Mabel Moraña está en Chile y dará dos conferencias, una en la Universidad de Chile, el 7 de agosto, y otra en la Universidad Finis Terrae, el 10 de agosto. A raíz de esta visita hemos querido aportar con la republicación de la siguiente entrevista que le hizo la docente e investigadora de la UAH, Rosana Ricárdez, el año 2021, para esta revista. Los invitamos a leerla.
Mabel Moraña es titular de la Cátedra William H. Gass de Humanidades, en la Washington University in Saint Louis, y especialista en crítica y teoría culturales, narrativa latinoamericana contemporánea, estudios poscoloniales, historia intelectual, género y violencia, entre otros. En estos momentos, Nosotros los bárbaros. Tres escritores mexicanos en el siglo XXI, su último libro, está en prensa y aborda la obra completa de los autores mexicanos Yuri Herrera, Valeria Luiselli y Fernanda Melchor. Hoy, Rosana Ricárdez, traductora, docente y miembro de la Red de estudios literarios y culturales de México, Centroamérica y el Caribe (ReMCyC), entrevista a Mabel y nos lleva a una fascinante conversación en la que se entremezclan la vida y la profesión de esta imprescindible autora.
Es común encontrar cada año alguna publicación –individual o colectiva– de Mabel Moraña (Montevideo, 1948) y, en ese sentido, el 2020 no ha sido la excepción. Los libros que vieron la luz a inicios de este 2021 ya habían sido planeados y trabajados desde hace mucho, aunque ciertamente armados en época reciente. Me refiero a Líneas de fuga. Ciudadanía, frontera y sujeto migrante (Iberoamericana-Vervuert, 2021) y Pensar el cuerpo. Historia, materialidad y símbolo (Herder, 2021). En esta entrevista, si bien ambas publicaciones aparecen como tema central, existe un interés paralelo por enfatizar el cruce de la profesión con la vida de la autora, dado que justamente abordan el cuerpo y la migración. Es casi imposible pensar en la trayectoria académica de una persona sin pensar en el curso que ha seguido su vida –sus afectos– o en la lengua en la que trabaja. Así, pues, tanto la vida de Mabel Moraña, como su relación con el español habitan esta conversación.
Rosana Ricárdez (RR): Vives y trabajas Latinoamérica desde Estados Unidos, por lo menos a partir de los ochenta. Has desarrollado tu trabajo tanto en inglés como en español. A raíz de comentarios y opiniones de amigos y profesores, tengo la impresión de que en Estados Unidos se sigue considerando al español “por debajo de”. ¿Cuál es el estatus de esta lengua en la academia estadounidense?
Mabel Moraña (MM): En Estados Unidos el español es, principalmente, la lengua de los migrantes, los lavacoches, los que atienden en restaurantes, los que limpian las calles, los jardineros. Es muy común oír “yo estudio español para comunicarme con la gente que me corta el césped”. O sea, tiene esa carga de subalternidad, a pesar de que existe también una gran cantidad de producción cultural en esta lengua. Se sigue trabajando como lengua extranjera, cuando en realidad es la segunda lengua nacional. Hay muchos millones de personas que hablan español y, muchos de ellos, exclusivamente español. No es una lengua extranjera como el francés o el alemán, es una lengua nacional. Tú puedes, de vida a muerte, hacer tu vida en español, sobre todo en ciertas regiones. Lo que sucede es que tiene cierta desvalorización, que viene de la historia entre ambos países y de la desigualdad económica entre ellos.
En muchos sentidos, Estados Unidos nunca ha dejado de considerar a América Latina el patio de atrás, en el sentido de que es el lugar donde se produce mucho de lo que el país consume, de donde viene mano de obra barata y desde donde se importan muchos intelectuales. Claro, todo eso crea en el imaginario social una jerarquización, que tiene que ver con el racismo endémico de los Estados Unidos, con la discriminación por el color de la piel, por el estatus socioeconómico. Todo eso se percibe también a nivel universitario. Hay que remar a contracorriente, porque la administración universitaria nunca da una gran relevancia a lo que se hace en el campo de las humanidades –y particularmente en español.
