El tiempo que demoramos en leer Nunca, la primera novela de Patricio Urzúa, puede parecernos una permanente invitación a realizar un viaje que no se concreta, especialmente si leemos –viajamos– buscando los posibles significados presentes en el texto. Sucede que Urzúa parece querer iniciar una discusión interesante sobre la relación entre realidad y representación. Sin embargo, las formas con que se presenta esa discusión parecen no reconocer que efectivamente ésta se lleva a cabo y, por tanto, las palabras se combinan como si necesitaran parecer interesantes sin saber cómo serlo realmente. En otras palabras, la novela Nunca es un objeto discursivo hermoso que se reviste de ignorancia de su hermosura.
La discusión que Nunca propone se esconde en la insinuación. Como aviso de esas ideas, la novela nos presenta a Ricardo, un obeso crítico de arte que habita un mundo que se ha construido a su espalda, un mundo donde se han contado las historias necesarias para que él quede al borde. Actuar constituye un esfuerzo que a veces parece imposible, la gente lo observa y comenta, y las mujeres –incluida la madre de su hija– lo sitúan en un lugar marginal en sus vidas. El texto que Ricardo prepara, “una serie sobre cuadros que la gente tenga en su casa”, aporta elementos a esa insinuación de ideas. El fin del mundo está a la vuelta de la esquina y el caos final, como una pintura más del mundo, permite unir todo aquello que está insinuado. Tenemos, entonces, una representación –la novela de Urzúa– que se detiene a pensar la relación entre acontecimientos y representación. El trabajo de Ricardo ya nos alerta sobre eso. Sus críticas son principalmente descriptivas y en ese gesto circulan los discursos –y la denuncia que éstos puedan formular– que intentarán dar forma a los pilares de la realidad. Sobre un cuadro titulado “El Presidente Mao con jóvenes obreros”, Ricardo escribe “la historia redujo esta escena de camaradería proletaria a una cándida cordialidad horrible”. En “The Best Friend Forever” describe cómo Ronald McDonald y Darth Vader se dan un abrazo de amigos, para luego concluir diciendo que “eso de que son dos rostros distintos, al final, es una ilusión. Detrás de ambos, por distintos caminos, se esconde la muerte”.
El mundo está representado en los cuadros sobre los que Ricardo escribe, pero todo el mundo de Ricardo se ha construido de representaciones. Sobre su padre, un fotógrafo, dice: “me tomaba la mano fuerte cuando lo decía. La verdad está en el negro, no en las imágenes. Las imágenes son engaños, me decía”. Así es como se vincula con el mundo, también con las mujeres, con la madre de su hija, con su hija –que sólo ha escuchado relatos– y con la muchacha que le gusta. Pero estas representaciones no son sólo parte de la vida de Ricardo. Las imágenes son engañosas, le decía su padre, pues en las imágenes circulan los intereses del poder. Las representaciones que construyen el mundo son intencionadas, propone la novela Nunca. Sobre “Retrato de Salvador Allende”, donde el rostro de éste aparece construido con materiales de disfraces, Ricardo escribe, “Allende, sin historia, es un rostro como cualquier otro, como los de los inofensivos próceres muertos que decoran los billetes arrugados que llevamos en los bolsillos. Allende queda desinfectado, desactivado, libre de su propia iconografía: tal es el poder de las lentejuelas”.
Antes de que comience a acabarse el mundo, a causa del avance de la claridad que freirá a todas y todas, ya sabemos de qué clase de apocalipsis estamos hablando. Ricardo escribe: “El problema es que el mundo se acaba todos los días, despacio, como una vela que se consume […]. El apocalipsis entonces queda convertido en algo cotidiano”. Parece importante esta sumatoria de imágenes. Nunca, así, parece querernos decir que el mundo es el resultado de representaciones intencionadas. Ricardo prueba aportar a esta construcción con sus textos sobre arte, pero también en su vida cotidiana. Así es como ensaya en su mente hacer once veces la pregunta que permita que la muchacha que le gusta se quede junto a él. Pero él pierde, porque las representaciones que ganan son otras, son las que encaminan al mundo al apocalipsis. El fin del mundo es una sensación que nos provocan. El fin del mundo, propone Nunca, es una permanente explosión que se vive día a día en este mundo construido y destruido simultáneamente.
Pero el revestimiento de Nunca atenta contra sí misma. Tanto el texto como los paratextos se nutren de decisiones molestas para el lector y desvinculadas de las necesidades exigidas por la construcción discursiva. Ricardo, a ratos, parece una caricatura de Holden Caulfield, molesto con todo y todos. Podría esgrimirse que este testigo del fin del mundo no podía pensar de otra forma, pero los lugares comunes no aportan a la sensación necesaria y más bien parecen una simplificación que distrae y aleja al lector de la discusión propuesta. Ricardo dice sobre la inauguración de una exposición fotográfica: “Todo lleno de gente que no fue a ver a los bichos, sino a que los vean a ellos. Una lata”. Sobre el estilo de vida del ñuñoino dice: “Su casa está en uno de esos edificios nuevos que parecen archivadores de personas más que lugares donde se pueda vivir”. Los chistes son un elemento dispensable. Fernando le dice a Ricardo sobre un tercero: “¿Sabes que se casó con una muñeca?”. Ricardo agrega: “¿Ahora les dices muñecas a las minas lindas?”. Fernando responde: “No, imbécil. Con una muñeca tamaño natural”. En otro momento Alejandra le pregunta: “¿Y qué te pareció?”. “Están ricos”, responde Ricardo meneando el canapé que se come. Alejandra corrige: “No, tonto, las fotos”. Por último, la foto del autor en la solapa y la dedicatoria en las primeras páginas –ambos elementos paratextuales– parecen querer decirnos, no le preste demasiada atención a lo que viene, pues esto no es en serio.
Así, la primera novela de Patricio Urzúa efectivamente nos invita a hacer un viaje que luego suspende. Están las ideas que pavimentan la ruta por el texto: la realidad, la forma en que la conocemos, el sistemático fin del mundo y esa sensación de morir quemados a diario por la realidad que se impone. Pero también está la desaparición de la ruta: las cursilerías, los chistes que no hacen gracia, la falta de síntesis y la anulación del tejido necesario para articular la discusión. De esta forma, Nunca hace precisamente lo que denuncia y viste su discurso subversivo con un traje conservador –un traje de lentejuelas– que la convierte en una representación inocua y desechable.
Urzúa, Patricio. Nunca. Santiago: Planeta, 2012.