“El libro de Sebastián recoge todas estas sensaciones extraordinarias y a su vez las aterriza para que queden en la memoria colectiva. El trance de creer y crear conjugados en un solo presente verbal, yo creo, es intransferible, sin embargo está disponible en todo proceso creativo”, nos dice la actriz María Izquierdo, presentadora de Actuar con Andrés Pérez: Memorias teatrales (Cuneta, 2025), de Sebastián Vila, publicación recién lanzada, que reúne entrevistas, testimonios y reflexiones de actores, actrices y colaboradores que acompañaron a Pérez en distintas etapas de su carrera, entre ellos Horacio Videla, la misma María Izquierdo, Mariana Muñoz y Willy Semler.
Con este militante de la belleza, que hablaba de la vida como “las peripecias de este teatro en el que me tocó habitar”, convertimos en teatros las calles, gimnasios, cunetas, portales de iglesias, muelles, estaciones de tren, plazas, canchas de fútbol, ruinas italianas, galpones abandonados, y carpas de circo…

El techo era el cielo estrellado y casi siempre la luna nuestra espectadora.
En los trabajos que desarrollamos, eramos una patota que convivía adentro y afuera de los horarios de ensayos. Comíamos juntos, criábamos juntos, viajábamos mucho juntos. Teníamos largas reuniones ultradensas para decidir temas tan delicados como por ejemplo dónde nacería mi primer hijo. En santiago o en Londres. Hasta una sesión terapéutica grupal tuvimos porque estábamos muy neuróticos. Andrés era un lider con una tremenda capacidad de trabajo que amaba la horizontalidad. Toda la compañía tenía el mismo sueldo y el mismo horario de trabajo, que incluía las tareas domésticas, como hacer el aseo, distribuir las sillas del público, hermosear la boletería, perifonear (recorrer las calles con un megáfono convocando al público local) y, por supuesto, armar y desarmar el escenario, cargar y descargar el camión, en fin. Todas estas tareas las realizabamos los miembros de la compañía gran circo teatro. Solo había una tarea a la que no estábamos convocados. La de nochero.
Hacíamos un precalentamiento riguroso antes de cada función. Y ese también era un espacio creativo y desafiante. Teníamos que estar tonificados para actuar con la máxima concentración y flexibilidad, sin micrófonos para miles de espectadores.
En los ensayos parecía que Andrés flotaba cosechando los capullos que aparecían delicados en las improvisaciones para luego entre los algodones del re-crear, permitir la maduración de esas verdades.
De la mano de su luminosa mirada nos abrimos a la imbatible belleza de la valentía que alienta las improbables travesías de los personajes. Y también a la profunda tristeza del desamor, la represión, y la injusticia.
Como una madre nos mimaba.
Como una madre nos alentaba a atrevernos.
Con andrés cada ensayo estaba impregnado de poesía y de arrojo. Cada jornada se poblaba de antepasados.
Nuestros inocentes corazones, poseídos por la incertidumbre, llegaban abiertos a las acciones y a la música.
La improvisación sin orillas ya no se irá de mi vida.
Es un riesgo que se cultiva para no llegar nunca a territorios conocidos.
Es una metodología que desnuda el horizonte y desafía al cuerpo, al corazón y sobre todo a la razón.
La improvisación se nutre de reglas muy simples, como por ejemplo creer. Siempre le creo al actor o actriz que está conmigo jugando. Y digo jugando, porque eso es lo que hacemos. Jugamos muy en serio a creer y crear. Si una compañera de juego de repente se agarra la cabeza y se queja, tengo muchas maneras de creerle. Puedo correr hacia ella a socorrerla, o puedo agarrarme la cabeza como ella porque es contagioso, o por que nos están tirando piedras, puedo buscar a quién tiró una piedra, o puedo buscar la piedra, encontrarla y guardarla, o lanzarla de vuelta, etceterísima. Pero jamás puedo descreer que se agarra la cabeza y se queja.
Otra regla es que jamás se usa fuerza real. Si aparece la violencia en la escena, debe ser un pacto cómplice en donde no se arriesga la integridad física.
En la improvisación la asociación libre con su vértigo implícito se despliega y en el mejor de los casos arroja evidencias.
Las evidencias son los tesoros con los que Andrés armaba, componía la puesta en escena.
En alguna ocasión estabamos improvisando para el montaje de El desquite de Don Roberto Parra, y mi personaje que era una campesina, cantó/canté una melodía de Schubert. Yo me sentí pletórica, gozando cada nota, y Andrés no interrumpió, pero al terminar la improvisación me dijo que ese no era el bagaje cultural de la campesina carmencita. Bagaje cultural del personaje, otra clave necesaria.
El libro de Sebastián recoge todas estas sensaciones extraordinarias y a su vez las aterriza para que queden en la memoria colectiva. El trance de creer y crear conjugados en un solo presente verbal, yo creo, es intransferible, sin embargo está disponible en todo proceso creativo. Y como dice Luis Sepúlveda, volar es una decisión muy personal.
Gracias Sebastián por permitirnos recordar contigo la tremenda emoción de haber compartido con andrés. Un hombre de teatro que sentía una pulsión profunda por llevar el arte a los lugares más abandonados de Chile y que se puso a disposición con todo su ser a la coherencia de esta misión.
Un hombre de teatro que llevaba con su liderazgo ardiente, la experiencia colectiva al límite, haciéndonos sentir que estabamos haciendo patria y poesía con nuestras historias asombrosas. El asombro…una bandera.