Un ojo oculto que nos vigila y persigue. Nos observa en silencio sin que lo percibamos, camina tras nosotros por las calles de esta apocalíptica ciudad y va rastreando cada trayecto que trazamos. De este posmoderno Chile vigilado nos habla Felipe Victoriano en La oficina, novela que a través de cuatro narradores realiza una crónica del país que habitamos. Mediante una técnica narrativa similar a la que emplea Roberto Bolaño en La pista de hielo, es decir, la rotación de los mismos narradores siempre en un mismo orden, un psicólogo, un creador de realities, un escritor y un periodista nos describen sus experiencias al frente de una oficina vinculada al Ministerio del Interior. Estamos dentro de una red de poder que ni sus propios miembros conocen totalmente: “Nadie, ni siquiera el jefe, sabía si nosotros éramos el primer o el último eslabón de esa cadena de influencias. No importaba, ese conocimiento resultaba intrascendente para la lógica de funcionamiento con la que debíamos sesionar. Éramos parte de la cadena, con eso bastaba” (75-76). En los protagonistas ronda la incertidumbre y el miedo, pero lejos de percibir cuál es su real función dentro de este espacio, nunca llegan a percatarse de que están adentro del huracán del poder: la oficina es un panóptico.
Pero cómo culpar a los integrantes de esta oficina si habitamos sociedades donde todo es desechable. El poder cosifica a los individuos para instrumentalizarlos en función de sus intereses, por ende, ellos también son sujetos circunstanciales y prescindibles. A ratos me recordaron algunos personajes de Germán Marín[1] al ser sujetos estructurados por la Historia, y que luego de cumplir una función asignada por la misma son desechados y arrojados ante un nuevo proyecto de sociedad en la cual no se reconocen. Con el transcurrir del relato estas cuatro voces exponentes se van homogenizando. Si bien es cierto que cada personaje narra desde su perspectiva profesional el ingreso y desarrollo en la oficina, hacia el final del texto parecemos estar frente a un solo protagonista compuesto de conjuntos que ya no se diferencian entre sí. Un muñeco único cargado de angustias y preguntas.
Es interesante la dualidad escritural que presenta el texto: cuando los protagonistas están encerrados en la oficina hallamos una escritura estructurada como documento; pareciésemos estar leyendo un protocolo plagado de tecnicismos. Ello se esfuma cuando la acción se desarrolla en otros espacios, como por ejemplo cuando Vergara visita a Ruiz en su casa; allí la escritura es más literaria y dispersa: “La televisión, Internet, la pizza a domicilio y la coca me habían convertido en un monstruo. Con el correr de los días comencé a sudar como una bestia y, por efecto del escaso aseo personal que tenía, me llené de granos purulentos en el cuello y en las mejillas” (95). Pero no sólo hallamos estos dos espacios escriturales dentro de un mismo núcleo, igualmente los cuerpos de los protagonistas se erigen como una forma de expresión. Tomando la hipótesis de Gabriel Giorgi que el cuerpo humano es un espacio donde leemos la historicidad de los modos de violencia, tanto el muñón de Ibarra como la fractura de Ruiz son entendidos como un producto propiciado por estas sociedades panópticas.
Al comenzar la novela es imposible no asociarla a la oficina creada por la Concertación para disolver grupos de izquierda armados durante la década del noventa. Si bien es cierto que hay un campo semántico común con esta organización, la apuesta de Victoriano es que podamos observar cómo nuevas redes de espionaje continúan operando en la sociedad fantasmalmente: ¿O no es acaso Facebook un sistema de control con una base de datos que sirve como dispositivo para encasillar a la ciudadanía? No estamos frente a la oficina del Japenning con ja y su discurso televisivo, estamos ante un conjunto de redes en donde hasta un encendedor puede ser una cámara: “De hecho parece mirar de reojo sobre su hombro buscando sutilmente alguna presencia que le confirme la sensación de que no estamos solos” (98).
La novela nos sitúa en un país donde la democracia se concibe como el derecho a eliminar a un concursante de un reality, un espacio donde las bibliotecas son intervenidas para la regulación de su material bibliográfico, es decir, una sociedad codificada y plagada de sistemas de control. Pero no nos confundamos, no estamos frente a un contexto futurista bajo el cual se inscribiría una narración de Lovecraft o Philip Dick, no. Estamos en el Chile actual. Estamos ya dentro de esas sociedades de las que nos habló José Saramago. Estamos ante muchas oficinas que crecen y avanzan sin que lo sepamos. Bienvenidos a la sociedad del ojo te ve.
Felipe Victoriano. La oficina. Das Kapital, Año 2013.
[1]Principalmente los protagonistas de Carne de perro y El Guarén.