María Inés Zaldívar. Luna en Capricornio. Santiago: Lolita Editores, 2010
Hace ya unos meses que se puso a disposición de los lectores Luna en Capricornio, primer libro de Lolita editores y quinto poemario de María Inés Zaldívar. Podemos leer en la contraportada que debe su nombre a una carta astral que se sacó la poeta. A pesar de que aquello denota un cierto matiz esotérico que nos predispone a un tipo de lectura, el libro toma un rumbo completamente diferente con el pasar de los poemas. En sus versos los paradigmas no remiten a lo oculto, secreto o trascendental, sino a lo terrenal, lo común, no se habla de un futuro por develar, sino de un pasado repleto de experiencias personales que se relacionan con lo cotidiano.
En los textos está muy presente la figura de Gonzalo Millán, quien tuvo una relación con María Inés Zaldívar durante sus últimos diez años de vida, y aunque este poemario no ésta dedicado explícitamente al poeta, luego de una segunda lectura, pareciera que todo tiene relación con él. Reveladora será la nota que Millán dedicó a Zaldívar, y el texto final, donde se nos da cuenta de la relación amorosa que mantuvieron. Si no disponemos de esa información las expectativas que podríamos hacernos durante las dos primeras partes del libro, son, entre otras, que la poeta sufre de una fuerte angustia existencial. No podemos dejar pasar la interesente organización temporal del poemario, que nos recuerda La ciudad de Gonzalo Millán, obra en que se adelanta a montajes cinematográficos como Memento, donde las acciones se no se relatan de forma lineal sino desde las consecuencias a las causas.
En la primera parte del libro, que al parecer es la más autorreferente, la hablante se configura como una mujer afligida, con poco amor propio, que se conduele de sí misma. En este primer momento resulta clave el poema que inaugura la sección, “Abanico”, que funciona como umbral de entrada no solo de la obra, sino también al mundo de la hablante. Ese que de a poco se despliega formando la imagen que configura el poema. Sabemos que estamos ante un momento importante, íntimo, que marca el comienzo, en una especie de ritual, de una representación de lo conocido por la poeta hasta ese momento
«Dibujo con tinta china, pluma y cierto tipo de papel
algunas siluetas conocidas que me vienen a la mente.
Son aguas y tierras, ríos y mesetas, mares y relieves
ciertos lugares recorridos y alguna cara conocida
para no perderme en la ruta de regreso a mi rincón»
“Abanico” es diferente a los poemas que se sucederán, es mucho más positivo. Podemos asemejarlo a una pequeña luz que se enciende dentro de la oscuridad en la que está sumida la poeta luego de la muerte de Millán (hacemos esta comparación pensando en la lámpara de papel que aparece en la portada del libro)
Al pensar en el estado emocional de la hablante no podemos dejar de acudir al ensayo de Sigmund Freud “Duelo y melancolía” donde leemos “la reacción frente a la pérdida de la persona amada, lleva a la pérdida del interés por el mundo exterior, a excepción de las cosas que le recuerdan al muerto.” Es por eso que tomando como referencia esta cita, no nos resulta del todo extraño que dos de los temas que recorren todo el poemario sean la soledad y la muerte, las que se nos muestran como condición de hombres y cosas, con un dejo de pesimismo. En el poema “En la cuna”, a pesar de que se hace referencia a un recién nacido, de éste solo se resalta su abandono, su llegada al mundo carece de un propósito. El «cajón», al que se remite en el último verso, siempre ha sido para los muertos y es raro que un bebé duerma allí. Aquella condición existencial que es la muerte, se refuerza en “Madre Natura”, donde nos insinúa, a veces con tono de sentencia, que la transformación y la degeneración es connatural a todas las cosas.
En versos como los de “Dama delgada” notamos un acento marcadamente melancólico en el tono de la poeta. La necesidad de esconderse, desaparecer, disolverse, son propias del alguien que ya no ve sentido alguno a estar vivo, es realmente sobrecogedora la forma en que busca diluirse poco a poco en cada verso
“Desaparecer.
