“El gobierno, a través de las instituciones de salud en México, tiene una agenda clara que apuesta a la erradicación de la práctica de la partería en el país, a través de políticas discriminatorias, de una constante persecución y criminalización del trabajo de las parteras. El modelo médico insiste en colonizar su práctica. Es muy común que se organicen capacitaciones para ellas. Los ginecólogos las quieren educar. Son capacitaciones ridículas que incluyen, por ejemplo, el lavado de manos o cuestiones básicas de higiene, que ofenden el intelecto de las parteras”, nos dice la fotógrafa Greta Rico, a quien Rosana Ricárdez, investigadora y docente de la UAH, entrevista hoy a propósito de su último proyecto, Parteras urbanas.
Los trabajos artísticos suelen mutar, y es esto precisamente lo que sucede con Parteras urbanas, el proyecto de fotografía documental de Greta Rico (Ciudad de México, 1987), que se conformó a partir de varias exposiciones, luego se convirtió en libro y ahora cobra forma de proyecto educativo.
En su modalidad de exposición, esta consistió en una muestra en el Museo Archivo de la Fotografía (MAF) de la Ciudad de México, formada por cincuenta y ocho imágenes en blanco y negro, cuya temática es la actividad cotidiana de las parteras. En su modalidad de libro, se transformó en una selección fotográfica de sesenta páginas publicada por la editorial chilena Mamífera, dedicada exclusivamente a reivindicar el acto de parir. Por fin, este proyecto adquiere la forma de un proyecto educativo, que consiste en hacer circular el trabajo compilado, con el objetivo de informar sobre la actividad de las parteras y retomar la práctica de parir en casa como alternativa a un sistema médico hegemónico que, no pocas veces, ejerce violencia obstétrica –de hecho, dentro de las historias que contiene este proyecto, son muy comunes los relatos de intimidación o amedrentamiento dirigidos a presionar a la mujeres a aceptar una cesárea dentro de la atención hospitalaria.
Uno de los hallazgos más significativos de este trabajo, es la experiencia de acompañamiento a las parteras que Greta Rico llevó a cabo durante un lustro, aunque la intimidad alcanzada por la fotógrafa no fue solo con ellas, sino con todas las personas involucradas en un parto: padres, madres, bebés y acompañantes.
Rico, fotógrafa documental y maestra en Estudios feministas por la UAM-Xochimilco, ha dedicado sus últimos trabajos a temas de género y derechos humanos. Comenzó Parteras urbanas en 2017 y desde entonces forma parte de un viaje –en el sentido literal y metafórico de la palabra– con estas mujeres. Sobre este viaje nos habla en la siguiente entrevista.
¿Cómo surge esta muestra que pasa de ser una exposición a un libro y, ahora, a un proyecto educativo?
La muestra surge por una amistad, mi afición a la investigación y el interés en las parteras. Pero también –debo confesar– por un preconcepto. En México, Chile y América Latina, en general, se concibe la partería desde una percepción muy colonial, en donde las parteras permanecen en los pueblos, en las comunidades indígenas, en espacios donde no hay hospitales. Es la alternativa ante la falta de ellos.
Cuando inicié Parteras urbanas también pensaba esto. Yo también estaba contaminada de estas percepciones coloniales y discriminatorias del mundo de la partería. Y por eso me llamó la atención que mi amiga, una mujer urbana tal como yo, fuera partera. Un día me reuní con ella y, por cuatro o cinco horas, me contó lo que hacía. Me pareció fascinante. En ese momento decidí que la suya era la historia que debía contar.
Me llama la atención el grado de racionalización y orden de tu discurso (fichas técnicas incluidas). ¿Cómo fue el proceso de realización de las fotos? ¿Tenías claro el camino desde antes, estaba todo planificado?
Ese orden es una combinación de las muchas entrevistas que tuve con las parteras y de la convivencia en el parto. Mínimo pasaba tres días en cada proceso: duermes con ellas, despiertas con ellas… Pero también es producto de la reflexión posterior, de la investigación. Porque la verdad es que cuando te dedicas a la fotografía, en el preciso instante tienes que optar: haces la foto o apuntas información.
Lo curioso es que suelo retener la información importante y me acuerdo de muchos datos cuando estoy editando. Me sé los pies de foto de memoria: sé el nombre de todas las mujeres cuyos partos presencié, los nombres de los bebés, sé por qué en el hospital intentan justificar una cesárea, recuerdo qué sucedió en los partos, tanto como los procedimientos que se llevaron a cabo o no. Toda esa memoria también es producto de la convivencia y del aprendizaje acumulado.
En los partos, cámara en mano, operaba en función de lo que sucedía ahí. Yo me decía: esto nunca va a pasar en un hospital, entonces, ¡esta es la foto!
Al hablar de tu trabajo, estamos hablando de una apuesta política. ¿Cómo acomodaste este discurso procesado, consciente, racional, con la información diaria que acumulabas?
Además de la investigación bibliográfica y de la convivencia con las parteras, tuve mucha interlocución con las mujeres que se atendían con ellas.
El gobierno, a través de las instituciones de salud en México, tiene una agenda clara que apuesta a la erradicación de la práctica de la partería en el país, a través de políticas discriminatorias, de una constante persecución y criminalización del trabajo de las parteras. El modelo médico insiste en colonizar su práctica. Es muy común que se organicen capacitaciones para ellas. Los ginecólogos las quieren educar. Son capacitaciones ridículas que incluyen, por ejemplo, el lavado de manos o cuestiones básicas de higiene, que ofenden el intelecto de las parteras.
