Este viernes es de los estudiantes. Pablo Salgado, del bachillerato en humanidades de nuestra universidad, nos ha enviado esta crónica que escribió al calor del estallido social, el primer día del toque de queda. Sus palabras piensan las balas: las que ya habían en su barrio, y las nuevas balas que llegaron esa extraña noche de octubre a la ciudad.
Mentiría si digo que durante todos estos años que he vivido en el barrio Las Torres jamás he escuchado un balazo. Me refiero a balazos reales, no de esos falsos que se oyen en películas de acción o aquellos que se confunden fácilmente con petardos. Aquí oírlos es algo que pasa a menudo. Sientes balas cuando ya llegó la droga, sientes balas cuando se está haciendo una “mexicana”, sientes balas cuando se muere un narco o alguien de una pandilla. Pero uno se acostumbra, uno acepta que por estas calles suceden ese tipo de cosas. Al final reconocemos que cada noche al acostarnos podremos sentirlos otra vez.
No es que el barrio haya perdido el miedo a los balazos con el tiempo. A todos nos aterra la idea de recibir uno en cualquier momento. No somos de acero y después de todo solo tenemos una vida. Pero estamos tranquilos porque sabemos que nunca se disparará desde nosotros mismos. No tenemos razón para hacerlo. No tenemos motivo alguno para levantar una pistola y apuntarle a quien vemos regularmente por nuestras calles, a pesar de lo mucho o poco que nos agrade. Nos conocemos y reconocemos la población esforzada con la que convivimos día a día, ¿qué sentido hay en perforar la piel de uno de los tuyos a punta de pistola?
Aquella noche volvieron a sentirse balazos, pero esta vez se oyeron distinto. Era 21 de octubre, segunda noche del Toque de Queda anunciado por Piñera. Esa misma tarde hubo un cacerolazo a eso de las ocho. El sonido de los golpes de ollas y sartenes iba en aumento. Los vecinos salieron de sus casas a unirse al popular evento. Todos aportaban al bullicio como podían, la gracia era meter ruido como fuera y hacer notar el descontento. Yo chocaba dos tapas de ollas como si fueran platillos mientras mi mamá golpeaba una sartén con una cuchara de palo. Se alzaron barricadas en varios puntos de Reina de Chile, la más cerca estaba donde la tía Sonia. Las llamas llamaban a reunirse alrededor de ellas y compartir un rato en cálida compañía.
Cuando eran casi las diez, lentamente se silenciaron las cacerolas y los vecinos volvieron a sus casas. Solo las barricadas se tomaron el tiempo de apagarse por cuenta propia. Las noticias anunciaron, no mucho después, el inicio del Toque de Queda: pronto saldrían los milicos. Como el barrio Las Torres está a pocos minutos del Regimiento Buin, no se demorarían mucho en pasar por acá. Avenida Reina de Chile se quedó muda más temprano de lo habitual. A pesar de tener el televisor prendido en el living, la silenciosa espera a la aparición de los uniformados dejó a la caja idiota en un muy segundo plano.
De la nada esa falsa paz fue quebrada violentamente por el disparo de escopetas y la bulla salvaje de un motor. Los milicos andaban hambrientos buscando a sus primeras presas. Mamá se fue de inmediato al jardín a ver cómo el camión se alejaba, la tuve que seguir. El Víctor, un vecino, corrió furioso a la calle a taparlos a chuchadas mientras que el José Miguel, su hermano mayor, salió a buscarlo para que entrara rápido a su casa. Tuve que hacer lo mismo con mi mamá, aunque yo fui más impaciente. Los milicos andaban con chipe libre, nadie sabía si volverían a pasar; y si pasaban de nuevo jamás me perdonaría no haber evitado que le apuntaran a ella. El silencio reinó otra vez en la calle; solo fue interrumpido por otros disparos que sonaron ocasionalmente a la distancia. Mamá se fue al patio de atrás a fumarse un cigarro.
A la mañana siguiente supe quiénes recibieron algunos de los balazos. El Chicho y el Yiyo, por hacerse los choros en un momento así, quisieron darle cara a los milicos cuando pasaron. Los uniformados no perdieron el tiempo en corretearlos disparando muy cerca de sus pies. Ambos se entraron rápidos a sus casas. Lamentablemente, quien no tuvo mejor suerte fue el Colorado, el borrachito de nuestra población. Mientras nosotros abollábamos ollas durante el cacerolazo, solitario el Colorado empinaba el codo en alguna esquina. Quizás no se enteró del Toque de Queda o quizás sabía pero no estaba ni ahí. Por el descuido (o la ineptitud, me inclino más a esto último) de los milicos, el Colorado recibió tres disparos en su pierna derecha cuando caminaba solito a su casa. Nadie sabe bien si lo intentaron corretear o si simplemente le dispararon, viendo lo borracho que venía. Afortunadamente sus heridas no pasaron a mayores.
A partir de esa noche, los milicos nunca más volvieron a formar parte de nosotros (no es que lo hayan sido antes tampoco). La excusa de que apuntaron por órdenes de superiores y por temor a las consecuencias que conllevaba desobedecerlas, no sirve. Quienes se atrevieron a empuñar una escopeta las noches de Toque de Queda jamás volverán a sentir la acogida y camaradería que te da la gente de tu barrio; se exilian por cuenta propia. Pudieron seguir el ejemplo de David Veloso y tirar sus armas al piso. Sin embargo, prefirieron creer que eran de una casta social superior, por el simple hecho de saber cómo manejar un arma de fuego. No piensen que por lamer con pasión las botas a la élite ya son integrantes de su clase. Para ellos ustedes son sus perros y nada más, así que sigan ladrando en sus cuatro patas.
Desde que Chile estalló aquél 18 de octubre –y peco de repetir algo dicho quien sabe ya cuántas veces– el pueblo se volvió más unido. Dejamos de mirarnos en menos por frivolidades y nos dimos cuenta de que tenemos más en común de lo que pensamos. Al final nunca fuimos tan distintos como creíamos. Se nos hizo más que claro que es necesario luchar como un gran ente popular para salir victoriosos y conseguir el cambio que tanto anhelamos. Esa es la clave de nuestro futuro triunfo frente a los abusos de poder que hemos sufrido por más de 30 años. El tiempo de transformar Chile a nuestro favor es ahora. ¿Quién hubiera pensado que un secundario saltando por sobre un torniquete daría inicio a un cambio tan radical en nuestra manera de ver las cosas?
A Piñera se le criticó duramente cuando dijo: “estamos frente a un enemigo poderoso e implacable”. Y a pesar de que odio energéticamente su mera existencia, estoy de acuerdo en que nos caracterice de esa forma, PORQUE ESO ES LO QUE SOMOS, eso es lo que demostramos durante todas estas jornadas de revuelta social. Claro está que el enemigo sigue siendo Piñera, sus secuaces y sus perros guardianes; pero nosotros unidos tenemos más fuerza, honra y valor. No bajaremos los brazos ante los abusos de la policía y la milicia, mucho menos de la corrupción política. Así, la famosa canción de Quilapayún vuelve a hacer acto de presencia en estas fechas con su solemne mensaje: el pueblo unido jamás será vencido.
Sandra
11 abril, 2020 @ 4:34
Hermoso… Relato claro y real de los hechos ocurridos ese día en Reina de Chile… Te felicito Pablo salgado