El libro que contiene los poemas de Enrique Morales es particularmente económico de preámbulos. Carece de los consabidos recursos que cualquier libro utiliza para salir al encuentro de sus lectores ?solapas, prólogos, contratapas— por cuya mediación vamos adentrándonos gradualmente, y con aviso, en los artificios constitutivos de la materia literaria. En este caso, somos abruptamente recibidos entre las páginas de Éxito, por un título insólito y golpeador como ese ?una palabra como un latigazo— y por los festivos personajes de una escena de camerinos, demasiado concentrados en actuar la pose fotográfica para servirnos de anfitriones.
El gesto editorial se pliega, creo, a lo que parece un rasgo significativo de este poemario. El lenguaje desplegado en su interior organiza un tiempo cerrado y centrípeto, al que sólo cabe caer de bruces. Un tiempo embotado que evoca las horas finales de una fiesta, aquellas que median entre el punto la máxima excitación y los primeros avances luminosos de una mañana que no termina de realizarse. Entrar en el libro de Enrique es hacerse espacio en este tiempo extático que se prolonga en su mismidad, cuya gravitación al interior del poemario se vuelve perfectamente coherente con la ausencia de gestos editoriales noticiosos o introductorios.
Entro de lleno —entonces? y también sin preámbulos, a esta condición temporal, que considero un aspecto clave de esta producción poética, para poner en principio de relieve no sólo lo apropiado de su materialización editorial, sino también el acierto ?no ausente de polémicas, según he escuchado— de la expresión que le sirve de título. La insólita palabra “éxito”, antipoética por definición y hoy completamente colonizada por el habla espectacular y comercial, alude a un cierto estado de término ?a la conclusión feliz, a la salida deseada o deseable de algún negocio, según los códigos idiomáticos. Pero puede desplegar también un sentido visual —y lo hace impresa en la portada de ese libro? donde ella asoma vistosa como eco o cita del “exit”, ese letrero encendido que, en un lugar oscuro, señala la vía de evacuación, justamente útil en aquellos lugares en que la salida prevista se ha tornado inaccesible. El andar indistintamente por estos dos sentidos que connota la palabra “éxito” —relativos ambos aquí, según me parece, a las formas extremas y extenuadas de un espíritu histórico que declaró en tiempos remotos su fe en la redención— señala el retiro, la distancia y el desalineamiento ideológico como una virtud muy particular del habla de este poemario. Si una figura del tiempo histórico y del presente subsiste todavía en él bajo la metáfora de una celebración que se agota sin encontrar su término, en un sitio donde brilla como alarma el letrero de escape, ello acontece por efecto de un lenguaje que mira todo muy de lejos, con premeditada desafección. No se oye aquí la voz de quien celebra o reclama una salida, ni la meditabunda tonalidad de la melancolía. El tono es más bien inclasificable y se parece tal vez al de quien constata y verifica el estado de las cosas, a salvo de todo embrujo festivo o elegíaco, como un par de ojos que se han abierto después de la resaca, bajo la luz feroz del mediodía.
No es fácil hablar prescindiendo de las figuras con las que aquí intento ayudarme, de esa suerte de lucidez recuperada que entrañan los poemas de Enrique. Una lucidez que imagino fruto de un conjunto de decisiones que fueron dándose en el largo proceso de escritura; como la metódica abolición de las soluciones espontáneas ?que es muy visible? y el trabajo reiterado sobre las líneas del mismo verso. Cuestiones que me hacen pensar los poemas de este libro en relación a cierto tipo de imágenes pictóricas, surgidas de infinitas veladuras, que al mismo tiempo ocultan por completo la mano del pintor y expresan la maestría con que ella, esa mano, ha traducido su objeto.
De esta clase de procedimientos con el lenguaje resulta, creo, esa distancia enunciativa a la que refería, que va y viene ajustando su escala histórica y su alcance en cada uno de los poemas. En uno de sus niveles, esa distancia expresa una subjetividad biográfica cuyo capital tal vez no sea otro que el de venir de vuelta de los simples y previsibles afanes de la existencia. Los espectros de lo que fuera una promesa amorosa, el lado B de la felicidad tan presto a aparecer en los modos consuetudinarios de su realización, adquieren ?en este nivel de discurso— la forma de de una vacuidad que corroe los lugares vividos y los objetos remotamente ansiados… “Ahí estábamos tú y yo,” dice, por ejemplo, el poema “De ida y de vuelta”,
sentados en la noche
sin poder explicarnos
Tú en tu automóvil blanco,
y yo esperando arrancar
lo que siempre se estropeó.
