Matías Ayala. Lugar incómodo: Poesía y sociedad en Parra, Lihn y Martínez. Santiago de Chile: Ediciones Alberto Hurtado, 2010. 234 pp.
Lugar incómodo: Poesía y sociedad en Parra, Lihn y Martínez no solo es un estudio informado acerca de la escritura de estos tres autores, como cabe esperar de una publicación académica, sino que también puede considerarse como un índice tentativo de las preferencias y preocupaciones que atañen a la práctica poética de hoy: chilena, por cierto, pero acaso también latinoamericana, si se presta atención, por decirlo así, al lector ideal a quien está dirigido el libro, al alcance que él mismo se propone.
En este sentido, la elección de Nicanor Parra, de Enrique Lihn y de Juan Luis Martínez puede leerse como un gesto que al mismo tiempo deja fuera no ya solamente a Neruda -lo cual a estas alturas sería algo de rigor, a la espera, quizá, de la próxima marea-, sino que a todos aquellos que parezcan sospechosos de establecer más o menos conscientemente una relación utópica, nostálgica, ingenua o, a final de cuentas, «romántica» (los términos son de Ayala), entre su escritura y la sociedad.
El «lugar incómodo» que aparece en el título del libro de Ayala es el de esa relación. No tanto -uno podría pensar- el lugar incómodo de la propia figura del poeta en su relación con una sociedad ante la cual aparece como un ser completamente inútil (desde Baudelaire, al menos, como el propio autor afirma al pasar), sino el de la pregunta por el estatuto representativo o referencial de la poesía lírica. Estatuto verdaderamente «incómodo» si se piensa que la pregunta por la relación entre poesía y realidad (social, económica, política) puede llevar por derroteros donde abundan los tours de force teóricos sin salida aparente o la reflexión en torno a nociones tan amplias que terminan por vaciarse de sentido, y cuya sola exposición ocuparía un volumen entero. Pienso, por ejemplo, en términos como «representación», «mímesis» o «significación».
Lugar incómodo evita saludablemente esos derroteros cuando reconoce que la poesía es el «extremo más “textual”, es decir, menos referencial de la literatura» y cuando distingue entre «poesía comprometida» y «poesía crítica». Por la primera (a la que también llama «social») entiende aquella que «por lo general, suele responder a un cierto “pathos referencial”, es decir, a la responsabilidad de nombrar y representar (política del significado), avalándose en la función del intelectual como espectador benévolo e informado». Y, por la segunda, aquella que «se hace cargo de sus artificios literarios y su forma de significar, de sus límites institucionales y su lugar difícil en la cultura», «un texto que se hace cargo de manera reflexiva de sus condiciones y maneras de producción, significación y recepción. Y a través de esta reflexividad crítica (…) [intenta] situarse en el contexto social, cultural y político, e inscribir en la obra misma estos dilemas, produciendo un acto y registro público».
La poesía crítica sería, entonces, «más compleja y productiva» que la comprometida, porque no apelaría simplemente -como Neruda o Paz- a «superar cualquier contradicción mediante rápidos recursos míticos y utópicos». Y agrega (hay que citarlo completo, porque Lugar incómodo juega aquí sus cartas): «Lo que se verá en estos autores, en cambio, es la pregunta poética por la posibilidad de referirse a la realidad en momentos en que ella exige ser nombrada, es decir, la experiencia literaria de la posibilidad o la imposibilidad de nominar y significar. […] Lo que estos poetas intentan hacer, al prescindir del compromiso del significado, la participación política directa y proyectos fundacionales, es practicar una política de la significación formal y retórica, es decir, una “política literaria” propiamente tal. Por esto, más que “hacer política” con o a través de sus obras, intentan inscribir la experiencia social y política en ellas, manteniendo una cierta autonomía y distancia, tratando de aprehender, a la vez, la urgencia de la situación histórica». Inscripción que, por cierto, contempla también la posibilidad de comunicar que no se comunica nada (parafraseando a Juan Luis Martínez) sobre todo cuando se enfrenta a circunstancias en las que la realidad parece exceder la poesía y que Ayala, citando a Lihn, llama casos de «fuerza mayor».
