Hoy Valentina Izquierdo, alumna del Magíster en Estudios de la Imagen de la UAH, nos sorprende con una reseña sobre Metraje encontrado (2018, Hueders), de Germán Carrasco, libro cuyo «metraje ajeno nos instala en un mundo en donde lo múltiple, tanto en formato, escritura y referencias, aparece como el primer punto del viaje, y en donde el poeta junto a su palabra se inscribe como el chasqui, como un mensajero que recorre un camino a toda velocidad para hacer llegar la posta al siguiente corredor»
Si bien Metraje Encontrado (2018, Hueders), de Germán Carrasco, nos llega en el libro como formato y material tradicional, ya con el título de su nuevo trabajo somos avisados de la cualidad vaga, ondulante y camaleónica que lo caracteriza. Porque a pesar de que las palabras, como unidad propia del libro, nos invitan a emprender un recorrido, no se nos asegura un final concreto ni menos un trazado particular por el complejo panorama que el autor propone y que, a su vez, se le escapa.
Tal como lo propone su definición – y aquí vuelvo a ese lugar común y rígido que nos ofrece la RAE -, un metraje se entiende como la longitud o duración de la proyección de una película cinematográfica y, aunque al autor se le conoce por su ejercicio de poeta, este material excede a lo que el resultado de su trabajo promete y, así, se instala en aquel espacio en donde la velocidad y el trayecto se plantean como sus principios básicos.
De este modo, el acercarse a la lectura de este metraje ajeno nos instala en un mundo en donde lo múltiple, tanto en formato, escritura y referencias, aparece como el primer punto del viaje, y en donde el poeta junto a su palabra se inscribe como el chasqui, como un mensajero que recorre un camino a toda velocidad para hacer llegar la posta al siguiente corredor. Y ahí aparecemos nosotros, los lectores, como figuras determinantes que con cada repaso del libro profanamos esos lugares comunes, lo que hace al metraje un material cada vez más anónimo, complejo e inacabado.
Distintos elementos caracterizarían los puntos de referencia que aparecen en este recorrido: están los espaciales que empiezan con la letra P, de Pisagua, del Persa Bío Bío y de Porvenir, tres localidades que contienen el olvido y que en sí mismas son planteadas como límites simbólicos del tiempo. Asimismo, se encuentra la literatura, no solo en palabra, sino que en imagen: hay una constante metarreflexión, ya sea por la inclusión de diversos autores, críticas y figuras propias de la industria del libro; cada una con su propia perspectiva y realidad.
Respecto a la palabra, aquí la escritura aparece de manera importante como una huella de esta velocidad que en ocasiones puede derrotarnos. Distintas pistas, como la ausencia de mayúsculas que den inicio a los textos, o, asimismo, la falta de puntuación que dé término a los versos o párrafos del libro. Existe una insistencia en abreviar las palabras, como si la rapidez del metraje obligara a comprimir las ideas. Y lo anterior mediado por la imagen que refiere a vidas ajenas, a tiempos otros, diversificados y transformados.
Todos estos elementos convergen en un mismo espacio, aunque cada uno de ellos con sus propias historias, las que nos cuentan como oficiales y las que nos contamos nosotros, de oreja en oreja, y que nos llevan a muchos otros lados, recordándonos la imposibilidad de apropiarnos de ellas como motivo de relatos futuros.
Pero, al mismo tiempo, al insertarse en un tiempo específico nos promete la posibilidad de la transformación, del cambio, como única respuesta posible, lo que permitiría que el metraje pueda mantenerse en la proyección, en la revelación de su conflictiva y arbitraria longitud.
Finalmente, con su herramienta principal, la palabra, el poeta incursiona en espacios y posiciones borrosas que dan cuenta de la existencia o, más bien, de la necesidad de fracturar ciertos límites, representados en figuras y lugares propios de la cultura chilena, pero que se encuentran olvidados, en la eterna espera de un rescate.
El libro demuestra, así, la posibilidad de transitar entre distintos lenguajes, de servirse de uno para hablar del otro y viceversa. Y que como mensajero solo coincide en el ejercicio, en la necesidad del recorrido, porque tal vez funciona como un método de evitar llegar a alguna totalidad y, de ese modo, hacerle – en alguna medida – justicia a todo aquello que, en nuestras ansias de llegar a puerto, pasamos por alto.
Metraje Encontrado es, entonces, un material que a través de la palabra transita y se recupera del olvido, del estancamiento. La palabra lo toma anónimo de la feria de objetos de segunda mano para, posteriormente, ser apropiado y resignificado constantemente, sin un inicio (o procedencia) concreto ni un final seguro.