Hoy que tenemos los espacios vedados quizás sea un buen momento para pensar en ellos. «Ante La destrucción de los espacios (Calabaza del Diablo, 2019), nombre de este libro de Raúl Hernández, se responde con la introspección a sí mismo, ese ejercicio monacal hecho en las calles por quien lleva demasiado tiempo recorriéndolas», dice Gastón Carrasco en la presentación de este nuevo poemario.
Nos toca ensayar nuevas respuestas, pero ya volverán las calles y nosotros también a ellas.
Voy a abusar del lugar común
de las presentaciones:
conozco a Raúl hace años
cuando él era un poeta joven
y yo solo joven
“Oh tiempo, detente”, dice Hayashi Sho en uno de los epígrafes del libro. El poeta asume la imposibilidad de exorcizar o detener el tiempo haciéndose parte de él. Las campanadas en el barrio, anuncio de la posible presencia de dios o esa sensación de estar atrasado en algo, marca el avance de las horas, como en la Edad Media cuando no se ejercía la democratización del tiempo. Ante la destrucción de esos espacios, nombre de este libro de Raúl Hernández, se responde con la introspección a sí mismo, ese ejercicio monacal hecho en las calles por quien lleva demasiado tiempo recorriéndolas. Una actualización de la figura del flaneur implica, necesariamente, un compromiso ético con el espacio, un cuestionamiento activo, o lo que Bernstein llama “meditación en movimiento”. La ciudad se contempla mientras se participa de ella. De ahí la necesaria cotidianidad de los versos, esa práctica objetivista que no implica la imposición de un estilo, sino la transparencia del lenguaje, el montaje justo de las partes.
El poeta en medio de la destrucción comprende que hay un tiempo sobrepuesto a otro. El mural de la infancia con la certera frase “Allende vive” existe en el poema, en tanto forma de resistir a la higienización y gentrificación de los espacios. Insisto, “Allende vive” existe en el poema. La vida de barrio y la compañía cotidiana es un bálsamo ante la destrucción de ese afuera. El espacio interior en contraste al espacio público intenta resistir al embate de la modernidad trepidante en forma inmobiliaria.
Toda la ciudad se asume en movimiento, en necesario intentar aprehender el instante que se esfuma con la rapidez de un lanza. Está todo sucediendo al mismo tiempo y no es posible que se pierda el registro. La filmación de la destrucción urbana como un discurso más en el contexto de:
“El incierto
panorama
económico
mundial
cuando enciendo el televisor” (16).
La ciudad advierte su constante estado de cambio, crisis y cambio (sinécdoque del mismo capitalismo): “Cuidado. / Excavación profunda”, “Precaución. Entrada y salida de vehículos” (11). El poeta/peatón anda con cuidado por las calles sitiadas por rejas y conos de seguridad que lo obligan a caminar por la vereda de enfrente. Aquí adquiere forma la mirada pausada en contraste a la velocidad de avance. La modernidad órfica no mira hacia atrás por miedo a perder a su Eurídice, pero sí el poeta dispuesto a la pérdida, que entiende que la ciudad es otra. Aun así es posible salir airoso de la destrucción, con la destreza del funambulista: “La fuerza es un ave que nos visita / si la llamamos” (14).
Si bien hay destrucción de los espacios, también hay reconstrucción en la mirada, la cual consiste en la invocación del recuerdo, atesorar el instante. La experiencia y la transmisión de ella es el compromiso. En definitiva, la palabra es y su fuerza evocatoria es el patrimonio, el fuego que se resguarda para el otro.
“Cada vez
está más lejos
el último recuerdo» (16).
La nostalgia, “un murmullo extraño / como de otra época” (18) no es la única salida. No hay negación del tiempo presente, sino capacidad para aprehenderlo y advertir su avance. El destrozo de la fachada patrimonial, los incendios, los errores, la rotación de vecinos, todo es parte de la especulación inmobiliaria. Pero eso ocurre afuera, en el interior hay un refugio, un lugar donde la identidad, el barrio, la comunidad, existe a pesar de las paredes descascaradas.
“Que todo lo que tenga que pasar
sea bueno y favorable” (26).
Hay aceptación de esa vida o barrio partido en dos, como la casa de la fotografía de Gordon-Matta Clark. Hay dignidad en quien aguanta, en la defensa de un locatario que se resiste al acoso y embestida del animal inmobiliario, ese monstruo que arrasa con los pocos árboles y vecinos del barrio. Es necesario hacer ese mapeo, encontrar el lugar salvaje de la expropiación y ajuste de los suelos y dar cuenta de esa psicogeografía, en palabras de Iain Sinclair. La historia social, el patrimonio, intentan ser borrados de la memoria histórica. El poeta en su ritual exploratorio evidencia la fisura, da sus testimonio, muestra la ciudad y la ciudad de sus recuerdos hasta internalizar su tiempo:
“Imito la destrucción de los espacios
y rompo en dos
la hoja mal impresa” (28).
En su laconismo, el poeta adopta una voz que registre y enmarque personalmente el espacio. No es objetivismo sino la internalización del espacio y su consecuente destrucción en el poema. El poeta adopta la sintaxis de la calle, de las ruedas del skate sobre los adoquines del barrio Yungay.
La concisión de la palabra, la palabra medida al borde del silencio es justamente la antítesis de la contaminación auditiva, en lenguaje de la máquina incansable, el ruido que arrasa y no deja escuchar la radio portátil, el afilador del cuchillo, la risa de los niños. A pesar de la sordina el poeta pone su ojo en las cosas útiles: sacar un poema en limpio un día libre, por ejemplo. O dejarse llevar por lo inútil, por el ocio. La vida sigue y avanza y hay emoción en la contemplación en las cosas simples. Hablar de la complejidad de lo simple es un lugar común, pero aun así lo simple logra cristalizar un momento en términos sensoriales y afectivos. El instante se caracteriza por verse amenazado por la desaparición (al igual que los espacios aquí retratados). Sino el poeta, quién. Quién más suspenderá el tiempo, mencionará un cuadro de Seraphine de Senlis en un poema de amor o pintará una fachada continua en el poema. El poeta llega a ese lugar próximo al horizonte que se nombra en el último poema del conjunto:
«Veredas
Como un skater
que se agarra de un taxi
para tomar velocidad en la avenida.
Así mismo voy llegando a estos rincones
donde el horizonte avisora
la eterna vida en las veredas (51)».
He ahí su justicia, he ahí la construcción de un nuevo espacio.