Huir y correr a perderse,
Escondiéndose como una fugitiva […]
Hacerse humo, esa es la consigna.
Hacerse humo, vapor o flambeado.
Arder entre tenedores, cucharas y cuchillos,
Hasta nadar entre la crema de algún postre prohibido
Reposando finalmente en el fondo de la tacita de café
Y ya no estar más”
En varios poemas, se nos sugiere un desdoblamiento de la poeta al hablar de sí misma, abandonándose como sujeto una y otra vez. En “Mirando la tele”, observa que al situarse en la piel de otro le resulta más fácil derramar lágrimas, y que es más confortable llorar pensando en los muertos ajenos que en los propios.
En la segunda parte, la hablante comenzará a situarse como un yo. Por ejemplo, en “Juana”, poema que está construido por varias voces, las de muchas “Juanas” que podríamos asociar con: Juana de Arco, Sor Juana Inés de La Cruz, “Juana la Loca”. Aunque todas hablan desde la primera persona , sobresale la voz de la poeta en las últimas estrofas del poema:
“pero no tocan mi siglo, no comparten mi vigilia
Con mi frío, mi hambre, mis harapos y mis llagas
Sigo triste, seca, desgreñada y sigue resoplando
El mismo silencio que aprieta mi corazón”
Vislumbramos en esos versos, que se da paso a una nueva “Juana”, que es una mezcla de todas las demás, y quizás, la más miserable de todas. Nacida en otro tiempo, donde no obstante, todavía existe el dolor y la infelicidad. En poemas como “Por la ventana” o “La caja de vino” el encierro y la inacción llevan a la hablante a convertirse en una simple espectadora de las cosas que ocurren en el mundo.
Es en la tercera parte del poemario, donde se nos habla de forma mucho más directa de la muerte de Gonzalo Millán. La composición que encabeza este capítulo es una nota suya dirigida a la autora. Por lo tanto, no nos sorprenderá demasiado encontrar en las últimas páginas del libro un breve relato de su historia como pareja.
Los poemas en esta última fracción describen el vacío que ha dejado la ausencia de su compañero y el lugar que ocupa su recuerdo. En ese sentido, destacamos “Punto de fuga”, poema que resulta bastante emotivo y esclarecedor. Allí la ausencia que ha dejado el ser amado se describe de forma bastante literal, pero a la vez, resulta cercana:
«En el instante en que ella
viene, viene, viene, viene
y se queda; se queda y,
en ese preciso instante
del consiento en tu morir
te hace a un lado,
y se instala para siempre
en el cuerpo del amado»
De igual manera, otros poemas se hacen más familiares, porque remiten al diario vivir, como cuando se habla de la pestaña en bandeja, el microondas que calienta la sopa mientras el recuerdo del ser amado se congela en el refrigerador, las dos escobillas regaladas, entre otras. Las cosas más mínimas poseen un nuevo significado. En “Carta de agradecimiento” se nota hasta qué punto ese hombre penetró hasta en lo más ordinario de su vida cotidiana.
En conclusión, Luna en Capricornio es un libro que está escrito en general en un lenguaje simple, no posee complicadas metáforas ni alude a emociones y experiencias abstractas. Su complejidad se encuentra en esa simpleza, ya que las experiencias y emociones que representa podrían ser similares a las de cualquier persona que ha sufrido la perdida de un ser querido, sobre todo si es de la pareja. Sin embargo, a pesar de lo triste de algunos versos, o lo sombrías que pueden resultar ciertas emociones, sí se puede intuir el comienzo de algo nuevo. Otra etapa donde así como la vida, continuará la escritura, y, donde al fin y al cabo, se tendrá para siempre “una bella historia de amor para contar”.
Sebastián Torres
9 junio, 2011 @ 3:17
Muy buena reseña, ordenada, inteligente y precisa. Hay buenos fundamentos y una lectura interesante de los pasajes que componen el poemario. Te felicito por tu buen trabajo Patricia y espero volver a leer alguna otra futura reseña tuya.
Un saludo cordial.