En los últimos días, María y el fuego (Editorial Neón), el recientemente publicado libro de Carmen García, ha dado mucho de qué hablar. Hoy publicamos la presentación que hizo la especialista en historia de la medicina, Andrea Kottow, quien ve este libro como una obra que se articula desde el misterio y que “incursiona, en varios de sus relatos, en un género poco visitado, al menos en el escenario literario chileno: la literatura fantástica”.
La Biblia sostiene que al principio estaba la palabra. La palabra y Dios se funden en una y misma cosa; por ello es que la palabra tiene una potencia creadora que se corresponde con la omnipotencia de lo divino. Dice el evangelio: “Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.”
La palabra es, entonces, como Dios, la medida de todas las cosas.
El libro de cuentos de Carmen García nos propone un principio distinto. ¿Qué ocurriría, parece preguntarse –e interpelarnos a sus lectores–, si al comienzo no estuviera la palabra, sino el misterio? ¿Si el hombre no se encontrara, tal como pretendía San Juan, con un mundo hecho de luz, una luz que emana de la palabra perfecta de Dios, sino, por el contrario, con un enigma? ¿Cómo se presentaría ese universo frente al ser humano? ¿Cómo recorrerlo y cómo escribirlo? Si el mundo se corresponde con la palabra de Dios, es la palabra la que debe ser recorrida para recuperar la perfección divina. Pero si el mundo se presenta como enigma, y el hombre se estrella contra la imposibilidad de resolverlo, cómo es que puede intentar dar cuenta de él?
La metáfora del mundo como libro es muy antigua e implica la pregunta por la legibilidad de ese mundo-libro. La idea de que el mundo debe ser leído, y la indagación en los posibles lenguajes que contiene, puede ser rastreada en múltiples fuentes: literarias, filosóficas, religiosas. Uno de los autores que explora este símil, una y otra vez, es Borges. En “La biblioteca de Babel” los bibliotecarios buscan hace siglos el libro de los libros que explique toda la biblioteca que, a su vez, no es otra cosa que el universo. Libro-biblioteca-universo: lo que pone en juego el relato de Borges es la cuestión de la inteligibilidad. ¿Podemos conocer el universo? ¿Puede una biblioteca contener, es decir, explicar el mundo? Qué es lo que contiene una biblioteca? Libros… podría responderse con cierta premura. ¿Y qué contienen los libros? El conocimiento sobre el universo. ¿Pueden los libros conocer/contener el universo? Y si los libros, es decir, la biblioteca, contienen el universo, ¿qué es lo que contiene la biblioteca?
No volveré a insistir en las interpretaciones más o menos sabidas de los tópicos típicamente borgeanos, donde universo, biblioteca y laberinto remiten unos a otros. Si vuelvo a Borges, es porque para él, también, como para Carmen García, estaba primero el misterio. Solo como respuesta posible frente al carácter misterioso del mundo, en algunos casos más y en algunos casos menos desesperada, surge la palabra.
Al comienzo estaba el misterio.
Juan José Saer, en un ensayo que dedica a un autor que admiraba mucho y que consideraba, en cierto sentido, su maestro literario, Antonio di Benedetto, piensa la relación entre, por un lado, la literatura, entendida como las obras de ficción, y, por el otro lado, la crítica y la academia. Repara en el poco revuelo que Zama, la novela cúspide de Di Benedetto, había provocado, tras su publicación en el año 1956. La razón que aduce para esta falta de atención es que Zama no cabía dentro de lo que Saer llama “las categorías rutinarias que manejan nuestros críticos e historiadores de la literatura”. Escribe Saer que “por no tener cabida en ningún casillero preparado previamente por los escribientes de nuestras revistas y de nuestras universidades”, Zama estaba “destinada a destellar con luz propia y a mostrarnos, de a ráfagas (…) zonas secretas de nosotros mismos que el hábito de esas falsas clasificaciones oblitera.”
