Al archivo de Manuel Rojas sigue vivo y continúa aportando nuevos libros. En mayo de este año se lanzó Mecánica de la escritura. Apuntes de clases (Carbón Libros, 2023), cuya presentación, a cargo de Jorge Guerra, presidente de la Fundación Manuel Rojas, publicamos a continuación: “Alfonso Calderón decía que los borradores de Rojas eran más prolijos que muchos originales de varios escritores. ‘¿Qué es lo que buscamos al corregir? –se pregunta Rojas– ¿Buscamos lo que se llama belleza de expresión, buscamos una determinada forma, buscamos una originalidad de expresión? Buscamos todo ello; pero principalmente, buscamos, deberíamos buscar […] las palabras adecuadas para el pensamiento que queremos expresar’. Sin duda Manuel logró este objetivo muchas veces, a través de una prosa que alcanzaba la belleza cuando lograba la sencillez. Porque Rojas es enfático: ‘Belleza significa lenguaje sencillo’ y la claridad y la sencillez son primas muy cercanas. ‘Escribir bien es como hablar bien’”.
¿Qué motivos tiene un narrador robusto como Manuel Rojas, para escribir un manual de escritura? Sabemos que había preparado unos apuntes de clases sobre el tema, en la escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, acogiendo el llamado de Ernesto Montenegro, en 1953. Sabemos también que esa experiencia no fue de su agrado porque entre los estudiantes no existía interés alguno por aprender sobre retórica, reglas de puntuación o composición. “Solo se interesaban –dice Rojas– en tener pronto un empleo y casarse, lo cual tampoco es malo”[1] ¿Acaso insistir, siete años después, con una publicación en la Universidad de Caracas responde entonces a una decidida o porfiada vocación pedagógica? No lo sabemos ni lo sabremos. Sin embargo, podemos inferir esto a partir de algunas señales dispersas.
Si retrocedemos al origen de la autoformación intelectual de Rojas, de inspiración anarquista, podemos entender desde dónde escribe y también desde dónde enseña. Llegó tambaleante a un sexto grado y, a partir de ese momento comenzó a leer y leer, a tener charlas eternas con un poeta; luego fue juntando letras de plomo y tecleando en una linotipia, corrigiendo cada línea, cada párrafo. Y seguió leyendo. En los tiempos que corren, es casi imposible pensar que un o una joven puedan hacer ese camino, que culminó con la figura de un creador de una prosa sólida, pero también y, sobre todo, sencilla.
Un día, al leer “Hijo de ladrón”, alguien le dijo que no se sabía cómo estaba hecho su estilo. El comentario le incomodó, y se empecinó entonces en saber qué significaba tener o no tener estilo literario. Buscó en las opiniones de grandes maestros, como Flaubert y Stendhal, y logró establecer que el estilo no tenía nada que ver con una expresión individual o propia y tampoco con la exhibición de técnicas de expresión originales. Luego de deambular por distintos análisis y definiciones, declara que no es posible definir con certeza qué es el estilo. Ante tal evasiva, poco podemos hacer. Sin embargo, lo que sí podemos conocer nosotros actualmente, es el método de trabajo que practicó Rojas, el cual se basó en la permanente reescritura y corrección. Solo del cuento “El vaso de leche” hay nueve versiones[2] y Alfonso Calderón decía que los borradores de Rojas eran más prolijos que muchos originales de varios escritores. “¿Qué es lo que buscamos al corregir? –se pregunta Rojas– ¿Buscamos lo que se llama belleza de expresión, buscamos una determinada forma, buscamos una originalidad de expresión? Buscamos todo ello; pero principalmente, buscamos, deberíamos buscar […] las palabras adecuadas para el pensamiento que queremos expresar”[3]. Sin duda Manuel logró este objetivo muchas veces, a través de una prosa que alcanzaba la belleza cuando lograba la sencillez. Porque Rojas es enfático: “Belleza significa lenguaje sencillo”[4] y la claridad y la sencillez son primas muy cercanas. “Escribir bien es como hablar bien”[5]
No dejo de pensar que esto es anacrónico en los tiempos que vivimos. ¿A quién le interesa hoy escribir o hablar bien? Sería largo comentar cómo se ha alejado nuestra sociedad de aquellas buenas prácticas, de las razones que conllevan y las consecuencias que provocan. Salvo quienes viven del buen hablar y escribir se salvan de esa evidencia, pero, incluso, ahí, también hay casos que contradicen la frase del viejo Azorín: “Estilo oscuro, pensamiento oscuro”[6]. ¿Qué sentido tiene entonces el esfuerzo de editar ahora un libro como el que comentamos hoy? ¿Qué sentido tiene meter las manos en la mecánica de la escritura, conocer y saber cómo se elabora cada pieza para que la máquina del lenguaje haga su trabajo?
Vuelvo aquí a los tiempos anarquistas de Manuel, donde se difundía entre los obreros la idea de que todos los vicios debían ser erradicados de sus vidas porque un obrero degradado por el alcohol, por ejemplo, se debilita y pierde la fuerza necesaria para hacer frente a las fuerzas explotadoras y conservadoras. Actualmente, la ignorancia, la incapacidad de elaborar un pensamiento a través del lenguaje siguen beneficiando a esas mismas fuerzas. Esto es dramático (y creo quedarme corto con el atributo): las recientes estadísticas nos dicen que uno de cada cinco jóvenes tiene el conocimiento formal deseado; una de cada siete muchachas alcanza el conocimiento matemático esperado.
No quiero pensar que este libro está destinado sólo a profesores y académicos preocupados de estos temas por razones de su quehacer. Prefiero creer que debe interesar a todos los que aún creemos que es posible cultivar el buen hablar y el buen escribir y más aún a todos los convencidos de que, como escribió Manuel Rojas: “[…] la palabra es la base del lenguaje y que el lenguaje es la base del intelecto, la gran herramienta de la inteligencia”[7].
[1] “Algo sobre mi experiencia literaria” en “El árbol siempre verde”, Zig – Zag 1960, Pág. 59.
[2] Ver Cuentos Completos de Manuel Rojas. Edición crítica de Ignacio Álvarez A. Ediciones U. Alberto Hurtado, 2021.
[3] Mecánica de la escritura. Apuntes de clases Manuel Rojas. Carbón Libros, 2023. Págs. 119 y 120.
[4] Ibídem. Pág 73.
[5] Ibídem, Pág. 68.
[6] “Estilo oscuro, pensamiento oscuro” en Un pueblecito: Riofrío de Ávila, Azorín, Espasa Calpe, 1957, 47.
[7] “Mecánica…”, 93.