En Estados Unidos no es prioritario analizar formas de conciencia social o de representación de esa otredad. Sin embargo, como el racismo se ha visibilizado mucho últimamente, se han tenido que implementar una cantidad de estrategias para contrarrestarlo,sobre todo a raíz de los ataques policiales a personas afroamericanas. Y ahí también el español –o lo latino–, va “después de”. Porque cuando hacen esas políticas universitarias de integración de diversidad, de los latinoamericanos nadie habla, es como si no tuvieran raza. Como si a esos efectos no fueran también uno de los sectores que socialmente es discriminado por el color de su piel, por su estatus, por la lengua que habla. Entonces es una batalla en la que no siempre se dicen las cosas por su nombre, pero que todos venimos dando.
Lo que pasa es que hay muchos latinoamericanos insertos a nivel universitario. Con los grandes exilios latinoamericanos –los de mi época, anteriores y posteriores–, llegó una intelectualidad que es difícil desconocer. Hace pocas décadas teníamos las grandes olas de estudiantes que querían estudiar en Estados Unidos, que ya no sucede. ¿Por qué un mexicano podría querer venir a estudiar a los Estados Unidos si hay excelentes programas de doctorado en México? Solamente por cambiar de país, de ambiente, porque en este país tradicionalmente se podía conseguir trabajo más fácilmente. En verdad, en muchos países de América Latina hay grandes programas de doctorado, en Colombia, en Argentina. Antes no era así y se recibía gran cantidad de estudiantes latinoamericanos que después hacían muy buenas carreras.
Estoy hablando en términos generales, porque hay grandes latinoamericanistas americanos, y desde los años ochenta –como mencionabas– se ha visibilizado el racismo, por lo cual se han tenido que poner en marcha estrategias para contrarrestarlo. Pero desde la perspectiva dominante, la cuestión del racismo se limita a los negros, porque este es un problema histórico y es obvio que allí hay un problema que aún hay que resolver. Algo similar sucede por el lado de la migración, ya que sienten que el migrante viene a perturbar el equilibrio de la ciudadanía. La migración, el cuerpo, la cuestión de los monstruos, todos estos temas que he trabajado en mis últimos libros, tienen que ver con biopolítica y con el tratamiento de los cuerpos. Y los cuerpos son culturas, son sociedades enteras.
El cuerpo nos delata, entonces, con particularidades que se encuentran adheridas a la piel y a la fisionomía y que la cultura dominante tiende a manipular, minimizar o hipertrofiar, según los casos […] Esas formas de recorte social no son autónomas, sino que se encuentran estrechamente relacionadas con condiciones económicas, políticas y culturales y con desarrollos diacrónicos que determinan la conciencia social y sus procesamientos cotidianos.
Mabel Moraña. Pensar el cuerpo.
RR: Entonces, ¿cuál ha sido y es la ventaja de trabajar desde Estados Unidos?
MM: La gran ventaja de trabajar en los Estados Unidos es que proporciona no solamente la infraestructura, desde la cual puedes hacer muchísimas cosas que no puedes hacer desde América Latina –porque aquí están las grandes bibliotecas, los especialistas, las becas–, pero también proporciona distancia. Entonces ves América Latina con mayor perspectiva.
Cuando llegué a este país ya había vivido en Venezuela unos años –durante el exilio–, había ido mucho a México, conocía bien el Perú, entonces después de eso tener una vista aérea, podríamos decir, de América Latina. Si la conoces bien, esa distancia es muy beneficiosa. Aparte, “estudios culturales” permitió articular muchas disciplinas. Mucho más en Estados Unidos que en América Latina. Aquí trabajamos mucho con antropología, con sociología, etc. Todo eso permite una visión, en mi caso al menos, más completa de la que hubiera podido tener trabajando in situ.
