«A su manera este libro es muchos libros», Julio Cortázar
Un momento propicio para el exilio (Das Kapital, 2011), título extraño, como es dicho en la misma contratapa del libro, reúne la obra de Marcelo Guajardo Thomas (1977) escrita entre el 2002 y el 2010. En tanto es un volumen que acopia ocho años de trabajo, el grosor es, por lo menos, intimidante, y quizás también por eso, no mucho ha sido dicho en torno al mismo. Aunque, como bien avisa Juan Pablo Pereira en su texto «A modo de epílogo», adjunto al libro, éste «Implica, paradójicamente, el mayor gesto de respeto que un lector puede desear (aunque muchas veces sea lo último que desea): el apelar a todas sus facultades perceptivas, el obligarse a plantarse a leer, a perder el tiempo en algo tan inútil y potente como esto. […] Y ganárselo cuesta tanto (tan poco) como leer este libro» (p.336).
Entonces, tras varios días (noches), de lectura y relectura, de estar, como se dice coloquialmente, de cabeza en el libro, lo primero que cualquier lector advierte es que éste es un libro que es varios libros a la vez (cualquier coincidencia con Rayuela es una fortuna), once libros, y quizás más, pues uno de ellos está, a su vez, subdividido en seis secciones. El lector echa de menos las fechas correspondientes a cada poemario o conjunto; y en especial, echa de menos el índice. Son decisiones editoriales, como también el adjuntar imágenes producidas por Joaquín Cociña.
Entrando en materia, de las diecisiete u once «secciones», en que encontramos poemas intitulados, textos en prosa (en los cuales suelen faltar signos de puntuación), poemas cortos, otros extensos, citas de autores extranjeros y nacionales, epígrafes, etcétera, hay una zona de «habla», un registro de habla, un tono, una tonalidad, un matiz, que sí es transversal a todas estás páginas tantas, alrededor de 300, que no 400, como dice Thomas Harris en la contratapa del libro. Aquel «tono» del que hablo, permite al lector concentrado tomar un puñado de poemas de cualquier parte del libro y, tras leerlos, decir sin titubear «pertenecen a un mismo autor». Al menos a mi entender, tal construcción de la voz, es prueba de un brillante manejo de lenguaje: «bajo las lenguas rojas de los sauces» (p.44), «las manos de Pedro Rojas son negras» (p.116), «una pupila empuña los segundos» (p.152), «muerde la mesa antes de la comida» (p.223), «El grito del cardo, entonces, rasgando» (p.233), «que de improviso llora la corteza» (p.272). Estos seis versos recogidos de distintas zonas del libro amalgaman o sintetizan una imagen rica y diáfana, que sorprende por la enorme proximidad, por la pertenencia, a la vida: una cercanía tal, que nos es nueva.
El talento, la pericia, el trabajo concienzudo, meticuloso, están. Luego, en cuanto a la temática, es impropio decir que existe unidad. Los títulos solos ya hablan de la multiplicidad de temas: «Joseph Merrick, diario del hombre elefante», «Cocaví», «Los delicados valles de la modernidad», «Víctor Sarmiento comprende el tedio», «Olguín 8400» o «El cielo enrojecido». Y, por lo mismo, hay una lista extensa de ecos de otras poéticas, presentes en ésta. Diego Maquieira y Enrique Lihn, por ejemplo. Guajardo Thomas fue actor del reconocido Taller Santa Rosa 57, junto a poetas que han generado obras sumamente potentes: Materias de libre competencia y regulación, Patria, Guía de despacho, Higiene y Blácbuc.