Vale la pena notarlo: situándose a distancia de cualquier aproximación meramente textualista a la escritura de estos poetas, Lugar incómodo pretende restablecer el lazo que liga literatura y realidad; pero lejos también de cualquier ecuación fácil o inmediata entre ambos términos, pretende hacerlo de una manera que preste atención a los recursos o tácticas a los que echa mano la poesía al postular esa misma relación. Equilibrio difícil de conservar si se piensa que se trata entonces de una lectura doblemente en guardia, particularmente cuando tiene que lidiar con las circunstancias biográficas de los poetas, pero que cuando se detiene en la reflexión en torno a la identificación y la problematización de las condiciones de posibilidad, de los rasgos distintivos y de las diversas modulaciones que adopta ese lugar incómodo y de las tácticas escriturales que de manera igualmente diversa se articulan a partir de él, ya sea para afirmarlo, negarlo, fragmentarlo, escenificarlo o radicalizarlo, entonces, da lugar a las páginas más lúcidas del libro, en las que se vislumbran esas «zonas de incertidumbre de los sentidos sociales», esos momentos de «apertura al otro y al sentido como espacio improbable y común» que se proponen como horizonte último del volumen.
Entre estas últimas destacan aquellas dedicadas a Emergency poems y a Artefactos de Nicanor Parra que, al detenerse en las relaciones que se establecen entre palabra e imagen, resuenan después en el estudio dedicado a La nueva novela de Juan Luis Martínez, conformando en conjunto un itinerario de lectura posible y tal vez inesperado del libro (otros itinerarios de este tipo son aquellos que siguen la pista de las nociones de «deformación» y de «performatividad»). En este sentido, puede parecer paradójico que Ayala interprete el hecho de que «la crítica de Nicanor Parra aún siga basada en sus textos de entre 1954 y 1969» como «un signo de cómo su producción [la de Parra] no ha logrado desarrollarse favorablemente», pues cabe preguntarse si acaso no es posible pensarlo también al revés. Quiero decir pensar si el hecho de que la crítica siga basada fundamentalmente en Obra gruesa no es acaso un signo de que esa misma crítica no ha logrado desarrollarse favorablemente cuando se enfrenta con un trabajo artístico que intenta «romper con los moldes institucionales». Habría que demostrarlo, ciertamente, pero me parece que la inversión tiene interés, sobre todo considerando que el mismo Lugar incómodo es una muestra de ese desarrollo crítico favorable.
Lo mismo puede decirse de las páginas que abordan la escritura de Enrique Lihn, en particular aquellas dedicadas a esa «zona de mediación», como la llama Ayala, o bien, a esa tendencia, en palabras del propio Lihn, «a desrealizar lo objetivo y a objetivar lo subjetivo, centrándose en un tercer campo, de transición entre lo real y lo fantástico», o bien, aquellas que giran en torno a la experiencia de extrañamiento implicada en la idea del viaje y la del meteco, cuyo alcance me parece decisivo no solo como aproximación a la escritura de Enrique Lihn, sino también a la poesía y la práctica crítica latinoamericana en general. En este sentido, además del parentesco que puede establecerse entre la propia categoría de «poesía crítica» y la de «poesía situada», podría especularse que el estudio dedicado a Enrique Lihn no solo aparece entre los otros dos debido a razones cronológicas, sino que también porque opera como bisagra entre uno y otro: entre un Nicanor Parra que se muestra unas veces todavía anclado en la función poética de ser «la voz de la tribu» y otras como incapaz de «dar cuenta de la alteración radical que se ejecutaba en la sociedad [con la dictadura]» y un Juan Luis Martínez cuya escritura «inclasificable», «pone en jaque el método hermenéutico» y se «resiste a la interpretación». Desafío, este último, que por cierto Ayala no se limita a constatar, sino que recoge y enfrenta en el estudio más extenso y «teórico» de todo el libro, donde se aprecia precisamente el esfuerzo del lenguaje crítico por configurar un discurso acerca de un objeto que se le esconde.
