”Lo que la mano da es una potencia y lo que este libro nos da es el recuerdo de que nuestra mano es nuestra mano, tacto y vínculo con la materia, con los otros y con nosotros mismos. Es decir, es el órgano del cuerpo que guarda la escurridiza promesa de una momentánea integración entre cuerpo y mente, individuo y sociedad, hombre y naturaleza”, nos dice Ana Lea-Plaza, reseñando el libro Lo que la mano da, de Marcela Rivera, recientemente publicado por Mundana Ediciones.
Estoy escribiendo un pequeño texto sobre las manos. Traspaso apuntes manuscritos, reviso algunos pocos libros, tomo notas, guardo citas. Avanzo lento, dejo que los días escriban solos. En medio de la tarea, veo que Mundana ha publicado un libro titulado Lo que la mano da. Es de Marcela Rivera. Lo pido, lo leo, me ofrezco a reseñarlo (nuevamente me demoro, soy lenta, quizás manual; las manos son lentas porque son prácticas –no pragmáticas– y hacen cosas reales: dibujos, bordados, textos, tejidos que manda la imaginación ansiosa).
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Leo la solapa. Marcela es Licenciada en Psicología y Filosofía por la Universidad Católica y es Doctora en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte por la Universidad de Chile. Una mujer con muchos títulos piensa en las manos. Desciende desde el intelecto al lugar del tacto y el oficio.
Alguien decía por ahí que todos debiéramos tener una profesión y un oficio. La profesión en algún punto siempre nos aliena. El oficio libera a los profesionales. Además de escribir, ¿cuál será el oficio de Marcela? ¿Bailarina? ¿Dibujante?
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No dejo de ver en este libro una mano que escapa de la academia y busca lo sensible. El ensayo es como una pompa de jabón; leerlo es como entrar en un breve e intenso estado de ensueño. Renuncia al tratado y se deja llevar por el devaneo, igual a Valéry: “En cierto modo, este quimérico tratado sin bordes no habría cesado de esbozarse en sus escritos. Aunque fiel a la vitalidad multiforme de ese órgano que se abre y se cierra como el batir inquieto de las alas de una mariposa (…) Valéry hará del hilván y del retazo –del hacer inquieto de las manos, por tanto– la divisa de un ejercicio de pensamiento que se sabe enlazado a lo eternamente provisorio”.
La mano que surge de las líneas de este ensayo es la mano que abandona el trabajo. Marcela parece escribir como una forma de reposo, como si fuera una actividad menos, no una tarea más. Al leerla nosotros también descansamos: no hay hipótesis, pruebas, desarrollos, conclusiones. A cambio de ello, contemplamos la danza invisible de una mano imaginada, bailando un lento con el pensamiento.
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Interrogo el título: Lo que la mano da. Es un ensayo sobre los dones de la mano. La mano que aparece aquí es una mano de rasgos generosos.
Sin embargo, la generosidad de esta mano no es moral. Marcela idolatra las manos, pero no por eso las santifica. Lo que la mano da es una potencia. Más que una mano generosa es una mano poderosa (pienso en un puño, pero la mano del libro de Marcela es una mano en general suelta y abierta), guarda “las delicadezas más extremas y las fuerzas más desatadas”; en ella “reside casi todo el poder de la humanidad”.
(El útero es del tamaño de un puño, dice la poeta Angélica Freitas. Más que la mano como instrumento de medida, interesa la analogía. Ambos, útero y puño son espacios de reproducción y creación. La notable cita a Bachelard que aparece en la página treinta y uno refuerza esta amistad: “Así, la Mano, la Materia, la Madre, el Mar, tendrían la inicial de la plasticidad”).
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La autora elude la violencia de la mano, pero la hace posible y verosímil. La belleza de la mano que aparece en este libro es tensa, ominosa, inquietante y, por momentos, incluso monstruosa. Surge insumisa, indómita y vital “cuando el guante de la familiaridad que recubre nuestras manos acusa recibo de su rasgadura”. Este intervalo en el que aparece la mano desfamiliarizada, como dirían los formalistas rusos para hablar de la poesía (género de este ensayo), tiene en este libro algunos otros nombres y formas: es el instante “en que lo que era claro se transforma en enigma” o “el momento en el que se pierde el hilo” y comenzamos a pensar.
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Termino estos apuntes con una pesadilla. Al final de Secretos de un matrimonio, Marianne y Johan se escapan a una casa de campo para pasar la noche juntos. Conversan. Después de un largo proceso de divorcio, ella se ha transformado en una mujer abierta y sabia, él parece un niño; se duermen. En mitad de la noche, Marianne despierta de un sueño horroroso. Había sido mutilada, en sus brazos solo tiene muñones e intenta desesperadamente tomar la mano de su hija y su marido, pero no puede.
Lo que la mano da es una potencia y lo que este libro nos da es el recuerdo de que nuestra mano es nuestra mano, tacto y vínculo con la materia, con los otros y con nosotros mismos. Es decir, es el órgano del cuerpo que guarda la escurridiza promesa de una momentánea integración entre cuerpo y mente, individuo y sociedad, hombre y naturaleza.