Que no se me malentienda. No estoy vaticinando a María y el fuego un destino parecido al de Zama, ni a Carmen García el lugar, siempre algo marginal, que ocupó Antonio Di Benedetto en el panorama de la literatura latinoamericana de su época. Si traigo a colación a Saer es porque quisiera reflexionar acerca de su sentencia sobre las grillas con las que, en muchos casos, la crítica y la academia operan. Quizás nunca antes en la historia de la literatura ha habido una superposición tan grande entre las obras de ficción que se escriben y la crítica que se hace cargo de ella, entre la literatura que se está produciendo y las propuestas de lectura que emanan de la academia y la crítica. En muchos casos, por lo demás, los autores son también críticos y académicos. Esto no tiene, de por sí, nada de malo. El peligro, eso sí, que amenaza el panorama crítico es esta coincidencia, esta aparente armonía entre literatura y aparataje crítico-teórico que impide, por un lado, a la literatura ser realmente novedosa o disruptiva, y a la crítica, por el otro, ser realmente crítica. Literatura y crítica se espejean y se comprueban mutuamente. Las obras parecen escribirse para calzar con la crítica que les tiene un lugar asignado a priori, donde irán a encajar y ocupar esa casilla prevista para ellas. Por cierto, no estoy hablando ni de toda la crítica ni de toda la literatura que se está escribiendo.
Lo que quiero destacar, al dibujar este panorama, es que no hay una casilla prevista para María y el fuego en las clasificaciones que dominan la escena crítica de hoy: no estamos frente a una literatura que podría denominarse “del yo”; tampoco frente a un texto que, si bien fue escrito por una autora mujer, alimenta los tópicos clásicos de la “literatura de mujeres”. No nos encontramos con una literatura que pase revisión a los estragos del capitalismo tardío, o las huellas dictatoriales en el Chile de la transición y el de la actualidad. Tampoco frente a cuentos que hablen de la precarización del sujeto contemporáneo en épocas de un exacerbado neoliberalismo. Y, si hago esta lista, un poco arbitraria y apresurada, es sin ánimos de constituir un catálogo de los temas que marcan la escena literaria y crítica, y tampoco es porque considere poco importantes estos temas o no crea que atraviesan nuestra experiencia de las últimas décadas, encontrando su lugar en la literatura y su teorización en la crítica. Es porque el libro de cuentos, cuya aparición celebramos hoy día, es sorprendentemente refrescante dentro de este escenario. Se trata de un libro original, propio; que inventa sus modos y que exige, por lo tanto, que renovemos el lenguaje crítico para poder dar cuenta de lo que nos encontramos en sus páginas. Es un libro que desafía a sus lectores a mirar con nuevos lentes, pues con los que estamos acostumbrados a mirar mucho de lo que se está escribiendo, solo veríamos borroso.
Y es un libro que incursiona, en varios de sus relatos, en un género poco visitado, al menos en el escenario literario chileno: la literatura fantástica. En el cuento que abre el libro y el que le da su título “María y el fuego”, la narradora nos relata cómo en su vida aparecen, repentinamente, fuegos. Chispas, llamas, que algunas veces crecen para convertirse en fuegos, que se producen, aparentemente sin razón alguna ni anuncio, en alguna esquina de su casa. Fuegos que no se convierten en incendios, que no amenazan con quemarlo todo; pero fuegos que hacen irrumpir la extrañeza o quizás, más que hacerla irrumpir, la significan, la vuelven algo con un nombre que se condice con un referente. El cuento, me pareció a mí, es uno de corte cortazariano. Una especie de cruce entre “Casa tomada”, donde invisibles inquilinos van apoderándose de partes de una casa, desplazando a los habitantes hasta echarlos de su hogar; “Carta, a una señorita en París”, donde un narrador comienza, de la nada, a vomitar conejos que se van apoderando de la casa que Andrée, la señorita en París, le ha prestado; y “Continuidad de los parques”, en el cual el lector que se arrebuja en su sillón para seguir con la novela policial que lo tiene fascinado, termina víctima del asesinato que estaba leyendo. En el cuento de Carmen García los fuegos no se explican; habitan un mundo que se nos presenta como el de todos los días: uno donde la narradora tiene un amigo-amante con el cual se emborracha y ve películas, donde la soledad amenaza con tragarse todo, y por el cual pulula una pintora de pelo rojo y nombre María. Un lazo subterráneo ata a María a los fuegos, las llamas que aparecen en la vida de nuestra narradora sin nombre se replican en sus cabellos. ¿O es al revés? Los fuegos llevan a quien nos cuenta su historia a buscar en María algo: ¿una explicación? ¿un refugio? ¿consuelo? Pero así como el cazador puede convertirse en el cazado en un santiamén, en el cuento pareciera que ha sido María, una especie de doble de nuestra narradora, la que ha envuelto en una red tejida por ella a la protagonista. La pintura que María ha hecho contiene el retrato del momento final, en que la narradora sabe que se quemará todo y donde se une en abrazo pasional a María.