Pero páginas destacables de Lugar incómodo también son aquellas que estimulan el deseo de continuar caminos apenas entrevistos o tocados solo al pasar. Pienso sobre todo en aquellas que plantean, por decirlo así, un nuevo «lugar incómodo», a saber, aquel de la inscripción de la literatura latinoamericana en un ámbito que va más allá de las fronteras geopolíticas y lingüísticas sin que ello implique necesariamente una sumisión, o mejor, que no implica necesariamente una sumisión porque precisamente problematiza esas fronteras. Tal vez sería preciso hablar, si no de «apropiación creativa», noción de Ángel Rama que Ayala discute, al menos en términos de «antropofagia» en un sentido también muy próximo al de las reflexiones en torno al viaje y al meteco de Enrique Lihn. Pienso, por ejemplo, en las relaciones entre la escritura de Parra y la poesía anglófona, sobre todo en cuanto a lo que podría llamarse la «tradición coloquialista» de esta última, o bien, a la posibilidad de leer a Parra desde el enfoque de una «Bildungsroman fragmentaria», como el propio Ayala adelanta, o incluso desde la noción de «enumeración caótica» de la estilística de Spitzer, que no por añosa deja de ser productiva. O bien, leer «Muchacha florentina» de Lihn junto al poema «El viaje» de Baudelaire siguiendo la pista del «libro de estampas», o los juegos de lenguaje de Juan Luis Martínez en relación al Humpty Dumpty de Lewis Carroll, aspectos ambos que seguro alguien ya debe haber tratado. En un sentido semejante, las relaciones entre palabra e imagen podrían recibir un enfoque que radicalizara la tensión, la interferencia o la contradicción entre ambos sistemas semióticos, o bien, que considerara por ejemplo a partir de la noción de aforismo la relación originaria que otra forma breve como el epigrama establece con una obra de arte visual, o bien, un análisis de la imagen que la considerara no solo como un «análogo de la realidad» sino como un «señuelo equívoco» para decirlo con palabras de Martin Jay. Todos aspectos que, ciertamente, no forman parte del objetivo principal de Lugar incómodo, sino que darían para otro u otros volúmenes.
En 1962, el lingüista francés Georges Mounin publicó un libro titulado Poesía y Sociedad donde, desde una perspectiva muy distinta, y después de haber estudiado las relaciones de la poesía con el público, la enseñanza, los editores y los medios masivos de comunicación, concluía que la poesía nunca morirá, porque «está ligada a la naturaleza de las cosas del lenguaje». Y agregaba: «Para imaginar que aquello que llamamos poesía pudiera desaparecer completamente, al menos como virtualidad del hombre, habría que imaginar la muerte de todo lenguaje articulado». Creo que, a su manera, Lugar incómodo está atravesado por una inquietud semejante. A propósito de Enrique Lihn, afirma: «El desencuentro actual entre poesía y sociedad se transforma en este supuesto porvenir en una marginación extrema de la poesía, equiparada con una especie en peligro de extinción. [Pero] la sobrevivencia no se pone en duda; solamente su posición: la incertidumbre seguirá». Y, al final del libro, a modo de conclusión provisoria, añade: «Las relaciones entre poesía y sociedad están lejos de hallarse solucionadas, aunque también por suerte, están lejos de acabarse». De este modo, otra de las virtudes (¿se dice así todavía?) de Lugar incómodo radica precisamente en no dejarse llevar ni por la utopía ni por la melancolía que esa pregunta casi inevitablemente acarrea.