Ahora, ¡ojo!, menciono a Maquieira y a Lihn no con el fin de subirle el tono a los poemarios de Guajardo Thomas, la sección de «Olguín 8400» y las otras que también modulan a este personaje «Olguín», tiene un tono, sea por la experimentación, por la ejercitación del eclecticismo, por lo variopinto de los objetos y asociaciones, que uno, como lector, se dice «esto es como Los Sea Harrier«, con cierto enojo, o desdén. Pero, les recuerdo «nada más peligroso que el desprecio», como ha dicho un poeta por ahí. Por ello, la lectura continúa. Leer la obra de Guajardo Thomas es obsesionarse con la re-lectura, pues exige ir, de tanto en tanto, retrocediendo páginas para volver a tomarle la mano a alguna palabra. Lihn aparece en un epígrafe (p.292), pero también re-escrito en ciertos versos: «la rueda gira con absoluta perfección» (p.115), demasiado parecido al «la rueda daba ya unas vueltas perfectas» del poema «La pieza oscura». Sin embargo, este parentesco no es copia, no podría serlo, sino una cita, velada, pero una cita, o una re-escritura si se quiere. Por otro lado ¿quién, hoy en día, podría escribir poesía y no haber leído «La pieza oscura»?
Uno de los asuntos predilectos de Guajardo Thomas lo constituye el agua, los ríos, el mar, también la humedad, el barro, el fango y el vapor, pero no así las nubes. Hace once años, fue publicado su primer libro: Teseo en el mar hacia Cartagena (El Temple, 2001), y desde ahí está el interés por el mar y el agua. El agua es un elemento de una importancia mayor en la poética de Guajardo Thomas. Uno de cada tres poemas suyos habla del agua. ¡Y qué decir de los animales! Gallos, pájaros, caballos, iguanas, manatíes, perros galgos, conejos, tortugas, papiones, ballenas, como también el enjambre, la colmena, la manada, la jauría y el cardumen, los peces (de distintos tipos: sardinas, lenguados, pejerreyes), las grullas, incluso un terodáctilo. El bestiario del que hace acopio Guajardo Thomas es el más vasto que yo haya encontrado, orgánicamente imbricado, en una obra poética (bueno, y La granja de los animales, de Orwell, pero es una novela).
Otro de los recursos de Guajardo Thomas podría ser llamado «geográfico». La aparición de ríos no sorprende a muchos, pero es que además hay desembocaduras, acantilados, playas, arrecifes, grutas, dunas, vertientes, un delta, costas, colinas y valles, entre otros. La última sección del libro se titula «Nuevas impresiones del litoral», por ejemplo. A su vez, el páramo es mencionado repetidas veces, y un iceberg incluso: «Al acantilado donde el grito llama» (p.231), «dirigiéndose al delta en el légamo rojo» (p.317), «impulsa un pequeño iceberg que tiembla en el reflejo» (p.141), «Un arrecife. El viento del arrecife. La total oscuridad del arrecife.» (p.250), «El aromo que ardió de noche en medio del páramo.» (p.235), «Dentro de la oscura gruta» (p.233), «la piedra que desciende / hasta su desembocadura» (p.275), «en la orilla de un mar embravecido» (p.271), «la vertiente azul que circunda» (p.179).
Las atmósferas geográficas que permiten una colina, el páramo o la cima, son propicios para la sección del libro —el poemario— «Pucara» (que son las fortalezas, construidas en pirca, propias de la cultura diaguita). «En donde la colina ha concluido su refugio, en el silencio» (p.213). Junto a los escenarios más secos, como el páramo, los acantilados y los cordones montañosos, con polvo, sol y piedras, están el pantano, la ciénaga y la humedad: propicia para el crecimiento de hiedras, musgos y juncos (cuya presencia entre los poemas es palpable). El barro, el fango, como decía más arriba, son condimentos en los poemas de Guajardo Thomas. De hecho, la naturaleza, la ecología más bien, es situada por el autor como el «mundo», como el «lugar» en que las cosas suceden: «donde la hierba crece con más fuerza» (p.146), «en la orilla tranquila que precede al bosque» (p.172), «imita su paseo lento sobre los juncos» (p.98), «la gruta recobra su mudo principio» (p.196), «de multitudes rojas a favor de la arena» (p.321).
