Historia violenta y luminosa es el título de la primera exposición individual que el pintor nacional José Pedro Godoy presenta actualmente en el Museo Nacional de Bellas Artes. En la antesala que contiene la muestra, una pintura de monumentales dimensiones sale al encuentro de los visitantes del museo. Los cuerpos desnudos de hombres y mujeres, los colores brillantes, las escenografías excéntricas y una fastuosa naturaleza se presentan como rasgos identificables de la obra del artista. Y en efecto, aquella monumental pintura funciona como una síntesis del universo visual y temático así como las elecciones formales que han trazado el quehacer de Godoy. El resto de las pinturas, de medidas mucho más modestas, parecieran actuar como fragmentos o bien como las amplificaciones de un detalle. Si Historia violenta y luminosa, que es también el título de la pintura ya referida, ofrece un confuso conjunto de ambivalentes acciones protagonizadas tanto por humanos como por animales, pero que encuentran un punto de contacto en la plétora de impulsos y pasiones de las que son objeto, las pinturas que restan ofrecen escenas más definidas o detalles más nítidos. Entre ellas se puede observar un conjunto de obras de muy pequeñas dimensiones que, en su mayoría, corresponde a una pintura de detalles: partes del cuerpo desnudo asociadas al placer, estudios, bocetos y recortes de naturaleza. Otro conjunto atañe a la representación de escenas eróticas y de prácticas sexuales realizadas al alero de una naturaleza exuberante. En instantes, el montaje nos hace participar, en calidad de voyeur, de los actos que sus pinturas refieren, y convenida esa ficción, nos veríamos merodeando jardines y parques donde otros humanos se encuentran, copulan y descansan luego de consumar sus pasiones.
A medida que recorro, ahora desde la distancia, la muestra de José Pedro Godoy, pienso en la ansiedad. Creo que la exposición se presenta con cierta premura y que las ansias de llegar al primer museo nacional se observan en la ausencia de una línea curatorial que hubiera permitido apreciar desde una mayor continuidad temporal el trabajo del artista, en cambio, las obras que reúne la muestra corresponden solamente a las producidas en los últimos tres años de su trayectoria. Quizás aquella “articulación histórica” haya sido descartada porque la obra de Godoy se ha mantenido casi invariable en el tiempo. Me parece que esta exposición está pensada para un ambiente con una vocación más cercana a la de una galería que al de un museo de bellas artes. Pero más allá del tiempo y las instituciones, las obras que la muestra reúne son tributarias de la cultura visual de las últimas décadas, hecha de referencias tan insólitas como lejanas (la pornografía, las telenovelas, la publicidad, la moda, etc.). Posiblemente en ese sentido la obra de Godoy pueda ser puesta en una perspectiva de mayor alcance histórico junto con la de tantos otros artistas que han reelaborado tradiciones artísticas y visuales diversas “de múltiples devenires” (en Godoy, la sensibilidad camp, una visualidad de efectos “barrocos”, la fotografía homoerótica). En este caso, para aproximarse a su historicidad no se requiere mucho esfuerzo, su posibilidad de enunciación es más bien superficial. Como imágenes mudas deben por lo tanto recurrir a los artificios de una belleza que es demasiado espuria y pasajera, y pese a que “no hay un público de la obra de arte” , ellas logran conquistar ciertas miradas.
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