Por María Ignacia Alvarado
Licenciada en Letras, egresada de Filosofía (en vías de titulación) de la UC y actualmente alumna del Magíster en Historia del Arte de la Universidad Adolfo Ibáñez, María Ignacia Alvarado quiso escribir un breve ensayo sobre la artista norteamericana Helen Frankenthaler. Sus ganas de hablar sobre ella surgieron a partir de la actual exposición de Turner en el CCPLM, cuyas pinturas vio expuestas junto a las de Helen, en una muestra que tuvo la suerte de visitar en Inglaterra.
A propósito del privilegio de tener por estos días la exposición de J.M.W. Turner proveniente del museo Tate en nuestro Centro Cultural Palacio La Moneda, recuerdo la exposición “Making Painting: Helen Frankenthaler and J.M.W. Turner”, realizada en la Galería Turner Contemporary el año 2014. A partir de múltiples obras, se proponía en esta una interesante relación de valores artísticos compartidos entre el maestro inglés del siglo XIX y la pintora norteamericana del siglo XX en torno al acto de pintar, con el fin de reflexionar sobre la proyección temporal del primero. Sin pronunciarme sobre las diferencias y continuidades entre ambos, quiero aprovechar de referirme en esta ocasión a esta gran artista.
Quizás Helen Frankenthaler no sea ni santa, ni heroína, ni Beatriz, ni eterno femenino. Tampoco intelectual, maestra, o genio. No se dice nada de eso sobre Helen Frankenthaler. Es una artista. Una artista neoyorquina del siglo XX que afirmaba disfrutar la continuidad y la calma en su vida, pero que a la vez empapó grandes telas, impactantes e inolvidables, con una desafiante libertad y seguridad. Aunque es más conocida como pintora, no hay que olvidar que también exploró el grabado, en especial la xilografía, la cerámica, la escultura y el arte textil. No había nada de timidez en su trabajo y en su modo de pensar sobre su obra. Para ella, la belleza era fundamental y, al mismo tiempo, dejar atrás la representación de paisajes o naturalezas muertas. Frankenthaler sostenía firmemente que hacía pinturas, nada más. El sentido de su obra radica obsesivamente en el color o en el dibujo mediante el color con el que tensa el espacio de la tela. Esa es su forma particular de hacer un arte magnético, vibrante, que parece estar vivo con independencia de nuestra mirada. Cualquiera que haya visto sus cuadros estará de acuerdo en que sumergen al espectador.
Nacida en Manhattan en 1928, recibió una educación bastante privilegiada y se dice que fue alentada a desarrollarse intelectual y culturalmente. A los 8 años ya había ganado su primer concurso de dibujo y tuvo la oportunidad de estudiar más tarde en Bennington College. Fue discípula también de Hans Hofmann y para los años 50 ya se estaba relacionando con la escena artística de Nueva York. En 1950 vio por primera vez la obra de Jackson Pollock y quiso hacer eso: practicar su propio action painting. Dado que no estaba dispuesta a copiar servilmente, tardó dos años de reflexión en lograr exactamente lo que quería. Con el cuadro Mountains and Sea en 1952 apareció su técnica del soak stain. Diluyendo el óleo con trementina (que una década después sería acrílico y agua) para aplicarlo directamente sobre la tela sin imprimar extendida en el suelo, pudo unificar el color y el soporte con una nueva forma de solucionar la pintura en sus elementos fundamentales y una bidimensionalidad estricta. La novedad fue el modo en que la luz y el color posibles en la acuarela conquistaron las grandes dimensiones estiladas por el Expresionismo Abstracto.
Clement Greenberg, con quien llevaba un par de años en una relación, reconoció inmediatamente el valor de la nueva propuesta y la promovió con entusiasmo en el círculo de los expresionistas abstractos. Ellos también se enamoraron. Especialmente Kenneth Nolan y Morris Louis, quienes tras visitar su estudio en 1953 adoptaron su práctica y siguieron trabajándola en Washington D.C.
Con 23 años, Frankenthaler había encontrado la técnica que nunca abandonaría completamente. El soak stain fue el lenguaje que le permitió el desarrollo de sus ideas personales sobre el color, el dibujo y la pintura. Por esa época, varió su exploración pictórica cada 3 años en un constante crecimiento. Se acercaba y alejaba del estilo del momento; a ratos con una pintura más pesada y luego más diluida. Por esta razón es considerada una figura clave entre el Expresionismo Abstracto y el Color Field Painting. Continuó con sus inquietas investigaciones artísticas a lo largo de toda su vida, pero sin desesperación. Helen Frankenthaler era en realidad, ante todo, muy disciplinada.
