Francisco Leal (1977), poeta y profesor, publica recientemente un nuevo poemario, Mundos / Carne (2014). Le anteceden los libros de poemas: Vecindario (2005), Insectos (2006), Cortezas (2009) y Cortina de humo (2011). Su poesía siempre me ha resultado cercana, principalmente porque al leerla, me encuentro con cierta similitud en algunos modos de la práctica de la escritura, en ese gesto de descubrir que hay algo de extrañeza en lo cotidiano y en nombrar las cosas desde el poema.
Para comenzar a hablar de Mundos / Carne, se me viene a la cabeza el ensayo de Audre Lorde, que lleva como título la frase “la poesía no es un lujo” [“Poetry is not a luxury”]; también este libro y el trabajo de Leal confirman la idea propuesta por Gonzalo Millán de que “la poesía no es personal”. No es un lujo, no es netamente personal, la poesía está ahí en lo familiar, lo que nos pertenece y no allá afuera en otro mundo, otros paisajes.
En Mundos / Carne, el protagonismo lo tiene la práctica de lo cotidiano, la habilidad de ver lo que no vemos, no es un estilo, sino que más bien es un compromiso, así lo ha señalado Charles Bernstein en Attack of the Difficult Poems. Bernstein señala que debemos comprender que lo cotidiano es de hecho una práctica y no un estilo. Es algo en lo cual nos comprometemos, es la práctica de lo cotidiano (177), idea que también hace eco a lo planteado por Michel de Certeau en su libro del mismo título. Asimismo se plantea que la crítica hacia lo ordinario es también una crítica al valor del mercado. Sin embargo, agregaría que en estos poemas lo que se encuentra es lo ordinario, lo familiar, aquello que permite o que nos lleva o que nos incita a volver a lo que nos rodea día a día: el cuerpo, sus movimientos, las secreciones, los insectos como compañeros, los fragmentos de todos los cuerpos, las presencias, los residuos que dejan la ausencia de lo que somos a medida que vivimos. Así puede verse en los siguientes versos del poema “Por favor no te olvides de la sal ni del desinfectante”:
“(…) los peces se incendian con el agua hirviendo
escalera abajo
el pato desaparece en el desaguadero / lo lloramos como a
la hermana bajo tierra
la mosca larva encima de la mesa:
parimos los tres sorbiéndonos los mocos mecánicamente
por la piel de gallina (…)” (87)
Charles Bernstein sostiene también que lo que uno quiere como poeta es una práctica que contradiga la alienación de lo cotidiano, más que domestique o naturalice esta alienación (177). Es decir, hacer una suerte de crítica de lo ordinario, a la vez que re-significar gestos de lo cotidiano que al mismo tiempo lo cuestionan. Una estética que se pregunta y cuestiona lo que vemos en el día a día.
El gesto de lo cotidiano donde se asoman realidades, visiones que apenas podemos representar o describir, solo estas palabras lo intentan, las del poeta: “La poesía denuncia la fragmentación, dispersión, cierta esquizofrenia”, dice Gonzalo Millán en La poesía no es personal. Adentrarse en el paisaje de Mundos / Carne es instalarse en un mundo animal natural donde predominan colores, sabores e imágenes.
Al leer estos poemas navego en paisajes, entre carne, lengua y cuerpo, un paisaje que no es una representación sino que se vislumbra como la relación entre el sujeto poético y la naturaleza, la visión que está dada a través del ojo que tajea las formas observadas y las transforma en palabras. Miro otra vez por la rendija del ojo, o la visión del poeta, y leo como si fuera cualquier día en que nos vimos, conversamos o nos leímos: reencontrarse con una textualidad, ritmos y expresiones conocidas, pero que olvidaste que estaban y te resultan otra vez tan familiares como nuevas.
Hay viajes e imágenes algunas un tanto lisérgicas, como una película de David Cronenberg o una novela de Malcolm Lowry, en donde se alteran los sentidos, se ensanchan y la visión se divide, entonces el cuerpo y su fragmento deviene en cuerpo/insecto, cuerpo/lengua, cuerpo/estómago. Así, estamos ante restos que construyen realidades, imágenes que se vuelven ominosas, justamente por su carácter familiar y cotidiano. Esto igualmente lo vemos en un poema como “Martillo”: “la lengua entra / sale por los pabellones / de la oreja / moja los pelos / perturba el equilibrio”.
Mundos / Carne exhibe cuerpos dolientes, perforados, putrefactos, pieles de serpientes, insectos que se descascaran y nos recuerdan de qué estamos hechos, materia orgánica igual que todo, insectos, restos humanos que junto con lo frágil se entremezclan en una lectura que atañe a los sentidos:
FOSETA LOREAL
(…) leo con la lengua enroscada en las grietas y los arbustos
bajo las rocas
suenan cascabeles
que perciben los cuerpos los pelos las carnes con la foseta
loreal (40).
No quisiera dejar de lado el aspecto formal de este poemario, como nuevo en la poesía de Leal: el repetido uso de negritas y mayúsculas; la necesidad de remarcar un verso como un grito; de cortar el verso antes de respirar en la lectura del mismo o de repetir una letra para alargar su sonido. Los poemas están construidos también con encabalgamientos, y una recurrencia a la figura de la écfrasis, ya que lo visual tiene protagonismo en la escritura de Francisco Leal, y más aún en este volumen (173 páginas) en donde se incluyen tres poemas visuales en la última sección, titulada “Desierto”, la que abre con un texto que justamente alude a la otra escritura: el dibujo.
“EN MI BOLSILLO OLVIDARON UN DIBUJO
parecía un jardín
criptobiótico
Algas vivas que esperan muertas en la arena del
desierto
las gotas imposibles del mar que el calor consume en
la tierra seca
cenizas y formas inmóviles
en el jardín donde las plantas viven del polvo en las
arenas (…)” (157).
De esta manera el poema puede leerse como un croquis, en donde polvo, gotas y algas conviven en un mismo sistema, un espacio donde las plantas pueden vivir de la arena y del polvo. Un jardín en un dibujo, un dibujo en el libro de poemas así como el otro espacio en donde aparece la escritura, aquella en la que reconocemos tres figuras hechas a lápiz, en este caso un insecto, un venado, una máscara mochica.
Por último quisiera dejar para la lectura, un fragmento de este poema de frutas, del refrigerador, con el que me recordé de ese otro poema de Millán, de Relación personal, “En blancas carrozas viajamos” y del poema de las ciruelas deliciosas, frías y dulces del poema “This is Just to Say” del poeta norteamericano William Carlos Williams. Este poema de Leal, “Belladona” invita a llenar la lectura de sabores, no necesariamente dulces:
“antes de que se me olvide lo de las frambuesas, estaban
crudas
-boté los arándanos a la basura / muy amargos
-me tomé eso sí el té / para la garganta / parecía
sangre
con miel / no me hizo nada el destilado…” (104).
En síntesis, creo que la lectura de Mundos / Carne entrega al lector una mirada que entrega otra vuelta de tuerca y se suma a la poesía que emerge desde lo cotidiano, el que a ratos puede volverse monstruoso, como los actos de comer, vomitar, detener la mirada en un insecto, estas acciones pueden o no iluminar algún sentido, o llevarnos a volver a mirar estas escenas con distancia. O más bien, a reconocer aquel compromiso con lo ordinario y hacer de esto una práctica poética y estética.
Ingrid Callejas
10 octubre, 2015 @ 4:20
Deseo adquirir este poemario mundos/carne. Soy de Colombia. Cómo pueden ayudarme?