En el relato “Noche sin luna” nos sumergimos en un mundo muy distinto. Una mujer habita una casa de campo en el extremo sur de Chile, rodeada de sus animales y de un esposo con el cual está unida más por la fuerza de la monotonía que por la complicidad. Él, a veces, se emborracha, y ella trata de mantenerlo alejado. Está más tranquila cuando él se ausenta por días y ella puede entrar a su perro favorito a la casa para que le haga compañía. Ella siempre quiso un hijo; él nunca. Ella sospecha que él tiene otra familia, en la ciudad, mientras ella habita el descampado de la Patagonia, viendo llover y huyéndole al frío. Se transporta al país vecino escuchando el cantito de su dialecto en la radio. Cuando el marido, un día, regresa antes de lo planificado a casa, acompaña tranquilamente al hombre mientras que él se toma su botella de vino. Luego lo envía a una caminata a la noche oscura, helada y fría. “Noche sin luna” es un cuento breve, un cuento que parece remitir al mundo rural de Marta Brunet, donde las venganzas femeninas son silenciosas y parecen pasar desapercibidas para el mundo que las rodea. Pensé en “Soledad de la sangre”, donde una mujer debe soportar las borracheras de su marido y su único refugio es un fonógrafo que la transporta en el tiempo y en el espacio. O en el cuento “Piedra callada”, donde una madre se venga de la vida que un hombre ha hecho padecer a su hija, achuntándole con su honda y una piedra no a los pajaritos que pretendía estar cazando. Carmen García recrea este universo del campo, donde los modos de vida se apegan a las maneras ancestrales en que el mundo siempre ha funcionado y donde la única escapatoria posible proviene de un actuar desde las sombras.
El cuento que cierra el libro “Al ritmo de sus pulsaciones” podría ser un apéndice de un capítulo de Casa de campo o del Obsceno pájaro de la noche de José Donoso. Dos hermanos habitan una casa antigua, como extraños sobrevivientes a alguna catástrofe que ha matado a todo el resto de los miembros de la familia. Él, Camilo, está postrado en la cama, con una enfermedad degenerativa que lo vuelve absolutamente dependiente de su hermana. Ella lo odia y necesita al mismo tiempo, pues sabe que cuando él muera, algo que ansía día a día, ya no habrá excusas para no comenzar con su propia vida. En las tardes siguen un extraño ritual: se emborrachan juntos, escuchan radio y luego ponen en escena sesiones de fotografías, para las cuales Camilo es disfrazado -de explorador, de marinero, de escritor- y posa frente a su hermana. Ella lo manipula como si fuera un muñeco atrofiado y colecciona las fotografías que le saca. Ella tiene un obsesión con los cuchillos, con los que suele jugar en una mesa entre sus dedos. Los dos hermanos, unidos por sus rarezas, se enfrascan en un mundo donde el alcohol, la música, los cuchillos solo pueden invocar la violencia.
Cada cuento de los que componen el libro de Carmen García es una invitación a habitar un universo que inaugura sus propias reglas. Lo que une los relatos es que están atravesados por algo a lo que no podemos darle mucho nombre. Algo que he llamado, al comienzo de esta presentación, misterio y enigma. Podríamos también decirle lo secreto o lo ominoso. Fuerzas oscuras, que se escabullen a la comprensión racional del mundo. Los cuentos indagan en las capas y los pliegues de la realidad, sin que nunca podamos saber si debajo de la capa que hemos atisbado, podría haber otra; o que, pasando un pliegue de lo escrito, no podría encontrarse otro más. Es como si nunca pudiésemos estar seguros de que lo que vemos coincide con la confección de la realidad; como si todo tuviera su reverso, su doble, su otro lado.
Gracias por esta invitación y felicitaciones a su autora.