Nuestra serie “Lectura del año” continúa, esta vez recuperando un clásico. Daniel Lastra, ex-alumno de la Universidad Alberto Hurtado, nos habla de su reencuentro en estos días de confinamiento, con Demian de Hermann Hesse, novela que no leía desde la adolescencia, y que hoy logró mirar desde sus matices. La formación que la obra propone “no pretende formar sujetos cívicos y funcionales sino seres humanos que se conozcan a sí mismos, auténticos, y atentos al devenir”, nos dice Daniel.
Quería tan sólo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?
Con estas líneas Hermann Hesse da inicio a su novela Demian, publicada en 1919, la que nos cuenta, en la voz de Emil Sinclair, su protagonista, con profunda sensibilidad y de manera reflexiva, cómo, a partir del encuentro de éste, en su infancia, con el enigmático niño de su colegio llamado Max Demian, se desarrolla un complejo proceso de búsqueda, cuestionamiento, de autoconocimiento –y, en último término, de despertar– y de las vicisitudes que se relacionarán directamente con este proceso a través de sus años de formación escolar hasta el estallido de una guerra una vez alcanzada su mayoría de edad. En este proceso de autoconocimiento, de revelación del yo más interno, cobra especial relevancia la representación dual del mundo: por un lado, se nos presenta el «mundo luminoso», identificado en primera instancia con el hogar, lo familiar y lo conocido, asociado luego con Dios, la pureza, la justicia, el amor materno y, en suma, el bien; y por otro, el «mundo oscuro», relacionado con el demonio, el pecado, el crimen, el asesinato, lo obsceno y, en suma, el mal. El contacto entre ambos mundos y la gravitación de dichos universos antitéticos –especialmente el segundo– ejercerán una enorme influencia sobre Sinclair. Su tendencia hacia uno u otro espacio es lo que irá definiendo su formación, su crecimiento personal y conocimiento de sí mismo, hasta resolver, simbólicamente, la pugna o incompatibilidad entre ambos polos (luz y sombra, bien y mal) a partir de la representación de Abraxas como la divinidad que unifica y mezcla lo sagrado y lo profano, lo trascendente y lo carnal, lo paradisíaco y lo abisal, es decir, en la que confluyen ambos mundos.
Recuerdo que la primera vez que leí Demian en mi adolescencia, me fue muy fácil empatizar con Sinclair; la formación religiosa, la diferenciación de los mundos en la infancia, el sentimiento de extrañeza, todo esto me resultaba real, por así decir, y propio; sin embargo, creo no haber reparado hondamente en la tormenta interna del personaje y en la complejidad de su formación. Actualmente, tras releer el texto, lo que me resulta más sorprendente o llamativo es la formación de Sinclair; aquella senda solitaria y escarpada que debe transitar para conocerse a sí mismo o poder ser él mismo, para nacer, romper un mundo y volar hacia Abraxas.
“No soy un hombre que sabe. He sido un hombre que busca y lo soy aún, pero no busco ya en las estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mí. Mi historia no es agradable, no es suave y armoniosa como las historias inventadas; sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos” (Demian, Hermann Hesse).
Es interesante el modo en que la acción del relato se interrumpe, de manera constante, para volverse hacia el interior de Sinclair y es porque, precisamente, su interior está en ebullición, repleto de imágenes, de símbolos, de sentimientos, de deseos, fantasías, sueños y delirios que se entrelazan y le revelan distintos matices, verdades fragmentarias de su ser más íntimo, mientras se contraponen, simultáneamente, en este mismo plano, el mundo luminoso y el oscuro. Es en el interior, por tanto, donde se desarrolla, más clara e intensamente, la formación singular de Sinclair.