La artista no nació en este contexto, o al menos no del todo. Estudió nada menos que con Rufino Tamayo en Dalton School y tuvo como profesores al psicoanalista Erich Fromm y al pintor Paul Feeley en Bennington College. Dijo más tarde sobre esa época, con una evidente falta de aprecio por su producción, que fue su período de “college cubism”. Dichas obras, consecuentemente, circulan muy poco. También Greenberg dijo que antes del Expresionismo Abstracto no era más que otra joven cubista recién salida de la universidad. Ella, por su parte, contaba que el día en que se conocieron en una exposición de ex alumnos de Bennington, organizada por ella, Greenberg le dijo que sus obras eran lo peor de la muestra.
Tras estimulantes viajes, exhibiciones, pinturas, intercambios intelectuales, etc., su relación con el crítico terminó en 1955. En 1958 se casó con el artista —también destacado teórico y líder en el expresionismo abstracto — Robert Motherwell. Fueron llamados la “pareja dorada”, hasta su separación en 1971. Aparte de esto, Frankenthaler participó en muchas exposiciones y reuniones de aquel círculo.
De todas maneras, es notoria su propia temprana retrospectiva en 1960 en el New York’s Jewish Museum. Quizás hay que decir que su consagración definitiva la alcanzó con “Helen Frankenthaler: a Painting Retrospective” en 1989 realizada en el Modern Art Museum of Fort Worth, que se trasladó al Moma de Nueva York, a Los Angeles County Museum of Art y al Detroit Institute of Arts. Pero no menos relevante fueron otras anteriores: en 1969 en el Whitney Museum of American Art tuvo lugar la muestra “Helen Frankenthaler”, que viajó a la Whitechapel Gallery en Londres, a Orangerie Herrenhausen en Hanover y a Krongresshalle en Berlín.
Ganó el primer premio en la categoría de pintura en la Bienal de París (1959), la Temple Gold Medal de la Pennsylvania Academy of Fine Arts (1968), Distinguished Artist Award for Lifetime Achievement de College Art Association (1994) y recibió la National Medal of Arts en 2001. Además, ocupó un puesto en el National Council on the Arts del National Endowment for the Arts entre 1985 y 1992.
Aun habiendo contado con un amplio reconocimiento entre sus colegas, con grandes exposiciones, la admiración de algunos críticos y pares, ventas y premios (quizás todo lo que puede constituir el éxito de un artista en el mundo contemporáneo), Frankenthaler no es muy conocida ni ha sido tan investigada como otros artistas de situación similar. Muchas obras de su prolífica actividad aún no se han expuesto. Si se tiene en cuenta el fenómeno del Expresionismo Abstracto y la sensación que ha generado, la diferencia de atención que ha recibido Frankenthaler es patente. ¿Cómo explicar el relativo rezago de esta artista? Mi sugerencia puede ser algo circular, pero creo que hay que subrayar que fue en los años 50 cuando estuvo en el centro de la cuestión artística. Y era el mundo del Expresionismo Abstracto.
Siento la necesidad de defenderla de ciertos críticos que acusaron negativamente la belleza de su creación, la complacencia que generan sus obras; o que comentaron con sospecha su confortable adecuación decorativa a ciertos espacios; y los que se refirieron condescendientemente a la “dulzura” de su pintura. No veo un problema en ninguna de esas cosas. ¿Cómo pueden ser defectos por sí mismos asuntos que han sido fundamentales en una larguísima tradición en la historia del arte?
Son valores que el arte moderno ha intentado rehuir. Kosuth, por ejemplo, en 1969 hizo explícito su desprecio hacia la dimensión estética del arte. Sin andar por esa misma vereda, igualmente no me parece que lo bello tenga que ser el fin del arte ni que sea un carácter esencial para definirlo. No considero la belleza el criterio para legitimar una pieza como arte y no creo que lo hiciera Frankenthaler, puesto que su preocupación era que la pintura fuese pintura. Color sobre el plano bidimensional. No obstante, ella sí esperaba que sus obras fuesen bellas, como ya se dijo. Si ello resultó, es posible que se debiera a su innegable buen gusto. No me refiero a un gusto pasajero o a una moda, sino a aquel inexplicable acuerdo de muchos sobre cierto placer que suscitan sus obras.
Definitivamente, si se sitúan estas como decoración en un espacio, se robarán la atención tal como si estuvieran en un cubo blanco al servicio de ellas. Nunca serán mero ornamento. Sobre la dulzura cada uno podrá juzgar, pero lo primero que se ve en sus propuestas es un atrevido e inteligente uso del color, de muy grandes dimensiones.
Se puede tomar como ejemplo Nature Abhors a Vacuum (acrílico sobre tela, 262,9 x 285,8 cm, 1973). Atrevido, porque no se ve vacilación y porque la técnica supone una prohibición del arrepentimiento. Se mancha la tela sin imprimar y no hay segunda oportunidad. Lo hecho, hecho está. Inteligente, porque es acertado. Efectivamente, con su composición y conocimiento profundo del color, logra un resultado preciso. En cambio, no sé a qué se refiere la dulzura.
