Hoy publicamos una crónica de viaje, llena de asombro y admiración, escrita por Diego Spielmann, estudiante de la Licenciatura en Lengua y Literatura, en el marco del taller de crónica, impartido por Gabriel Zanetti, docente y escritor: “Dos meses fuera de Chile en el país origen del idioma español, y ni todas las palabras de esa lengua alcanzan para describir el entusiasmo que me causaba la idea de este viaje siendo tan joven y tan amante de la cultura, la historia y la arquitectura europea”
Enero, dos años atrás. Mi madre consigue una beca (creo que era una beca) para realizar una investigación en Valencia, España. El trato era simple: a ella le dan cuatro millones de euros para gastarlos en pasajes, alojamiento y para vivir dos meses fuera del país los meses de enero y febrero, y ella a cambio realiza la investigación en la Vniversitat de València en nombre de la Universidad de Chile. Lo que no venía en el trato que mi madre hizo fue colarnos a mí y a mi hermano al viaje.
Dos meses fuera de Chile en el país origen del idioma español, y ni todas las palabras de esa lengua alcanzan para describir el entusiasmo que me causaba la idea de este viaje siendo tan joven y tan amante de la cultura, la historia y la arquitectura europea. Teníamos el plan perfecto: cuatro días antes de la fecha indicada en la que mi madre debería estar en Valencia, viajaríamos primero a Barcelona para pasar un tiempo ahí, y después movernos a Valencia. Había más planes para el resto del viaje, pero los primeros días serían exclusivos para pasarlos en Barcelona. Catorce horas de viaje entre países, más una hora y media de viaje entre las ciudades de Madrid y Barcelona terminarían valiendo la pena. Recuerdo el primer choque cultural: dos hileras de más de veinte taxis oficiales del aeropuerto de Barcelona a la espera de pasajeros. Ocurrieron después otros múltiples choques culturales que cambiarían por siempre mi visión de Chile y, por ellos, hasta el día de hoy solo pienso en volver a España en el futuro…
Mi madre nos muestra un mapa oficial del sistema de metro de Barcelona: la ciudad tiene tantas líneas que no puedo recordar cómo funcionaban. Tras tomar uno de los taxis oficiales del aeropuerto, antes de que este nos dejara en la calle donde está el apartamento que nos alojaría, nos damos cuenta de que cerca hay algo que parece ser un coliseo, asumimos que es una estructura histórica. Esa misma noche iríamos a recorrerlo.
Otro impacto más: el Burguer King al que pasamos para comprar algo para celebrar la llegada a Barcelona solo tiene los posters en un idioma extraño. Ahí es cuando me enteró de que en todo el territorio de Cataluña el idioma preferido es el catalán y no el español. Aún más impactante, el Burguer King es considerado una opción secundaria de almuerzo en España, la diferencia de precios entre aquí y allá por los combos es ridícula.
En la noche fuimos a recorrer por fuera el coliseo como habíamos planeado. No estábamos seguros de si se podría entrar en él así sin más. Allí nos damos cuenta de que ese “coliseo” es en realidad un “mall”. Después volvimos al departamento a dormir, ansiosos de las aventuras que se nos venían, y así terminamosnuestro primer día en España.
Al día siguiente visitaríamos el Camp Nou por petición de mi hermano. Al tomar el metro del centro, distinto del metro que lleva al aeropuerto, veríamos que este tiene en cada puerta un dispositivo para ser abiertas, no se abren todas automáticamente como en la capital de Chile, uno abre la puerta cuando debe subir y bajarse.
Es imposible describir con palabras la diferencia entre las calles de Barcelona y las de Santiago de Chile. Llegamos al Camp Nou, el tamaño del estadio es ridículo. Tienen una tienda oficial del Barcelona Fútbol Club de dos pisos. Lo que más nos sorprende de esta tienda es que sus ganancias van directas al club. No a las marcas o las empresas como ocurre en el fútbol chileno: las ventas de la tienda oficial del Fútbol Club Barcelona van para el equipo de fútbol. La tienda es tan grande y tiene tantas cosas que mi hermano se demora entre media hora y cuarenta minutos en decidirse por algo. Al final, se compra un polerón oficial del club, con un precio de ochenta euros: la compra más cara de todo el viaje.
Afuera del estadio pero dentro del recinto, hay unas letras del tamaño de personas con luz blanca de neón, las cuales tienen la inscripción #FORÇABARÇA. Por obligación de turista le tomamos múltiples fotos a las letras y varias fotos de nosotros posando con ellas
Más tarde ese mismo día encuentro el primer libro que compraré de los ocho que terminaría comprando al final de todo el viaje, Enciclopedia Nazi contada para escépticos de Juan Eslava Galán. Lo reviso un poco mientras cenamos en un lugar de comida rápida cuyo nombre recuerdo, pero que sé que no existe en Chile. Y puedo asegurar esto por su sistema de cobranza: por cada plato que escogías, te ponían en tu cuenta un palillo de madera, esos típicos que se usan para picar un sándwich. El precio final de la cuenta sería el de los bebestibles más la cantidad de palillos de madera, a un euro y medio cada uno.
Recuerdo la historia que nos contó mi madre en ese momento sobre el viaje que había hecho anteriormente a España: almorzando en un local de la misma empresa con sus compañeros de trabajo, ella –como buena chilena– preguntó por qué a nadie se le ocurría simplemente ocultar los palillos para evitar pagar tanto, y ellos como buenos españoles le preguntaron que por qué alguien querría hacer eso.
En la noche volvemos a la estación de metro Plaça Espanya, la segunda más cercana a nuestro apartamento después de Tarragona. Quisimos bajarnos más lejos para visitar una estructura que hasta el día de hoy creo que es la más hermosa que he visto en mi vida: el Palacio de Montjuic, que todas las noches, iluminan de frente. No sé por qué hacen esto, pero de curioso volví al día siguiente a visitar el palacio a plena luz solar…
Al tercer día en la mañana visitaríamos el palacio de nuevo, y tuvimos la suerte de ver la pileta funcionando. Después de esto fuimos a ver lo que hasta el día de hoy creo que es la estructura más extraña que he visto: la Basílica de la Sagrada Familia, que lleva cien años en construcción y todavía no ha sido terminada. Puedo corroborar esto porque vi las grúas en el lugar. Nada más ocurrió el tercer día.
El cuarto día decidimos descansar en la mañana. A las dos y media de la tarde teníamos que tomar el tren para viajar a Valencia. En la estación veo algo que nunca podría ver en Chile: en la vitrina de una tienda hay anuncios dedicados a libros recién publicados. También es en ese momento cuando me entero que en España te cobran un cuatro por ciento de Impuesto sobre el Valor Añadido para comprar libros, y que en Chile el precio que se añade es el diecinueve por ciento. Mi ira en ese momento fue similar a la que siento hoy en día cuando recuerdo la magna ofensa de la política chilena.