En este sentido, me resulta fascinante que la formación del protagonista se presente, a menudo, como una deformación o una degradación desde el primer paraíso familiar. Si bien la narración sigue un orden cronológico lineal: infancia-adolescencia-juventud de Sinclair, su desarrollo psicológico, emocional y espiritual es completamente intrincado, con más bajos que altos. El mismo personaje expresa, en ocasiones, su sentimiento de caída, de ir cuesta abajo, de muerte. Y, si esta formación, aparentemente decadente, me resulta fascinante, no se debe a un sentimiento morboso, sino a que veo en ella una actitud contestataria: la formación de Sinclair se plantea como una contraformación o, por lo menos, como una formación diferente.
Sinclair se abstrae del mundo, se repliega sobre sí, vive en sus sueños, fantasías e intuiciones, crece hacia adentro, dudando y debatiéndose entre el paraíso y el infierno; este y no otro es su camino escabroso y su «escuela», pues se forma desde el interior. Naturalmente necesita la ayuda de un guía (por lo general, Max Demian, su alter ego) que lo oriente cuando está totalmente perdido, cuando parecen no haber más caminos. Su formación, por lo tanto, se opone a lo que podemos denominar una formación tradicional, ya que, por un parte, no busca cultivar el razonamiento sino la intuición y, por consiguiente, no le interesa llegar a conocimientos objetivos sino a verdades subjetivas, y, por otra parte, no pretende formar sujetos cívicos y funcionales sino seres humanos que se conozcan a sí mismos, auténticos, y atentos al devenir.
“Para el hombre despierto no había más que un deber: buscarse a sí mismo, afirmarse en sí mismo y tantear, hacia adelante siempre, su propio camino, sin cuidarse del fin al que pueda conducirle. (…) Muchas veces había jugado con imágenes del futuro y había ensoñado los destinos que me estaban reservados, como poeta quizá o quizá como profeta, como pintor o como quién sabe qué. Y todo esto era equivocado. Ya no existía para hacer versos, para predicar o pintar. Ni yo ni ningún otro hombre existíamos para eso. Todo ello era secundario. El verdadero oficio de cada uno era tan sólo llegar a sí mismo” (Demian, Hermann Hesse).
Desde otro ángulo, la formación de Sinclair me resulto llamativa por su espíritu eminentemente crítico. Quizás lo primero que éste aprende de Demian es a cuestionarse lo aprendido, a considerar las cosas desde otro punto de vista, partiendo ni más ni menos que de la historia de Caín y Abel. Esta subversión de la lectura religiosa de algunos relatos bíblicos resulta ingeniosa y seductora, en cuanto nos sugiere que todo texto, todo relato, toda historia, incluso aquellas revestidas de sacralidad y, de cierto modo, incuestionables, están siempre sujetas a nuevas interpretaciones que pueden aportarnos significados más ricos, valiosos y personales. Asimismo, al advertir que estos discursos religiosos forman parte de la educación escolar de Sinclair, podemos pensar que la subversión de sus significados no está en función de cuestionar únicamente lo religioso sino lo escolar mismo, la formación tradicional, acentuando así el desarrollo del protagonista como una contraformación. Cabe decir que, no obstante este cuestionamiento, Sinclair rara vez logra desprenderse de lo sagrado, ya que su desarrollo espiritual, casi místico, está estrechamente relacionado al ámbito religioso y simbólico, a una febril devoción, a una actitud de entrega, a visiones y revelaciones, y, en último término, a Abraxas que, aun cuando comprenda el mundo luminoso y el oscuro, no deja de ser una divinidad.
Al final, Demian me parece una novela de formación diferente o de contraformación que, a través del desarrollo confuso e inquietante de su protagonista, impulsado por la intuición en un mundo que constantemente se hace agua, nos invita a nosotros como lectores a empatizar con Sinclair y, en consecuencia, a reflexionar críticamente sobre nuestra propia formación, sobre aquello que aceptamos como verdad y sobre nosotros mismos. Me pregunto, por ejemplo ¿En qué sentido mi aprendizaje ha desarrollado mi intuición? ¿Cómo mi formación ha favorecido –o no– mi autoconocimiento? ¿Qué tipo de relación establecen mis sueños con la realidad? y ¿De dónde vienen mis deseos?