Como en toda situación, se gana y se pierde. Se pierde, por ejemplo, la cercanía del proceso de producción de la cultura. Tú estás ahí y estás viendo cómo se produce la cultura. Estás en contacto con los escritores, con las instituciones, con la sociedad misma.
RR: Me cuesta trabajo pensar en tus libros –en los cuerpos, las migraciones, los monstruos– sin esa trayectoria de vida, esos cambios de países, y sin esas vivencias como persona que quizá solo después son intelectualizadas.
MM: Yo llegué a este país como estudiante graduada de doctorado desde Venezuela. Tenía dos hijas pequeñas. De manera que hice toda mi carrera de estudiante, con las dos pequeñas. El otro lado de mi carrera es todo el aprendizaje de cómo sobreviví. Yo había estudiado muchos años inglés pero lo hablaba muy mal. Todavía tengo mucho acento, aunque enseño en inglés. Y una mujer en cualquier sitio, con dos niñas, peleando el proceso profesional, es mucho más difícil que en el caso de los colegas hombres, que suelen tener a la mujer en casa como un apoyo permanente. Eso es otro lado de la profesión interesante, en el sentido de cómo eso impulsa. Si no lo dejas actuar como freno, es un impulso para seguir adelante.
A través de esa situación, pude ver la lucha del español. Mis hijas hablaban español, aunque la más pequeña aprendió a hablar en inglés –era muy chiquita cuando llegamos–, pero siempre fueron bilingües. Cuando en la escuela se enteraban de que hablaban español, en ocasiones otros niños las atacaban. ¿Por qué, si tú eres blanca, hablas español? Y los centroamericanos también porque las veían como traidoras: ¿por qué hablas mi lengua si tú eres blanca? Fue un proceso desconcertante pero socialmente interesante, también.
Esa cuestión de la raza vivida desde los niños –estoy hablando de décadas atrás– es interesante como aprendizaje, de cómo se maneja la cuestión social y cultural a esos niveles. En la historia del español hay también esos lados. Nosotros mantuvimos bien el español, ellas también, gran vocabulario… No obstante, también vivimos el otro lado de la cuestión, que es el caso de gente que viene [a Estados Unidos], niños –en muchos casos– que nunca llegan a aprender y a absorber el inglés pero sí pierden el español. Son dos pérdidas. Se expresan en un spanglish mutilado.
En cierta época todos idealizamos el cambiar de cultura, el multiculturalismo, hablar varias lenguas, pero a veces no se adquiere otra, a veces pierde la propia y la otra no se llega a adquirir. Se ven chicos, incluso a nivel universitario –el fenómeno no sucede tanto en las universidades privadas–, luchando para expresarse y es muy triste porque esa dificultad comunicativa tiene un valor simbólico también. Alguno me decía alguna vez: si yo aprendiera muy bien inglés me separaría de mi familia, porque no me entenderían. Hay dramas culturales muy importantes vinculados a la migración, de muchas maneras. Es interesante haber aprendido esas cosas por la vida misma.
RR: Calificas Líneas de fuga como un libro muy ambicioso y largo, cuyo foco es la migración actual, desde la historia, pasando por la antropología, la ciencia política, la sociología y la filosofía. ¿Cuál es el hilo conductor de este libro de 800 páginas, más allá de lo vasto y sugerente que puede resultar el sustantivo migración y el verbo migrar?, ¿qué otros temas encontraremos?, ¿cómo es que da para tanto?
