá nunca más. Como la flor de cerezo, desprendida de la superficie de la rama, cayendo hacia la muerte y bajo ella, la mirada de Carrasco registra la levedad de los movimientos apenas perceptibles de la cotidianidad.
Y es ese desprendimiento, esa existencia como la luz de un fósforo que de súbito ilumina la oscuridad y después se apaga, lo que distingue a estos poemas o fotografías sin cámara, que reiteran y reiteran el tiempo anodino del observador, como un ejercicio para nada. Una voluntad inútil y bella como todo lo inútil, frente a imágenes que se concatenan en esa misma lógica en apariencia despojada de intención, pero que sí son, en su sentido completo, en su imprescindible lucidez, un instante decisivo –aunque no como lo entendería Cartier Breson, sino Robert Frank, ¡ya con eso está todo dicho!
Si pudieran juntarse todos los segundos que el fotógrafo logra congelar a lo largo de una vida ¿Cuántos minutos serían? La vida de los fotógrafos es ese breve misterio. Si pudiéramos congelar el tiempo reunido en estos versos como trozos oscuros de angustia cotidiana ¿cuántos minutos duraría ese paisaje? La vida del poeta obedece a lógicas tan parecidas. El doble ejercicio de habitar las imágenes, vivir en su recuerdo y a la vez estar afuera, parado, mirando lo que no será de nuevo certeza sino humo y un poco de oscuridad, despliega no solo aquel trance donde se cruza ojo, corazón y escritura –donde pasa el accidente de la foto o el accidente del poema– sino una reflexión sobre las lógicas ficcionales del relato –¿verosímil? ¿necesario?– del poema con la materialidad amplia de la imagen como material de construcción. Poema y fotografía obedecen a las mismas lógicas, tienen origen común. ¿Qué es una buena fotografía? Desde dónde lo veo, una buena fotografía para cumplir con ese título debe ser lo más intransigente posible, debe no explicar nada. Desde donde lo veo, un buen poema debe ser una buena fotografía, como este libro.
FOTO CARNET
Mi reflejo en el ojo de vidrio del fotógrafo.
Imágenes de otros niños capturados en las paredes:
cuadros de graduación, tipografías con nombre y rut
rostros y peinado marcial.
Letras blancas de goma
fondo negro
la letra g de gato moviendo su cola.
Un olor químico lo envuelve todo.
Pasamos a la sala de atrás a sacarnos la fotografía.
No estoy solo, pienso en modo silabario:
mi mamá me acompaña y me protege.
Es un cuarto oscuro adaptado para no filtrar luz.
Estoy frente a un fondo blanco con un cartel con mi nombre.
¡Como un recluso!
El hombre dirige su lente hacia mí.
Me fusila en cosa de segundos:
siento salir mi sangre por la espalda
mientras mancha expresionista el fondo blanco.
El ojo de vidrio del fotógrafo replica mi reflejo.
Estoy atrapado en su ojo, en su lente.
Es una especie de chamán que captura mi alma.
Mi madre habla desde un lugar
remoto de la habitación.
00:00
El refrigerador está vacío.
Una luz pálida ilumina mi rostro.
Miro de reojo
una manzana
a medio morder
oscurecida en la mesa.
La habitación iluminada
por esa luz artificial
como un relámpago
que fractura la noche.
El relámpago es la firma de dios.
ÚLTIMOS DESTELLOS
La mirada
no es un acontecimiento
dispuesto para el observador.
Obsesión por ese brillo
de las palabras al pronunciarse
tras mucho tiempo.
Había distancia en la palabra
desconfianza
en los golpes de la voz.
Emiliano Valenzuela (1980). Fotógrafo, periodista y escritor. Autor de Obras Completas de Pedro Sienna y La generación fusilada: Memorias del nacismo chileno (1932-1938), ambos libros publicados por Editorial Universitaria.
Gastón Carrasco (1988). Ha publicado Viewmaster (2011), El instante no es decisivo (2014), Monstruos marinos (2017) y, en coautoría, el libro ¿Quién le teme a la poesía? (2019).
Fotografía de portada: Mabou, 1977. Robert Frank.
Julio Rodajo
8 septiembre, 2020 @ 18:57
Buenísimo