Agradezco a Fabio y a los organizadores la posibilidad de comentar un libro como éste, necesario y valioso, en tanto rescata del olvido una historia invisibilizada. Las actividades de las mujeres no suelen ser materia de primer interés para historiadores y cientistas sociales, y de no haber existido los movimientos feministas en todo el mundo, que desataron un enorme esfuerzo de de recuperación de la mitad de la experiencia humana, todavía estaríamos viendo la sociedad con ojos tuertos.
Celebro, también, el interés y la oportunidad con que este varón se puso a la tarea de rescatar la presencia femenina en el mundo masculinisímo del rock. Porque, como él mismo señala, no es sólo en Chile donde la presencia femenina es minoritaria. Habría que precisar: el protagonismo femenino es el escaso, porque el mundo del rock está lleno de mujeres, casi no tendría sentido sin esas masas de devotas admiradoras, de fans, de groupies, que lloran, gritan, adoran, vibran con la música que las estrellas rockeras desarrollan en el escenario. Los roles de género, una vez más, están claros: para ellos la acción, la creación, para ellas la pasión, la recepción de la obra producida por los varones.
La visión de las mujeres que aparece en las canciones rockeras también refleja esos mandatos sociales. En muchas de esas canciones de rebeldía contra un mundo patriarcal que constriñe y limita a los jóvenes, las mujeres aparecen como abanderadas del conservadurismo. Es lógico: la naturalización de la opresión de género, en que los hombres son “naturalmente” activos, fuertes y rupturistas, y las mujeres “naturalmente” dóciles y temerosas, las mujeres eficientemente domesticadas defienden sus cadenas. Es muy expresiva, por ejemplo la “Niña”, Girl, a la que le cantan Los Beatles acusándola de encarnar la opresión del sistema capitalista sobre los hombros de los varones de la clase obrera británica: ella aprendió que un hombre tiene que partirse el lomo para ganar su día de descanso. Manipuladora, lo mantiene atado al lazo conyugal. ¿Cómo podría ser una mujer que no oprimiera a su hombre, que se atreviera a liberarse y liberarlo? La imagen se vuelve más difusa, como Ruby Tuesday de los Rolling Stones: tan libre que ni siquiera se la puede aprisionar con un nombre… pero Ruby, que persigue sus sueños sin perder tiempo, está en peligro de muerte y de locura. La libertad tiene un precio alto, sobre todo para las mujeres.
Son pocas las mujeres que se han atrevido a ser libres y soñar, abriéndose paso en este campo musical rupturista, donde se expresó (y se sigue expresando) la juventud desde la segunda mitad del siglo XX, y ninguna ha logrado la presencia que tienen los reyes del rock, ya sean cantantes o conjuntos. Aún en las sociedades que solemos creer son menos “machistas” -palabra con que se trata de caricaturizar el patriarcado descarado que se supone que impera por estas tierras latinas- a las jóvenes les resulta arduo intentar abordar esta desgarrada y feroz forma de expresión del descontento visceral de la juventud, que puede llegar a ser el rock. Puede costarles la vida, como a Janis Joplin, como se la ha costado a algunos colegas varones, pero también la burla, el abuso sexual, la violencia de género en sus diversas formas para devolverlas a los papeles asignados históricamente: compañeras y madres, apoyando a otros, resignadas a ser la sombra de otros, nunca brillar con luz propia.
Así que no ha sido empresa modesta la de las extraordinarias mujeres presentadas en este libro. A esta situación compartida mundialmente, hay que agregarles los muchos obstáculos de nuestras sociedades pobres y llenas de contradicciones. Hacer rock en Chile tampoco ha sido un camino de rosas. El deseo rockero de la juventud chilena ha tenido que superar trabas tanto de sectores conservadores como de revolucionarios, en determinados momentos, y la valorización de esta música como forma válida en nuestro país ha sido difícil. Pero la potencialidad trasgresora del rock siempre ha estado clara para los dueños de los poderes, y ya sea limitando la posibilidad de grabar o actuar en escenarios, o con formas más directas de censura y represión, los rockeros, y por cierto las rockeras, han tenido que enfrentar obstáculos que han ido dejando bajas dolorosas en la ruta.
Como bien dice Fabio, “en la historia del rock chileno nunca ha habido igualdad de oportunidades ni espacio para todos”.
