Qué duda cabe: 80 días del poeta Jaime Pinos (1970, autor de los poemarios Almanaque y Criminal, entre otros) y Cía., es muchos libros, pero sobre todo tres libros (Cortázar dixit). Más aún si es en su versión web. El primero se deja leer de la forma tradicional, y basta que frente a la pantalla del PC el lector haga click en el primer rectángulo que observa, para que luego avance entre imágenes y textos sobre Santiago según indica la flecha. El segundo puede ser leído de manera aleatoria, de forma que el lector puede elegir los rectángulos que se le vengan en gana, y decidir cuáles y cuántos leer. El tercero, implica que el lector coordine su lectura con la banda sonora de piano y batería realizada por Carlos Silva y Félix Lecaros, respectivamente, y con voz de Pinos. Si el poemario contiene veintidós textos, el disco-libro consta sólo de catorce. Quien lee decidirá cómo apropiarse de 80 días (http://www.80dias.cl). Aunque repito, el lector puede leerlo en la forma que le plazca, puesto que el mismo libro es una invitación para recrearlo en cada lectura.
Y es que 80 días (que tiene su versión en papel bajo los sellos editoriales Alquimia y Siega) es, ante todo, una apropiación, un callejeo, una deriva que le toma el pulso a la ciudad; una manera de meterse a Santiago al bolsillo, y jugar con él. Así queda claro con sólo leer el “primer texto”, (y pongo comillas porque el inicio es aquel que se decida arbitrariamente): “Deriva del cuerpo y la escritura, establecer sus coordenadas, el espacio y el tiempo. En cuanto al espacio, la demarcación del territorio ha respondido, aproximadamente, al trazado de cierta cartografía sentimental. Domicilios, calles o barrios más frecuentados. Lugares donde aconteció o acontece la biografía del Transeúnte. Circuito mínimo sobre la vasta extensión de una ciudad prácticamente desconocida” (“Coordenada”).
Algunas frases y palabras quedan grabadas: “Ciudad desconocida”, “Transeúnte” o “Cartografía sentimental”. ¿A qué suenan? Podríamos aventurar que a una bitácora. Una bitácora citadina, escrita por los caminantes de interminables calles de un Santiago que se concreta y desvanece a placer. En este sentido, este libro-cuaderno de notas-bitácora-libreta de apuntes, responde a un proyecto que tuvo lugar hace diez años, cuando un grupo de marineros de asfalto, coordinados por Pinos, decidió recorrer Santiago, y apropiárselo. El resultado fue 80 días, texto que además de los textos, integra fotografías de Alexis Díaz.
Fueron ochenta jornadas que, no tan arbitrariamente como se puede pensar, llevaron al grupo de artistas a trazar una deriva sentimental por Santiago. Una deriva que en el fondo da cuenta de las obsesiones, cariños, odios, lejanías y cercanías de los que tomaron el ritmo a una urbe que puede ser tan arisca como cariñosa y amable. Una ciudad a la que le alcanza hasta para ser coqueta, como en la frase del famoso cartel de una marca de champagne que saluda a los que derivan por Parque Bustamante, citada en el texto: “¿Y hoy, por qué no?”.
¿Por qué las ochenta jornadas del libro es una cifra no tan arbitraria, nos preguntamos recién? Porque al igual que Phileas Fogg en La vuelta al mundo en ochenta días, Pinos y sus amigos sumaron paso tras paso (en el libro de Verne es vuelo tras vuelo) a la busca de un Santiago que retenían en sus ojos, memoria y cuerpos. Aparecen (en imágenes y palabras) las esquinas de un centro antiguo, los frontis de edificios tiznados de smog, los puentes bajo nivel de la Alameda, los murallones que cercan los sitios eriazos y los transeúntes cabizbajos. De ahí el título de diversos textos: “Coordenadas”, “Caminata”, “Pasajes”, “Bar”, “Azar”.
Hay textos que encierran todo Santiago en unas pocas palabras: “En el espacio, la ciudad se extiende sin control, como una hoguera, piedra por piedra, calle por calle, consumiendo el paisaje, llenándolo de gente, ratas y pájaros sucios” (“Vista general”). O: “Vacío de la ciudad, la maleza creciendo salvaje entre los escombros. Manchas, contorno de cuadros o de muebles, persistencia del papel tapiz sobre las paredes contiguas que aún se mantienen en pie”.