MM: Como es de esperarse, un gran aspecto de la cuestión migratoria es el tratamiento biopolítico del cuerpo y las estrategias que se utilizan para la manipulación del cuerpo humano en relación con los conceptos de ciudadanía, frontera, exclusión. Entonces, aunque es un libro largo y por momentos técnico –en el sentido que tiene que tomar en cuenta procesos migratorios, cuestiones legales, diversos estatus, por ejemplo, el asilo político, el estatus del refugiado, el migrante sin documentación–, se mueve entre una serie de categorías que legalmente están diferenciadas. De todas maneras el tema del cuerpo subyace, porque de eso se trata, del derecho humano a la movilidad. Toda persona tiene derecho a moverse, en general por voluntad propia pero también en relación directa con la necesidad de sobrevivir. Ahí hay un cuestionamiento sobre el tema de frontera, pero también un tratamiento extenso de la historia de la frontera y de las diversas formas físicas y tecnológicas utilizadas para contener los flujos migratorios o las transgresiones, los pasos de un territorio a otro, desde tiempos inmemoriales.
RR: Pese al auge que han tenido como tema en las últimas décadas, los afectos se dejaron de lado durante mucho tiempo; más aún si se trataba el cuerpo. ¿De qué forma tienen cabida en un libro así?
MM: Como dices, no siempre se asocia integralmente la cuestión del afecto al cuerpo. Es como si los afectos existieran en una órbita particular, flotando en el vacío, como si se hubieran evaporado con la estética del romanticismo. Pero, como sabes, ha habido un gran resurgimiento.
Trabajo bastante el tema del afecto en Líneas de fuga y una cuestión fundamental es el rechazo del otro, que es algo que todos los seres vivientes de alguna manera experimentan, incluso los animales. Si metes un animal de otra especie donde no le corresponde, el resto de los animales del rebaño se asustan, se sienten amenazados, gruñen… hay un rechazo a la otredad, hay un proceso de alterización que nosotros controlamos de manera racional. Pero hacemos menos de lo que deberíamos, porque ahí está la discriminación, el rechazo.
Todo eso está lleno de elementos afectivos. ¿Qué nos causa el otro, qué parte de nosotros estamos viendo en los otros como si fuera un espejo?, ¿qué es lo que rechazamos de verdad: lo que podríamos haber sido, lo que quizá somos o en lo que podríamos convertirnos? Ahí hay una cuestión llena de imponderables, pero completamente afectiva y visceral.
Es el rechazo del otro y la construcción de una alteridad amenazante lo que quizás explica, de alguna manera, el fenómeno de la agresión. Observa el tratamiento –desde hace décadas, no es una cosa de ahora–, de los africanos en varios países europeos –y además tenemos el Holocausto para pensar en el tema–. Basta pensar en la América Latina colonial, donde la otredad del indio y del negro era utilizada en beneficio de la consolidación del capital, porque si el otro es inferior podemos utilizarlos para nuestros fines. Siempre hay un elemento económico, un elemento de poder.
El poder es tan central como el cuerpo, en la civilización occidental. Hay una centralidad de la importancia del poder que Foucault, por supuesto, captó en gran medida y que los biopolíticos posteriores unieron claramente al tema del cuerpo. Todo lo que Foucault percibió a nivel institucional y a nivel genealógico en esa arqueología del poder, los biopolíticos lo aterrizaron en la “gobernabilidad”, que es la última gran intuición de Foucault. Todo viene, en buena medida, de Foucault, que a su vez lo sacó de otros, cuyo trabajo también está en mi libro sobre monstruos,[1] porque la construcción de la monstruosidad es un ejercicio de poder.