Otra de las apuestas políticas que tengo con Parteras urbanas es rehistorizar los cuerpos de las mujeres. La colonialidad de la que hablo atraviesa la práctica de las parteras, pero también la insistencia del modelo hegemónico de colonizar e intervenir los cuerpos de las mujeres de manera innecesaria, a veces sin siquiera preguntarles.
¿Y el grado de intimidad con estas mujeres? ¿Cómo te dejaron entrar a sus vidas? Hablo de las parteras, pero también de las madres.
Fotógrafa feminista asumida, he establecido mis propias políticas y metodologías al momento de trabajar, pulidas a lo largo de los años. Soy honesta y explico con lujo de detalle, sin importar la cantidad de preguntas que tengan: para qué es el proyecto, la finalidad, los posibles alcances; les aviso que el trabajo puede convertirse en una muestra colectiva, una exposición en un museo o, incluso, en la calle. Les explico que mi propósito es contarle al mundo que existe esta opción para parir y que es real.
Digamos que vengo caminando con las parteras desde hace años, y se establece cierta confianza de ambos lados. Lo mismo sucede con el resto de las mujeres. Ellas tenían la libertad de decirme si se sentían incómodas. Si, por ejemplo, en un momento dado, durante el parto decidían que no me querían ahí, guardaba la cámara y me salía.
Al inicio fue difícil, pero es parte del proceso. Sería incongruente que, siendo feminista, no respetara la privacidad de las mujeres.
¿En algún momento temiste que el foco se desviara hacia los partos y dejara de lado el trabajo de las parteras?
Temer no, he logrado el objetivo en tanto tengo claros el guión y la intención del proyecto. Sobre todo en los últimos partos, ya llegaba con la idea definida de lo que quería. Yo tenía claro –y esto fue parte de la discusión con la curadora de la muestra en el MAF– que el proyecto no era sobre partos, sino sobre el trabajo de las parteras. Por lo tanto, si me pedían salir del parto, contaba, aún así, con el registro fotográfico del trabajo de las parteras.
¿Podría ser que esa claridad responda a tu formación? Con tantos factores sucediéndose al mismo tiempo, no puedes estar en todos los detalles. O bien, todo te puede llamar la atención y al final puedes no concentrarte en lo trascendente.
En efecto, creo que esa claridad viene de mi formación. Y, luego, cada fotógrafo tiene una forma de trabajar, desarrollada, afinada con los años. Tanto hombres como mujeres trabajan de forma distinta. Algunos tienen una metodología más abierta. Hay fotógrafos que salen con su cámara y trabajan a partir de lo que se encuentran, están en el lugar y dicen: es por aquí. Admiro eso porque yo no soy así. Siempre tengo una cámara en mano, pero en mis proyectos de fotografía documental no voy a la calle sin definir lo que haré.
Esta manera que tengo, que me funciona, se la debo a mi forma de ser pero también a que tengo el tiempo medido. No me gano la vida siendo fotógrafa full time. A veces salgo de la ciudad para hacer un proyecto y contar una historia, y no tengo la libertad de regresar al lugar sino dentro de dos o tres meses. Otras veces me siento muy presionada. Y, además, genuinamente me interesa la investigación; disfruto mucho esa parte del proceso, por eso le dedico tiempo. Tal como sucede en la investigación académica, vas leyendo y te va llegando la luz. Empiezas a encontrar respuestas y eso me ayuda a encontrar el camino.
Por último, quisiera saber sobre la recepción de los diferentes grupos etarios. ¿Qué sucede cuando se encuentran con estas imágenes?, ¿qué has observado?
A las parteras les entusiasma porque recuerdan esos momentos. Entre las madres a cuyos partos asistí, la recepción ha sido de mucha admiración. Con el resto de las espectadoras, varía. Si son madres, depende de su propia experiencia. Es común escuchar “yo hubiera querido esto para mí… hubiera querido tener esta información antes”. Y ahí se cumple el objetivo informativo de la muestra. Con mujeres mayores ha sido muy interesante porque en su generación era una práctica común. Ellas mismas o sus hermanas dieron a luz con parteras.
La reacción de los hombres es de igual forma interesante. En ellos no hay matices: se produce una reacción de admiración, o bien, de completo y absoluto asco. Algo ridículo. De hecho, pese a que el proyecto ha sido bien recibido socialmente, lo que es real es que me costó mucho trabajo encontrar lugares para exponerlo. La mayoría de las instituciones culturales están lideradas por hombres. Ante la sangre de mis fotos, sentían asco y vomitaban por las escenas mostradas.
Resulta absurdo que la sangre les provoque asco, al menos este tipo de sangre, siendo México el país que es, lleno de descuartizados, con violencia por todos lados, en las calles, en las casas, en los medios de comunicación…
Fue algo que repetí en las entrevistas que tuve con medios de comunicación escritos, a raíz de la exposición. Es preocupante vivir en una sociedad que se escandaliza de ver la sangre que da vida. En cambio, podemos ver mujeres descuartizadas en la nota roja todo el tiempo sin que genere nada. Algo muy torcido está pasando. Eso habla muy mal del país en el que vivimos y del tipo de sociedad que estamos construyendo.