Leonardo Portus es un artista autodidacta que deambula por las calles al estilo de un flâneur: un paseante y voyerista que recorre la ciudad, sin un rumbo fijo ni objetivo terminante, pero sí atento a los distintos hitos arquitectónicos que descubre a su alrededor.
Sus recorridos se han materializado en una producción visual que es el resultado de una meticulosa investigación en torno a la historia, tradición y evolución de nuestro paisaje urbano. Lo identifico como un explorador y descubridor de edificaciones simbólicas del modernismo nacional. Además, su trayectoria está marcada por la ejecución de varios proyectos artísticos que han revisado el urbanismo local y su vinculación con el estado.
Portus nos propone una discusión en torno a cómo se ha forjado la arquitectura en el espacio público y cómo ello repercute a nivel social. Se declara un “cronista visual”, un compilador que extrae información de diversas fuentes: internet, prensa, revistas y la escasa documentación y bibliografía existente de diversos proyectos urbanos realizados y fallidos. Se trata de un proceso que se caracteriza por su amplio sentido creativo, donde la imaginación del artista reflexiona sobre el rescate de nuestro patrimonio y su posible reinvención.
Con esta premisa, hoy nos presenta en el MAVI “Estación Utopía”, fruto de una indagación que tiene su origen en el proyecto: ¿Esta será mi casa cuando me vaya yo? (Sala Gasco, 2012). Esta búsqueda expone un segundo ejercicio ucrónico que -en palabras del artista- “hace pensar la linealidad de la historia”. La aspiración citada sigue debatiéndose en torno a la arquitectura en Chile, pero esta vez, a través de repensar un espacio transversal y pradigmático como el Metro de Santiago. La muestra se configura a través del cruce de diversas disciplinas: artesanía, arte, arquitectura y diseño; por medio de un trabajo artístico que especula cómo serían tres estaciones del metro si no hubiese ocurrido el golpe de estado de 1973 y, posteriormente, una dictadura que trunca diversos proyectos sociales de la arquitectura modernista dentro del programa del socialismo chileno. Se propone así, un relato controversial que cuestiona cómo -y hasta qué punto- se desarrolló el arte integrado en este espacio de tránsito.
Dicho esto, la obra de Portus es una propuesta estética e imaginaria que produce un vuelco histórico para representar una utopía de carácter personal, que propone cómo estas estaciones debieron haber sido realizadas para motivar la utilización de este medio de transporte. El artista combina distintos dispositivos técnicos: fotografías, maquetas y una videoinstalación, para mostrar diversos aspectos de nuestras actuales estaciones de metro. Esto sumado a la ficción que el propio artista incorpora y diseña. Se trata de una acción que enmienda la realidad de nuestro actual espacio público, en tanto que se representan espacios interiores que garantizan una experiencia visual y sensorial, a través de una arquitectura y arte integrados.
Es así como al ingresar al museo, nos percatamos de que para visitar la muestra, debemos realizar un recorrido donde nuestro cuerpo desciende. Una experiencia que permite deambular por un entrecruce de medios que -en una primera instancia- despista al proponernos una ficción fotográfica elaborada a partir de fotografiar espacios representados a través de maquetas. Su obra puede ser entendida como un desplazamiento que permite que el espectador tome el rol de un transeúnte, que al introducirse al interior del museo, por las características de su arquitectura, experimenta una sensación semejante a la de estar en una estación de metro igual a las que visitamos a diario.
Las fotografías son expuestas de forma horizontal-lineal, y se cruzan entre los pisos para proponer un trayecto que culmina en la planta más baja del museo. Al llegar aquí aparece una especie de revelación: la presentación de tres maquetas que confirman la dependencia entre ambas técnicas, pues las fotografías corresponden a capturas de distintos ángulos y encuadres de las mismas maquetas.
Nos enfrentamos a trabajos de carácter oscilante que combinan realidad y ficción y en los que es posible apreciar la ampliación de diversos ángulos de dichas maquetas: sus detalles ornamentales, su calidad pictórica, los diseños de arte integrados, citados e incorporados. Se produce así, un dialogo entre bidimensionalidad y tridimensionalidad, donde la escala acusa el juego articulado por el artista a través de los diferentes elementos que se conjugan en las salas de exposición.
Las maquetas, por su parte, son de gran riqueza plástica y representan en pequeña escala tres estaciones que son bautizadas como Estación Violeta Parra (nombre inicial para lo que hoy es la actual Estación San Pablo de la Línea 1), Estación Gabriela Mistral y Estación Pablo Neruda (2 estaciones ficticias). Todos son modelos en donde se aprecia el oficio y destreza manual que este artista adquirió en su calidad de artesano, tiempo atrás, por medio de la construcción de retablos. Estas son obras que exponen -y proponen- un arte integrado que colabora con la arquitectura, donde el diseño de la forma está en función del espacio público. Se trata de prototipos donde se cita a artistas como Frank Stella, Carlos Ortuzar, los hermanos Larrea, Matilde Pérez, Eduardo Martínez Bonati y a la brigada Ramona Parra, entre otros.
Es un trabajo de diseño y oficio impecable, en el que se replican algunos de los originales y coloridos mosaicos diseñados por Peter Himmel, acompañados de otros elementos, como por ejemplo, el logo del metro con su tipografía original. Todo esto sumado a una estructura que propone un rescate de la arquitectura modernista, el minimalismo y la arquitectura brutalista, a través de la representación del hormigón a la vista y la exposición directa de los materiales de construcción. Estos elementos fueron representados de forma minuciosa por medio de variados materiales como madera, cartón, mica, pintura, etc. Paralelamente, nos enfrentamos a un objeto curioso: una lámpara que acompaña a cada una de las maquetas, recreando así, un taller de arquitectura de los años 60´s o 70´s.
Al final del recorrido nos encontramos con una tercera obra situada en una pequeña sala oscura que está en una de las esquinas del museo: una videoinstalación de escala 1:1 en la que se proyectan imágenes de mosaicos y baldosas que resaltan por sus diseños, colores y formas geométricas, creando un efecto visual que se despliega en movimiento (tal como el arte cinético que nos hace pensar en el neoplasticismo, el arte concreto y/o la Bauhaus). Es una obra que nos invita a una experiencia visual y sensorial, y que -nuevamente- es una crítica explícita al arte que actualmente en el metro reemplaza a los mosaicos originales, el que según el artista no es un arte que reflexione las bases tecnológicas de producción contemporáneas como sí lo hacía aquello que se derribó.
Presenciamos así una muestra que explora un ideal social no concretado, mediante un lenguaje artístico que visibiliza historias desconocidas para muchos. Todo esto significa para Portus una involución en cuanto a un proyecto urbanístico, es decir un fracaso que se plantea, a través de una reflexión visual que pretende la (re)construcción visual de un país que se necesita reformar.
Esta nota forma parte de una serie de artículos co-editados con Taller BLOC