No parece posible comenzar a leer la novela Ricardo Nixon School (Emecé Cruz del Sur 2016) de Cristian Geisse (1977-) sino desde su portada, una extraña, anormal y mixturada bandera chilena. Ella contiene la gran estrella de la unidad nacional con el fondo azul de “el cielo y el mar” para luego deformarse o mezclarse con líneas horizontales, semejantes a las que cruzan la bandera de Estados Unidos, pero convertidas en lápices. Este cruce entre la bandera chilena y la estadounidense se complementa con el nombre del colegio: Ricardo Nixon School, anglicismo que recuerda la influencia o prestigio del idioma inglés en nuestro país (como si por el hecho de tener un nombre como ese el recinto fuera de mejor nivel social) y al mismo tiempo evoca el nombre de un presidente estadounidense recordado por el escándalo y su destitución, o como tal vez lo diría el narrador del texto, por “trucho”. Así, pues, comienza la novela, con una imagen que nos permite ir entrando en el enrevesado y tortuoso mundo del estudiante de letras Arturo Navarro. La historia del descenso del protagonista comienza con una temprana revelación del narrador/personaje, a él no le gusta trabajar, pero se ve obligado a hacerlo en el colegio de nombre inglés y dejar de lado su sueño de vivir de su “supuesta genialidad” (11). La sostenedora, que es “una vieja coja, gorda, medio gangosa, con un ojo más grande que el otro” (16) es quien abre la entrada, en conjunto con el director del magister de su universidad, Von Pilsener, a un mundo que el protagonista odia y del que, paradójicamente, se hace parte al perpetuar su situación. Arturo entra a su primera clase y ve que “la sala era pequeña y estaba hasta los topes con la fauna colegial más extraña que había visto hasta entonces. Frente a mí tenía una treintena de estrambóticos y amenazantes seres que me miraban fijo, o con indiferencia, o bien, no miraban ni a mí ni a nada.” (24). A medida que el protagonista entra al mundo estudiantil pauperizado, su vida comienza a convertirse en una pesadilla insoportable que está bien caracterizada en una de las varias anécdotas que aparecen en el texto: “ojalá chocara esta micro de mierda. Ojalá choque, ojalá choque. Así iba repitiendo yo, con el ojo izquierdo saltando, la corbata demasiado apretada, la carpeta al pecho llena de pruebas y trabajos. Cagado de frío, ensordecido por el ruido infernal del motor de la maldita micro…” (28). Veo dos cuestiones acá: el deseo de la muerte para no seguir con la rutina que lleva ya hace tres meses en el colegio y la constante referencia a la idea de castigo (corbata apretada, ojo izquierdo saltando, lleno de trabajo), que es parte de lo que refiere a lo infernal, algo a lo que Geisse ya tiene acostumbrados a sus lectores como parte de sus temáticas habituales (revisar sus textos Ñache, 2015, o En el regazo de Beelzebú, 2011). Esa manifestación de lo infernal (ahora como extraño o alucinatorio) se hace patente con la aparición de un nuevo alumno de la clase, Terri: “allá, a lo lejos, sin que pudiera convencerme del todo, se veía un perro de pelo gris grasoso, vestido con una chaqueta de mezclilla, mal sentado en la silla.” (54). Cuando Arturo ya está en el más alto nivel de frustración, aparece un antagonista incomprensible que lo hace dudar de sí mismo, especialmente cuando advierte que el nuevo alumno “…resultó ser de los mejores alumnos… no molestaba mucho en clases, llegaba con las tareas, sacaba buenas notas.” (59). La caída, que ya era compleja, deviene vertiginosa cuando se da cuenta de que Terri es el nuevo amor de Laura, su alumna y objeto de deseo. Desde ese momento, el relato muestra cómo Arturo trata de reconstruir una serie de días en los que el alcohol, bebida de fuga y parte fundamental de su travesía por tugurios, lo lleva a lo más bajo de su existencia: ser líder de una pandilla de perros en Valparaíso.
El final de la novela deja a la vista a un sujeto despojado de todo—¿tuvo algo?—y que se muestra frágil ante su desgracia:“frente a la puerta del cajero…solté la tarjeta y me tomé las manos para esconder mis imparables sollozos, pero no pude… no entiendo muy bien por qué lloraba así. Tal vez por Laura. Tal vez por mí. Tal vez por lo absurdo de toda esa situación. Tal vez por lo triste de mi condición. Tal vez por todo eso junto: por la horrible hora del quiltro que me encontraba pasando.” (127)
Este sollozo se complementa con el último momento de la novela, donde llora con el abrazo de su colega y por causa de una revelación que se relaciona con sus primeras aspiraciones: se da cuenta de que nunca será Coetzee.
La novela, como bien señala Patricia Espinosa, se divide en una parte que se muestra realista y otra que incluye un aspecto fantástico, la aparición de Terri, pero más que restarle, esto suma en varios aspectos: refuerza el ambiente delirante e infernal del texto, en donde un animal —para el narrador-protagonista— convierte su mundo ya tensionado (no EL mundo, como sucede con Bobby en Patas de perro de Droguett) en uno insoportable, pues nadie lo entiende, nadie le cree, nadie ve lo que él ve. Por otro lado, Geisse juega con la realidad/ficción llamando a su personaje Arturo Navarro (segundo apellido del autor). A propósito de esto, en una entrevista de la revista PANIKO, comenta que él mismo conoció las condiciones que describe en la novela, lo cual no es difícil de creer, pues son conocidas las desventuras de los profesores de colegios y liceos municipalizados. Pese a esto, y si bien la lectura puede ir por el lado de la crítica al sistema educacional, que la hay, me parece más interesante el desmarque de este texto con respecto a todo el minimalismo y melancolía de los niños y jóvenes de la dictadura para centrarse en el presente con toda su problemática referida a la falta de centro. La ficción permite hacer la separación entre dos mundos, uno natural y otro delirante, pero a la vez da la oportunidad de comparar dos tipos de infiernos, el que se vive en la realidad y que se vive en la mente del protagonista.
¿Es posible que este tipo de ficción tenga cabida en el espacio hegemónico del recuerdo dictatorial, post dictatorial, de transición y de post transición? Me parece que esta novela es una fuga, una respuesta a una pregunta que aún no está elaborada claramente, ¿qué sucede cuando se descree de todo, cuando hay sueños de escritura, como en el caso de Arturo, pero no se tiene ni una posibilidad cierta de poder concretar un proyecto? La negativa al trabajo y el proyecto de vida engendrado—pensando en ella como un engendro—por su obligación de ser parte del sistema productivo, permite ver esta novela como un síntoma que a pesar del humor, el patetismo e incluso el ridículo, exhibe el presente tratando de saltarse la pregunta por el pasado (aunque él está en su comentario del sistema educativo de Pinochet como uno hecho solo para lucrar) y muestra una línea que será interesante de seguir, puesto que quiebra el ya abigarrado mundo de los padres los hijos y los nietos para abrir el mundo del delirio y de la mixtura contemporánea nacional.