Tiene gentileza, el poeta, al adjetivar aquellos nombres de los espacios vivos. Hay elegancia y hay vitalidad, incluso cuando algo ennegrece, o se debilita, cuando es ejercitada una violencia, en términos de imagen verbal, es potenciada y es ampliada su visibilidad. En cuanto poema, posee aquella eficacia que cautiva al lector. Dicha característica no es otra cosa que una de los modos de ver el oficio y el trabajo de taller del poeta: «la carne negra / hundida en el agua de la cima» (p. 25), «37 mujeres calvas ciegas por el estallido del sol» (p.89), «Primero el estupor como un bien estético corrosivo» (p.143), «el asno se pudre entre los geranios» (p.156).
Obviamente hay otros espacios, como el Persa Bio Bío, el bar «Roca Shop», también la nómina de lugares distantes y disímiles: Holanda, Rancagua, Lisboa, Nueva York, Berlín, Antofagasta, Siberia y hasta el Parque Bustamante. La edad prehistórica, que alude al hombre de las cavernas, aparece en «El dolor de los enjambres» (pp.6-25). Junto a lo recién dicho, está elaborada, articulada, una tensión entre la barbarie y la civilización, en algunos poemas de la primera mitad del libro. Ancha cantidad de espacios, que conviven, o sobreviven, entre espacios de tipo natural: el Valle, por ejemplo, es un lugar estratégico en sus poemas.
Juan Pablo Pereira nos dice de la poesía de Guajardo Thomas que sostiene una firme orientación hacia un «no al espontaneísmo» (p.335), condición que, verdaderamente, sus lectores no pueden contradecir, o quizás sí, pero solamente en oportunidades demasiado escasas, que no representan al conjunto total. Los lenguajes que hay tejidos (en el libro), se escapan de los dialectos del mundo cotidiano, hay una altísima utilización de vocablos cultos, decididamente no-coloquiales, tanto, que un lector menos experimentado (y aún uno experimentado), ha de recurrir con frecuencia al diccionario. ¡Y qué decir de la nutrida galería de palabras! En el mismo lineamiento, hay menciones a algunos pintores, nacionales y extranjeros, como también a escritores (especialmente de lengua inglesa), pero también actores y personajes históricos, que conforman un distanciamiento, una vez más, de lo mundano del día a día. Personajes tales como Otto Dix, Monet, Pablo Burchard, John Keats, Edvard Munch, Ashbery, Lezama Lima, incluso Caronte, Jonás, Carl Sagan y Adolf Hitler (también La nueva novela tiene un extenso acopio de personajes). Eso sí, al exponer el listado, pareciera que son muchos, toda una congregación de personajes, pero no, se trata de menciones diseminadas a lo largo de la extensión de ocho años de poesía, a lo largo de estos varios poemarios, por lo tanto, la inclusión de todo este elenco, no afecta en demasía el desarrollo del teatro que es el libro.
