En Catástrofe y trascendencia… (2012) Sergio Rojas (1960), destacado profesor de la Universidad de Chile, propone una revisión ensayística de la producción narrativa de Diamela Eltit, sosteniendo el ambicioso afán de esbozar detalladamente y en su totalidad el proyecto literario emprendido por la escritora y profesora chilena. El eje de esta propuesta se funda en querer definir el objeto de la literatura de Eltit, que sería la escritura y sus problemáticas propias, muchas veces basadas en su génesis estructural misma. De este modo, la creación narrativa de la autora es vista como una indagación que explora abiertamente los alcances y contrasentidos de la realización del lenguaje en la palabra escrita, al interior de los distintos parajes existenciales a los que nos traslada en sus ficciones.
Desde un comienzo, Rojas nos indica que “leerá escribiendo”, por lo que su ejercicio de análisis literario, siempre pretendiendo ser un proceso actual y dinámico, se acerca bastante al género de las meditaciones filosóficas, lo que adquiere mayor sentido si consideramos que el autor proviene del campo de la filosofía. Al mismo tiempo, su voluntad de precisar el objeto de la narrativa de Eltit se aproxima al gesto estructuralista consistente en examinar la textualidad misma con el objetivo de extraer premisas teóricas de fondo, aunque los criterios metodológicos de Rojas se acercan más explícitamente al postestructuralismo de autores como Jacques Derrida o Michel Foucault, que enfatizan el flujo y la dispersión inherentes de la textualidad. Por ende, podemos inferir que, a través de dicho meollo teórico, Rojas intenta trasladar la escritura de Diamela Eltit a su grado cero –en términos de Roland Barthes–, lo cual nos conduce conceptualmente a una dimensión vertiginosa en donde se revela el vacío estructural que constituye la escritura: “La escritura, a diferencia de las representaciones, fluye desde la urgencia misma de hacerse representaciones, de encontrar respuestas; consiste en la búsqueda misma entre el después de lo Real y el aún-no del mundo” (18), declara el autor. Propuesta que sin duda busca dar con el punto en que la escritura intenta emular o suplir un determinado sentido vital, como por ejemplo, el instinto básico de supervivencia: “Los personajes que deambulan y hablan en estas novelas –sobre todo hablan– existen en mundos inhabitables en donde el lenguaje no es tanto un medio de comunicación, sino un recurso para mantenerse en medio de las cosas” (20), expresa Rojas. Así, la escritura queda ceñida a una contingencia en donde los artificios del lenguaje manifiestan su naturaleza más propiamente diferencial; generando y suturando vacíos, en un inacabado juego de ausencias y presencias. Luego, en su análisis de las novelas, Rojas desarrolla fielmente estos y otros preceptos de lectura abocados al debate en torno a la dimensión metafísica del lenguaje y la escritura, lo que constituye a su parecer, como vimos, el objeto central de la obra narrativa de Eltit.
Como cabe esperarse, en el recorrido del autor por la producción narrativa de Eltit, nos encontramos con piezas emblemáticas de la literatura chilena reciente, como Lumpérica (1983), Los vigilantes (1994) y Mano de obra (2002), entre otras, que bajo la visión de Rojas –y considerando, además, la acumulación creciente de estudios sobre la obra de Diamela Eltit– configuran todo un universo autorial, portador de un sello distintivo. En este caso, como observamos hace unas líneas, el denominador común enfatizado por Rojas es la presencia de las problemáticas de la escritura en los mundos representados. Así por ejemplo, en Lumpérica, la plaza pública, iluminada acentuadamente durante el toque de queda en el Chile de la dictadura militar, es visualizada por Rojas como un espacio marginal en el que los cuerpos se cifran respondiendo a la pregunta de “para qué” o “para quién” está dicho lugar (38). Todo surge en esta plaza bajo la luz de un censor inquisitivo, por lo tanto la generación y articulación del mundo en la escritura quedan espontáneamente supeditadas a la función básica de darle un sentido a su objeto mismo: “Lumpérica es la puesta en obra de una reflexión de la literatura sobre sí misma, acerca de la posibilidad de la escritura de darse a sí misma un asunto, y su poder de generar en el trabajo con los grafos, sobre la página, una trascendencia” (46). Desde ahí, el autor va constatando el examen del sentido llevado a cabo en las permutaciones y combinaciones lógicas de la escritura, tomando en cuenta los distintos niveles del texto. Más adelante, en su análisis de Los vigilantes, novela basada en el intercambio epistolar entre una mujer y el padre de su hijo, Rojas evidencia cómo la referencialidad y la comunicación –nociones relacionadas con el lenguaje– derivan en un juego de espejos producto del escamoteo de apariencias que se desarrolla tanto en el origen como en el transcurso del diálogo aludido: “La escritura es el hecho de un cuerpo no correspondido y el intercambio epistolar entre el narrador y el destino de sus cartas hace emerger la ausencia como condición estructural de la escritura, eso es lo gravitante” (139). De modo que, además de confirmar el desfase congénito del lenguaje, verificamos que el vacío señalado sólo se deja ver como un efecto de su naturaleza infinita; la escritura inaugura, una y otra vez, una brecha como condición para concebir a un Otro. Respecto a Mano de obra, que trata sobre la vida de los trabajadores de un supermercado, el autor continúa profundizando en su reflexión central, que en este caso queda reafirmada ampliamente dada la omnipresencia del régimen de las mercancías en el paisaje construido por Eltit, en donde todo, incluyendo los individuos, se encuentra subordinado a las lógicas especulares del mercado, que priorizan los preceptos de intercambiabilidad en el ordenamiento de los signos (168), tornando el mundo en una bandeja de productos sin origen y organizados por los criterios de la acumulación capitalista. En este panorama, la escritura explora las zonas invisibles e indecibles no inscritas en la nomenclatura de valores impuesta desde el discurso neoliberal dominante, reforzando así la matriz teórica trazada por Rojas en su intención de abordar sistemáticamente la obra narrativa de Eltit y dilucidar su objeto.
En síntesis, en Catástrofe y trascendencia… Sergio Rojas nos ofrece no simplemente una tentativa bien argumentada para interpretar las novelas de Diamela Eltit, sino un sistema de correspondencias que nos permiten activar sus núcleos esenciales; sus puntos neurálgicos, bajo la premisa de que la escritura es un proceso dinámico, dotado de posibilidades y hendiduras, o sea, que posee una dimensión Real, en el sentido lacaniano del término, pues ofrece una resistencia a la totalización conceptual y una apertura para la reflexión sobre la función social y política de la literatura, entre otras cosas. Resulta interesante, además, cómo el tono filosófico y ensayístico de este libro contribuye a la apreciación estética del trabajo narrativo de Eltit, cuya lectura en una mayor cantidad de círculos, o en niveles más generalizados de nuestro país, continúa siendo un asunto pendiente.
Rojas, Sergio. Catástrofe y trascendencia en la narrativa de Diamela Eltit. Sangría, 2012.