Parecíamos exhaustos y perdidos
De vuelta por una ruta
por la que ya no necesitábamos
piedrecitas, miguitas
y todas esas cosas
De ida éramos impetuosos
Apolo y Dafne,
de vuelta Sísifo y su roca
La suerte mítica de Sísifo, condenado a experimentar la futilidad de la tarea en el momento más plausible de su logro, surge como un emblema de esta dimensión de la escritura, que sabe reencontrar la crudeza del mito en escenas comunes y pedestres, construidas casi siempre al interior de los límites de una subjetividad biográfica o íntima.
Otra dimensión de la distancia clave de esta poesía, queda configurada en ella, me parece, por la experiencia de una figura plural, más histórica que biográfica, de lejanas resonancias familiares y ?yo diría, más precisamente— locales. El nosotros que viene de vuelta del tiempo festivo sin hora de término (no separado, sino sobrepuesto a ese yo que construye distancia desde los pliegues de la experiencia biográfica e íntima) tiene como telón de fondo “esa terrible heroína” que es la ciudad que habitamos, un túnel vial en permanente construcción para el escape ?para la fuga hacia adelante que perpetramos con fascinación— y una figura macabra que brota de la muerte para afirmar todavía su poder de reunirnos: “comimos pensando que / alejábamos tu reino” dice el poema titulado “El Chacal”,
Expiamos silencios y miradas oblicuas
reviviendo a los que mataste
y perseguiste
Creímos hacer las paces
estrechando las manos
de esos matones de colegio.
Sin embargo la mirada errabunda
descubrió que la usura y el espectáculo
se compraban el bikini nuevo
de las rebajas, los combos,
y la farsa de tu muerte allá lejos…
Pienso que este poema se puede leer como una bisagra que conecta las dos instancias de distanciamiento que he intentado esbozar antes, la íntima y la comunitaria, con un nosotros histórico todavía más amplio, más teñido de viejas utopías, juguetes de guerra y artefactos asombrosamente tecnológicos, cuya incidencia temática en este poemario ?si se me permite decirlo— se exhibía más en bruto en sus versiones prematuras, y luego fue, acertadamente creo, morigerándose hasta acabar disuelta y al mismo tiempo reencontrada en las pedestres historias la primera persona del singular….
Proyectado hace siglos como un sueño de la razón que produce monstruos, ese plural más amplio al que refiero ?ese que fue aquí atajado para no recargar de “altisonancias” la voz del libro— atraviesa con su talante infantil la historia de la modernidad para venir a encarnar en nosotros los que fuimos soñados hace tiempo, los hace tiempo idealizados, “los futuros”, herederos demasiado obedientes de Descartes. “El geniecillo hizo su trabajo, se lee en “Esbozo de una certeza”,
Los futuros hemos dudado
Incorporando a la lengua
juegos bárbaros,
Ritmando números
de la conciencia por venir
Por esta tercera forma de distanciamiento, que introduce en las figuras proliferantes y vaciadas del presente residuos y sedimentos de la ingeniería histórica que alguna vez lo proyectó, adquiere su máximo espesor la temporalidad suspensiva que caracteriza a esta poesía. Definida NO por su acortamiento apocalíptico ?para usar la expresión de un pensador de la secularización del tiempo mesiánico? sino por su acabamiento interminable. Un embotamiento similar al de las últimas horas de la fiesta o al instante ciego que sigue a un estruendo catastrófico, del que surge por contraste el habla retirada que aquí va constituyéndose por veladuras hasta dar con una pregunta no sólo lúcida sino lozana: “¿qué éxito nos hace tan tristes?”
Escrita en los límites de la espera histórica por una salida, este poesía de Erique parece encontrar su destino no perteneciéndole ya a la voluntad y a la necesidad de que una historia, cualquiera sea su rango o su pronombre, se consume en solución. Sus velos y desvelos formales parecen orientarse a ejecutar con la mayor elegancia y precisión posible, como creo lo logra el verso interrogativo que he citado, esa renuncia. Y esa renuncia, nada más que eso, es aquí la conclusión. “No hay salida, no hay término feliz,” dice la voz soterrada de este libro, con la que quisiera en alguna medida fundir la mía, al ir concluyendo esta lectura. “Nosotros, los futuros, que hemos dudado, los que no hemos logrado acabar la fiesta en redención, nos prodigamos un porvenir inscribiendo otra vez la infancia en la lengua, como un conjunto inagotable de sonidos bárbaros que interrogan y tantean. Sonidos de los que dudamos y que son,” como lo observa uno de los poemas de Enrique, “incapaces de poner en marcha el tiempo”. “Pero sonidos que siguen midiendo, con su urgencia” –como lo expresa a cabalidad esta producción poética- “nuestro ánimo y nuestra fiebre.”
(Este texto fue leído el Jueves 25 de noviembre en el bar Rapa Nui, con ocasión del lanzamiento de Éxito)