80 días tampoco es título arbitrario debido a que también nos remite al clásico de Cortázar La vuelta al día en ochenta mundos, texto tan poco convencional como el de Pinos. En éste último, caben tanto poemas como textos que son derechamente reflexiones cercanas a una teoría íntima de la ciudad, si cabe el término: “La ciudad está organizada según el principio de la segregación. Ciudades dentro de la ciudad, los guetos se sitúan a uno y otro extremo de la escala social. Arriba, los ricos, amurallados, consumen el producto de la acumulación. Abajo, los pobres, a la intemperie, se consumen en el rigor de la supervivencia”.
En cualquier caso, es difícil escribir sobre 80 días. Inabarcable por donde se le mire, es más bien un espejo singular de Santiago que otra cosa. Parece haber sido elaborado, con todas las sensibilidades de los que en ese proyecto inicial fatigaron el asfalto de la capital. Aunque más que un libro colectivo, 80 días podrá parecer a quien leyere más un documento que otra cosa. Un legajo escrito a punta de rutas y derrotas, un papel sobre el que se han impreso reflexiones, poemas, relatos y divagaciones. Es, por qué no, una muralla sobre la que se escriben grafitis que después alguien borra, y sobre la cual otros transeúntes reescriben más leyendas. Palimpsesto.
Me referí al inicio a la secuencia de los textos. Si bien el lector puede optar por leer 80 días como se le antoje, lo cierto es que a ratos no es malo dejarse llevar por la misma secuencialidad que el libro propone, en algunas de las formas de lectura que enuncié al principio de este artículo. Por ejemplo, leerlo de la mano de la banda sonora es, francamente, impagable. El piano y la batería otorgan la fuerza necesaria para sopesar algunos textos. Como en el caso del acompañamiento musical del texto titulado “Pánico”, donde las teclas del instrumento son alfileres en la cadencia de la lectura de Jaime Pinos, cuya voz delata un oficio en la lectura de poemas.
Otro tanto hacen las fotografías. No operan sólo como soporte para los textos, sino al contrario, evocan otro mapa textual y citadino, elaboran un imaginario visual que bien podría estar fuera de 80 días. No obstante, en diálogo con los textos, enriquecen su propósito, y brindan mayor fuerza a éstos.
Sin lugar a dudas, la mayor fuerza del libro es la voluntad de elaborar un mapa íntimo de Santiago, una cartografía espacial y sentimental que no sólo constata el estado actual de una urbe, sino que propone otra por contraste, a partir de las imágenes de los escritos. Apuesta por una ciudad desenrejada, sin multitudes paranoicas, más luminosa o colorida. ¿Una voluntad utópica? Posiblemente, pero en ningún caso alejada de la realidad, jamás una apuesta inerte. No. Lo que tenemos es un libro lleno de vida, desengañado de la realidad, pero no abatido por los hechos.
80 días te lleva de la mano a las calles, esquinas y paraderos conocidos, pero simultáneamente, y desde los mismos lugares opacos, te entrega otro mapa, desde donde el transeúnte puede recorrer a sus anchas una ciudad anhelada, y dialogar con ella. Como la imagen presente en el libro, de dos habitantes de pisos distintos de un edificio que conversan desde sus respectivas ventanas. Ya nos lo dice Pinos: “La ciudad como posibilidad, como combinatoria abierta por el hormigueo incesante de los que echamos nuestra suerte en estas calles. Cartografía de todas esas vidas, trama de su recorrido y su relato, cifrado como las líneas de una mano”.
Más allá de que el texto asuma una posición crítica arrolladora sobre la urbe y sus habitantes, y que pareciera que a ratos la desolación gana por nocaut, lo cierto es que eso mismo funciona como punto de fuga para proponer un caminar otro. Esto recuerda la escena de Corto Maltés en que, burlándose de que le faltaba la línea de la fortuna en su mano izquierda, coge una navaja y se hace un surco hondo, afirmando que “la fortuna me la fabrico yo”. Asimismo, el transeúnte puede coger su mapa, y elaborar la ciudad que él considera la suya; aquella hecha de sueños, amores, nostalgias y también, por qué no, de odios.