Estoy de acuerdo en su propuesta, en el sentido de que a esta música que es cuerpo le falta la expresión de esos cuerpos dominados que son los cuerpos femeninos. Por razones en las que valdría la prueba profundizar, y es una deuda de la historia y las ciencias sociales en la que también se ha avanzado, Chile es un país en que los cuerpos están censurados. Los historiadores han rescatado la cueca y la chingana del mundo popular donde los cuerpos encontraban expresión más libre, pero hay que decir que el disciplinamiento en que se empeñaron las clases dominantes ha sido bastante exitoso. Se nos ha civilizado encerrándonos en cuerpos donde el placer simple y vital no tiene lugar: el baile, la sensualidad, la sexualidad, en nuestra cultura católica y militar son pecaminosas, vulgares, impropias. A menos que se mercantilicen, claro.
Y los cuerpos de las mujeres han sido doblemente disciplinados, tanto por su propia capacidad de placer como por la posibilidad de provocar el deseo del otro. Tenemos que cuidar no sólo nuestra pureza, también la castidad masculina. La honra de las familias está en nuestros cuerpos intactos. Decía José Donoso que las mujeres chilenas somos imbunches, tenemos nuestros orificios clausurados, somos cuerpos cerrados.
Por eso, quiero mirar la propuesta de Fabio desde el otro lado. Creo que a las mujeres nos falta más rock, necesitamos romper las telarañas de los discursos que nos encierran en la condena de ser “niñas buenas”, esas que se van al cielo, después de no haber ido a ninguna parte por sí mismas, después de haberse ahorrado la aventura de vivir e inventarse un propio ser. Arriesgarse y por lo tanto, muchas veces perder, pero jugarse el alma y el cuerpo, es una propuesta que las mujeres chilenas nos merecemos.
Que esa aventura es ardua y costosa, está relatado en la voz directa de sus protagonistas, las rockeras a las que Fabio entrevista. Allí están la ingenuidad, la fuerza, la audacia, el coraje, la alegría, las penas, las frustraciones y los logros de esas chiquillas que se metieron en las patas de los caballos, que se atrevieron a hacer rock cuando pocos lo hacían. Que no se quedaron en ser “lolitas”, cuerpos para otros, que vivieron su sexualidad y corporalidad, y, como una de ellas se atreve a decir, experimentaron la vivencia orgásmica de ser no sólo su voz, sino la voz de todos, jugándoselas en el escenario.
Revisando sus testimonios, están ahí todas las ordalías que es normal que atraviesen las mujeres: la dificultad para encontrar su propio camino, las trampas del deber ser, la maternidad, las parejas que a veces son compañeros y a veces no tanto.
Hay un aspecto que quiero señalar, porque creo que es una vía donde las mujeres deberíamos avanzar, si realmente queremos participar de la escena rockera con todo. Casi todas ellas se expresaron fundamentalmente a través de sus voces. Podría pensarse que es una expresión más “natural”, “espontánea” y femenina. Pero en un contexto tecnológico, como el rock, no ser instrumentista es privarse de posibilidades más amplias. Y Denisse lo percibe cuando dice “creo que la liberación de un espíritu tan loco como el mío habría sido dominar un instrumento… imagínate dominar un instrumento que te puede hacer recorrer el mundo por donde tú quieras cantar en cuanto cuchitril hay, por lo que sea”. También Arlette cuando señala que hay estereotipos en la música respecto a las mujeres “por el hecho de ser mujer y cantante tú tienes ese sitial ahí como que te ponen al medio en la foto y esas cosillas, pero yo tomé el clarinete y amplié los márgenes”. El modelo de Abba (las chicas cantan, los chicos tocan la guitarra), puede ser una trampa en el desarrollo artístico de las mujeres.
Perdónenme aquellas que vivieron esto con la espontaneidad de las que abren camino. La trampa de la división del trabajo y la complementariedad, “lo que yo hago ella no lo hace y ella no hace lo que yo hago”, el yin y el yang, es finalmente encerrarse en los estereotipos y no abrir nuevas posibilidades. Sin negar, por cierto, las potencialidades particulares de cada a uno. Porque, en cambio, el rock está lleno de cantantes masculinos, pero hay pocas, muy pocas guitarristas y Juanita Parra es única en su batería. Hija de su padre, pudo imaginarse más posibilidades que el destino “natural” de ser la vocalista del grupo.
Ejercer el genio y el talento femenino en nuestro país no es gratis, bien lo supieron Violeta Parra y Cecilia en el pasado. Es de esperar que el sacar a la luz estas historias sirva para mostrar que se ha hecho camino al andar, y las jóvenes rockeras nacionales, que ya lo están haciendo, entren al escenario pisando fuerte, con toda su energía, sensualidad e inteligencia, teniendo el enorme respaldo de éstas, sus pioneras.