Decidí escribir sobre la obra de Ignacio Gumucio porque no la conocía. Llegué a Santiago hace poco. Vengo de Bogotá, Colombia y formo parte del Programa Anual de tutorías de BLOC. Trabajo en el taller y a veces cuando llego me encuentro con personas nuevas para mí. Esta vez me encontré con Gumucio, lo saludé y luego lo vi por una semana más, todos los días trabajando en un mural en YONO, la galería que está en la misma ex panadería donde se encuentra BLOC y donde se mostró el mural en octubre de este año.
Un día me quedé viendo a Gumucio sin ser vista; solo, miraba la pared, como teniendo una negociación telepática con la muralla para saber dónde dejar caer pintura y dónde poner pasta. Todos los días el mural cambiaba, él tapaba lo del día anterior y al otro día destapaba un poco hasta que después de una semana lo terminó; dos semanas después lo raspó y quedo hecho polvo.
Ignacio Gumucio es pintor hace más de quince años y hoy estoy viendo sus pinturas en Galería AFA en la exposición “Sauce mental”, en el centro de Santiago. Aunque no está Ignacio, en la sala puedo ver ese mismo dialogo cómplice entre el artista y el soporte que resultó en las once obras dispuestas en el espacio, paisajes que él imagina solo pero en los que todo espectador cree. La exposición entera habla con ella misma para narrar un día que no existe, donde los sauces brillan con un sol endemoniado de medio día y él, desde una perspectiva sin cuerpo, pone pintura para crear espacios genéricos amarrados a una atmósfera que, de alguna manera u otra, existe particularmente en la mente de todos, un aire con color de nostalgia donde casi se pueden oír y ver los sauces llorones existir.
Hay algo burdo en cada una de las once obras de la exposición. Los materiales (óleo, esmalte barniz marino, barniz de poliuretano sobre lona o madera) son algo recurrente en las obras de Gumucio. Una materialidad que se nota tosca pero que es tan consciente que cada trazo destapa una idea nueva y poderosa: un momento, un espacio, un recuerdo nítido pero inexacto. Estos materiales utilizados una y otra vez en las pinturas corroboran su intención, como si fuera el pintor quien pone las leyes de la gravedad que van construyendo la imagen.
La pintura que cae va haciendo el sauce o desciende en una línea horizontal y es ahora un río que tapa una figura que ya estaba. Luego, una capa de pintura como sombra define un espacio, o una capa de barniz apenas deja ver una forma en el fondo. Cada pintura contiene tantas ideas como capas, así pinta Gumucio. Al final invoca memorias, espacios y materiales, negocia con todos ellos y no hay una sola idea protagónica pues todas llegan a un justo acuerdo de aportación.
Cuando llegué al pasaje Phillips y encontré el número 16, donde queda la Galería AFA, no sabía todavía qué esperar. Solo había visto un mural en proceso pero no había visto de frente un cuadro de Gumucio. Subí las escaleras y las obras estaban atrás en la sala, ahí puestas en silencio y la sala estaba vacía. Lo primero que veo es el cuadro principal Sauce mental. Entiendo los materiales, ese sauce no lo hizo Ignacio, lo hizo la pintura que cayó, como también lo había visto suceder en el mural que estaba construyendo. Son puras negociaciones con el material, como lo había advertido antes, y así se construye una muestra de once obras exhibidas en la sala del centro de Santiago.
Lo que tengo en la mente es otra de las once obras de “Sauce Mental”. Está en diagonal a la obra protagonista y del mismo nombre, se trata de un díptico de un paisaje ya familiar en el contexto de la muestra pero una pintura tan única como cada una de las expuestas. Un paisaje constituido de varias capas dejando así un lugar amplio y panorámico de un espacio pintado de memoria pero de ninguna manera mecánicamente. Ignacio Gumucio no tiene referentes directos, son imágenes que pinta de su memoria o que, más bien, son los materiales que utiliza que le invocan ciertas imágenes recordadas para hacerlas “reales”; un punto de encuentro entre el material, el soporte y sus propias imágenes mentales.
Lo que tengo en mente
Ríos, sauces, jardines, un pastor alemán y una figura humana hacen de esta muestra un conjunto de espacios mentales. No son memorias de algo porque no hay nada puntual que recordar, son solo imágenes construidas con lo que tiene en mente Gumucio: espacios mentales vagos e inexactos llenos de ideas pero con una nitidez que solo la acumulación de varias de ellas puede lograr, así como en la materialidad muchas capas y varias ideas pueden lograr una imagen completa y final y como mucha pintura cayendo construyó finalmente un gran sauce llorón.
Demonio de mediodía, Un río, largo, La fiebre como pasatiempo, El alemán, y Lo que tengo en la mente son algunas de las obras que están en AFA hasta el 5 de noviembre. Son once obras que juntas construyen un lugar adentro, bien adentro de la mente de Gumucio, o de la mía, o de la de otros, imágenes mentales de elementos genéricos que terminan construyendo paisajes tan reconocibles como propios.
Lea «Transar sin avanzar», una conversación de Ignacio Gumucio con María Berríos
* Esta nota forma parte de una serie de artículos co-editados con Taller BLOC.