En los textos divulgativos que se han escrito sobre ella, no se perfila un sujeto intrigante, poético ni mucho menos sublime. Frankenthaler no está rodeada de un halo místico y su arte no se asocia a una inspiración divina. Nos llega un personaje más bien prosaico. La información es siempre concisa y si bien se reconoce la originalidad de su soak stainse hace a la sombra del action painting. El carácter de original tampoco llega a identificarse con la personalidad de la artista. Estuvo activa durante toda su vida, pero se trata su trayectoria generalmente con algo de homogeneidad, a pesar de que las diferencias entre lo que hizo en 1950 y en 1952, y a fines de los 60 o de los 70, sean evidentes.
Basta comparar Painted on 21st Street (óleo, arena, yeso, y granos de café sobre lienzo imprimado, 176,6 x 246,4 cm, 1950) con la mencionada Mountains and Sea (óleo y carboncillo sobre tela sin imprimar, 219,4 x 297,8 cm, 1952), Seascape with Dunes (óleo sobre tela, 177,8 x 355,6 cm, 1962), Pink Lady (Acrílico sobre tela, 214,6 x 147,3 cm, 1963) u Off White Square (acrílico sobre tela, 202,6 x 649 cm, 1973).Y su Shippan Point: Twilight (acrílico sobre tela, 180,3 x 139,7 cm, 1980). Hay otros múltiples ejemplos que podrían elegirse sin dificultad para observar los contrastes de títulos, técnicas, materiales y color. Por lo demás, se dijo que su primer grabado, East and beyond, de 1973 (xilografía, 60,4 x 45,6 cm/81,1 x 56,1 cm), fue para la xilografía de los años 70 lo que Mountains and Sea había sido para el desarrollo del Color Field Painting. La idea de Frankenthaler había sido introducir en la técnica sus colores vibrantes y sus formas abstractas. Después de ensayos y errores, lo logró.
Pero tal vez las fotografías y videos nos dicen algo más. Frente a las imágenes de 1949, publicadas en la revista LIFE, de Jackson Pollock posando espectacularmente para la cámara y para otros y proyectando un amplio movimiento en el proceso de su action painting, Frankenthaler aparece en las fotografías de Gordon Parks para la misma revista en 1956 sentada sobre una de sus obras y envuelta en otras que cubren las paredes a su alrededor. En una falda y una blusa de colores claros, con las rodillas flectadas y pies descalzos, se ve liviana y segura, aunque pequeña y arrinconada más que dueña de toda su pintura. Un pequeño detalle, la mano derecha con que apoya su cuerpo en la tela, afirma, sin admitir cuestión, su autoría.
Para hacer justicia a la artista, habría que subrayar que en este retrato no está solo la mujer norteamericana que de hecho vivió entre 1928 y 2011 y que produjo un cuerpo de obras que hoy aún podemos ver. Está también lo que Parks veía en ella y su trabajo, algo de lo que se pensaba acerca de ella en su tiempo y lo que la imagen debía informar a los lectores de la revista sobre esta artista digna de ser fotografiada. La fotografía sería fundamental para formar una idea junto al texto sobre quién era Helen Frankenthaler. Es una vista encantadora y muy rica, pero no sé cuánto ahí es realmente la artista que de hecho fue. Tampoco hizo autorretratos para cuestionar y construir su propia imagen.
Por otra parte, son fascinantes las imágenes en las que se la ve trabajando. Ernst Haas la fotografió en 1969, paradójicamente sin color. En blanco y negro, lo que se captura es el proceso de creación. Seguramente, el resultado tiene el mismo problema que en la revista LIFE, sin embargo, abre otra perspectiva, pues se la ve elaborando sus obras de gran formato, sin compañía, con movimientos gráciles y patente devoción. Obvio contraste con el viejo dripping de Pollock. Sus posturas corporales son exigentes, contenidas, virtuosas.
A su vez, al oirla hablar en entrevistas acerca de su práctica, resulta envidiable su cuidado y prolijidad en la expresión sin prisa de sus ideas. Parece estar creandocada una de sus afirmaciones en el momento. Su proceder se manifiesta en su magnífico arte.
Se casó en 1994 con Stephen M. DuBrul, su marido hasta la muerte. Después de más de 60 años de una apasionante y constante trayectoria como artista, de haber hecho mucho más de lo que aquí he mencionado y de haber amado conversar, bailar y atender bien a sus invitados, Frankenthaler falleció el año 2011 en Connecticut, donde había tenido una apacible segunda residencia y estudio desde la década de 1970.