Años atrás, el 2007, Patricia Espinosa H, dijo del poemario de Guajardo Thomas, «Joseph Merrick Diario del hombre elefante» —que en esta nueva publicación el lector encontrará con algunas variaciones, que son prueba del trabajo constante (pp.27-47)— que desarrolla «un itinerario nauseabundo y triste que se espejea con la ruta de Cristo» y más abajo «Guajardo nos presenta la figura de un anticristo, una suerte de lado B de la imagen común de Cristo, un sujeto repulsivo en una suerte de santidad oscura y maligna» (en Santa Rosa 57. Alquimia Ediciones, 2007, Santiago, Chile, p.14). La temática de la religión es trabajada por el poeta Guajardo, bajo los enclaves del «Génesis», «la cruz y los clavos», «la corona de espinas», «la crucifixión», «la Sagrada Familia» entre otros más, entramados con la lógica poética de los textos. Una religiosidad algo sui generis, por cuanto imbrica temas religiosos con otros que no lo son en absoluto, produciendo una desacralización que se hace evidente ya desde el título de este poemario, que hace imposible no recordar el film de Lynch Elephant Man. Los tres primeros poemas del libro, por ejemplo, son una tríada llamada «Génesis de los caballos», o bien, la aparición del «templo», del «cordero» o de un «dios» (adjetivado de «pequeño», cuestión que nos recuerda inmediatamente a Vicente Huidobro). También el barro que nos remonta al séptimo día, como dice Lihn. He aquí algunos versos que ejemplifican esta veta del libro: «el cuerpo ardía en el barro» (p.12), «recibe la corona y la cruz» (p.46), «mi costado izquierdo es repulsivo» (p.47), «un terreno sólido donde pisar y levantar mis templos» (p.75), «los clavos enquistados en las muñecas de Cristo» (p.111), «una a una en tus manos las cuentas del Rosario» (p.236), «me diste el barro con que modelar la Sagrada Familia» (p.242).
Persistiendo en el tópico religioso-desacralizado, el poeta expresa «las prostitutas convertidas a la religión están encargadas / del pesaje de los clavos» (p.111) y hace menciones a Santa Teresa, San Agustín y Juan el Bautista. Finalmente, unos descarnados versos que ponen en evidencia los conflictos con la fe, con el cristianismo especialmente, cuando el poeta plantea la hipótesis: «Si encontramos en nuestra casa a un señor desnudo que agoniza colgado en la madera, seguramente no seríamos tan benevolentes ni piadosos. Es muy probable que en nuestra perplejidad, mezclada con asco, adelantemos su muerte» (p.55). Pero, como ya anticipé, son evocaciones diseminadas, en otras palabras, características del libro que, desde lejos, no resaltan tanto como otros tópicos, a saber, los animales y lo líquido, bajo la gracia del agua, específicamente.
El conjunto «Máfil», es una celebración del agua, como también «Nuevas impresiones del litoral» o «Cinco comarcas» (cuyas deudas con la acupuntura quedan saldadas en forma de versos): en estas dos primeras secciones recién mencionadas, el agua juega un rol principal. «Máfil» es el nombre de una comuna ubicada en Valdivia y en mapudungun, quiere decir «unión de aguas», o de ríos, de aguas fluviales en fin. Así, es claro cómo los elementos van reiterándose de texto en texto, página tras página, causando la impresión de continuidad, la cual viene producida, especialmente, por el lenguaje que articula Guajardo: aquella es la verdadera continuidad. Esto último porque a esta «altura» del libro —página 181— el lector ya está familiarizado con el habla del poeta, por tanto, es más sencillo ir recordando ciertas palabras, ciertas construcciones verbales.
Reunir las obras guardadas en las gavetas —»Nuestras exploración de las gavetas tienen en su resguardo brotes de la ambición de adorar» (p.300)— en una sola publicación, más definitiva o masiva (ellos habían sido previamente editados de manera particular y artesanal por el autor bajo su propio sello, «Garage Ediciones», en tirajes muy pero muy reducidos, que únicamente circularon entre amigos, o casi), constituye un gesto que puede ser comparado a lo que sucede en la desembocadura de un río al mar. Un mar que tal vez puede ser el morir, como lo es para Manrique, yo apuesto porque también sea el vivir. En la desembocadura las aguas dulces se mixturan con las saladas, las diferencias de temperatura generan olas y cambios de corrientes imprevistos, de gran riesgo, con fuerte intensidad, de gran soltura, como el libro de Guajardo. Ejercicio de natación entonces, en el que el poeta ha sabido suministrar palabras de diferentes registros y campos. En la desembocadura abundan la agitación, la sorpresa, ellas exigen al lector estar alerta y no bajar la guardia, de lo contrario el ahogo, la incapacidad de decir el qué.