RR: La segunda publicación de este año se titula Pensar el cuerpo. Historia, materialidad y símbolo (Herder, 2021). Me dio la impresión de que es un paneo enorme, una síntesis que no debió ser sencilla. ¿Cómo fue el proceso de este libro, su delimitación? Pese a que trata del “cuerpo”, también abordas los desplazamientos…
MM: El tema del cuerpo subyace en la cuestión migratoria y eso también ha derivado en un tratamiento del cuerpo como si fuera un objeto desechable. Este es un concepto muy manejado por los estudiosos de migración, porque se nota el desprecio que hay por la vida humana en nombre de regulaciones político-administrativas con la noción de ciudadanía. Hay un momento en que el concepto de hombre y de ciudadano van juntos. Se habla durante mucho tiempo de los derechos del hombre y del ciudadano como si fuera una unidad conceptual, legal, ética, etc. Sin embargo, en estos momentos estamos viendo una oposición de ambos. En nombre de la ciudadanía y los derechos de la ciudadanía se realiza la transgresión de los derechos del hombre (hombres, mujeres, niños, ancianos, etc.). Ese es uno de los conflictos más grandes de nuestro tiempo. Eso desemboca en algunas situaciones como el hecho de que el Mediterráneo, antes el Mare Nostrum, se ha convertido en un mar verdaderamente ajeno, en una tumba colectiva donde sucumben gran cantidad de africanos, de ciudadanos árabes, de Europa del Este o de distintas regiones que tratan de llegar al continente europeo, invirtiendo así unos flujos migratorios que tradicionalmente fueron desde Europa hacia el resto del mundo. Ahora a Europa le ha tocado recibir y sienten el derecho de rechazar los cuerpos migrantes. Todo esto para decir que la cuestión del cuerpo subyace, evidentemente, los grandes dramas de nuestro tiempo.
Pensar el cuerpo fue un libro de planeación casi espontánea. Estaba en prensa el libro de migración[2] y escribí estemuy rápidamente. La idea principal es que en el cuerpo físico, en la corporalidad, se anudan una serie de conflictos y de temas políticos, económicos, filosóficos, éticos, estéticos. Entonces, capturando el tema del cuerpo y la importancia que históricamente ha tenido la corporalidad se puede llegar, a una serie de conflictos o aspectos del conflicto actual centrado en el posicionamiento del cuerpo en la globalización.
De todas maneras, el libro –subtitulado Historia, materialidad y símbolo– persigue básicamente esas cuestiones. Son veinte capítulos, incluyendo una introducción, donde hay un aspecto histórico, cómo se ha leído, cómo se ha visto la corporalidad y, luego, cómo se le ha representado en la historia del arte. O sea, hay una cantidad de elementos y de evoluciones –o de transformaciones– en cuanto a los métodos y las concepciones del cuerpo.
Porque siempre el cuerpo ha sido básicamente un misterio. Cómo funciona, cuáles son sus centros principales, qué es lo verdaderamente humano, el cerebro, el corazón, los flujos sanguíneos, el cuerpo de la mujer, particularmente un cuerpo misterioso donde se aloja la vida, la mujer que da a luz, que es la clave de la reproducción de la especie, los flujos sanguíneos, una enorme cantidad de elementos que también trabajé ampliamente –y eso preparó mucho este libro– en El monstruo como máquina de guerra. De hecho, es uno de los mejores que pude armar y tiene también en el cuerpo esa centralidad.
La monstruosidad es la distorsión de la corporalidad, pero también de la afectividad, de la psicología. Y son esos encuentros entre biología y tecnología los que trabajé en El monstruo… al hablar de Frankenstein, de cómo la tecnología altera los conceptos de vida y muerte. Ya no sabemos dónde empieza la vida, dónde acaba esta y empieza la muerte… con los trasplantes, por ejemplo. Con un órgano trasplantado, ¿llevamos vivo algo de alguien muerto? ¿O cómo pensamos la incorporación de elementos tecnológicos al cuerpo?
Entonces ahí tenemos una intervención tan importante de la tecnología que todos, de alguna manera, vamos incorporando grados de robotización. Así, desde ese libro trato lo posthumano, la relación entre lo humano y lo tecnológico, esos límites y esas expansiones de esa corporalidad.
Imagen de portada: obra de Chico da Silva (Francisco Domingos da Silva). Fotografía de João Liberato.
[1] Se refiere a El monstruo como máquina de guerra (Iberoamericana-Vervuert, 2017).
[2] Se refiere al ya mencionado Líneas de fuga.