La posibilidad artística de un libro (Pedro Donoso)
La publicación de Libro temprano de Benjamín Ossa invita a pensar la relación entre los libros y el arte, una relación que tiene siglos de historia a través del grabado y la ilustración. Antes incluso, con anterioridad a la invención de la imprenta, el libro y el arte no eran, tal vez, dos cosas separadas. Pero no es a la historia del libro ni del arte a donde llevan las pistas que ofrece Libro temprano. Más bien, en el ejercicio contemporáneo de la práctica artística y en su validación, el libro continúa teniendo un papel consagratorio que no deja de ser un pasaporte. Mayormente, eso ocurre bajo la forma de un catálogo de obra. Y lo que sale de la prensa de impresión es un recuento, por una parte, y una explicación, por la otra. El libro explica el trabajo acumulado por el artista: en la medida que reúne el resultado de una práctica, traza, sobre todo, una ficción editorial destinada a la perduración de un trabajo. Todo catálogo es un inventario: inventa lo que ha sido hecho.
Efectivamente, la publicación de un libro sigue siendo una medida confirmatoria del ejercicio artístico. El esfuerzo por levantar un cuerpo de trabajo necesita el apoyo de una publicación que actúe como plataforma de difusión y, además, permita consolidar la representación del trabajo al constituirse como obra publicable. En esa relación, el libro se convierte en un trampolín hacia la consagración, una forma de acceso a la posteridad, una perpetuación de la obra artística mediante su representación impresa. Ya no es la obra sino su cita, la foto bien tomada, desde el ángulo adecuado y con la luz precisa, la que pasa a integrarse dentro de la verdadera comprensión de un trabajo.
Mencionar esta condición editorial pasa también por reconocer nuestras condicionantes en la educación artística. Estudiar arte, historia del arte, es un ejercicio de lectura de una serie de volúmenes y textos impresos a color. El arte está, para estos efectos, en los libros. Más aún en un país como Chile, desprovisto de museos e instituciones referenciales que permitan el contacto directo con las obras. En una cultura de origen mestizo, como la nuestra, la mitad de nuestras pulsiones originales laten en otra parte, en un continente más viejo. Nuestros ‘falsos’ ídolos necesarios reposan a miles de kilómetros, sólo alcanzables a través de la gráfica. A partir de este divorcio funcional la mayor parte de los estudiantes interesados en la historia del arte están obligados a contemplar por años la foto reducida de una obra. Recuerdo comentarios de algún estudiante de arte que, tras años de religiosa observancia a la distancia, a través de la biblioteca y la gráfica, pudo finalmente viajar a comprobar la existencia real de los cuadros y esculturas que desde hacía tanto tiempo había admirado. Pero ante los totems y figuras veneradas se sintió decepcionado: era mejor lo que me había visto en los libros, comentó.
Todo esto, a propósito de la posibilidad artística de un libro: el volumen ofrecido por Benjamín Ossa, con textos de Maya Errázuriz. Eso porque Libro temprano escapa a la tentativa de replicar, de catalogar. Más bien, y en eso gravita su peso, se propone como una extensión anexa a la obra visual a través de una propuesta que instala la posibilidad editorial y gráfica como una extensión del campo de batalla. Prolongación de una práctica a través de otro medio. Entonces, ante este ejercicio hay que cambiar la palabra “representación” de un cuerpo de obra por “presentación”, por aparición, por insinuación, por la apertura de una forma de entender anunciada en este ejemplar de tapas rojas que se inicia con una cita de El árbol del conocimiento de Humberto Maturana y Francisco Varela: “Nosotros tendemos a vivir un mundo de certidumbres, de solidez perceptual indisputada, donde nuestras convicciones prueban que las cosas sólo son de la manera que las vemos, y lo que nos parece cierto no puede tener otra alternativa.”
Del libro y lo fugaz (Josefina Schenke)
Libro temprano – Early book ilustra y describe la obra –hasta el presente- de un artista vivo de 30 años. El título expresa la conciencia de un libro que podría pensarse prematuro. Prematuro o no, en ningún caso es un intento fallido. El volumen fija y traza una obra coherente, estructurada por una línea de inquietudes cuyo recorrido es posible seguir y que conforma un conjunto antologable. Como esas autobiografías escritas tempranamente, Early book se lanza a reunir y explicar este recorrido desde el inicio –los trabajos aún universitarios de Benjamín Ossa– hasta el presente, cerrando así de algún modo una primera etapa que quizás forme parte de otra gran primera etapa.
No es este un catálogo razonado, se trata más bien de un libro de artista, o un “libro de autor”, en el que son tres los autores que aluden a una obra que está contenida y explicitada en él. A la obra misma –ampliamente registrada por Ossa– se suma el trabajo de Maya Errázuriz, redactora de los textos, y de Jorge Losse, editor del libro. Según ellos mismos explican, la colaboración entre los tres fue intensa, fraguada en largas conversaciones, largas explicaciones, correcciones y críticas mutuas. Se agradece en los textos de Errázuriz la pureza de la descripción, la ausencia de una retórica pre-impuesta y las explicaciones de los nexos entre las obras que operan como puertas sucesivas que se van abriendo y vinculando así distintos ámbitos del quehacer de Ossa.
Por una parte, el trabajo de Maya Errázuriz describe las percepciones de las obras o los mecanismos que subyacen a ellas con entera independencia de discursos o teorías. Por otra, el texto sitúa la obra de Ossa en el nicho de grandes movimientos de fines del siglo XX y la relaciona al trabajo de otros artistas, sin exagerar los vínculos ni forzar las comparaciones.
La obra es principalmente descrita y, en esa medida, se exhibe en toda su crudeza material y complejidad conceptual. Este texto halla su complemento en los registros fotográficos del artista de sus propias creaciones, de los efectos colaterales de estos objetos nuevos y de los ejercicios visuales que explican el proceder de las obras. Ossa –consciente de lo efímero de la luz, del tiempo, del lugar de la percepción, del lugar del cuerpo– registra mediante la fotografía, que atrapa y fija, en cierto modo, esa fugacidad.
¿Por qué un libro? ¿Para qué un libro? Pienso que interesa el objeto-libro, su permanencia, esa certeza de su historicidad –que vivirá, envejecerá, se arrugará, perderá una página, se quemará acaso– donde su aparición u desaparición importan. Me parece que la publicación de un “libro de autor” como éste es sintomática de un tiempo en que el libro es cada vez menos evidente y gana en espesor y aparece como objeto (y dialoga materialmente también con la obra y el texto que contiene), más aún en la medida en que todo hoy es digital y efímero; todo tiene alas y se escapa de las manos y de la vista.
Publicar el trabajo de un artista joven: he ahí la provocación, la desfachatez y la ingenuidad quizás, pero también la madura conciencia de lo fugaz y del libro como mecanismo que se opone a la fugacidad. En la pulsión por armar y publicar un libro, por entender la obra que contiene y trazar el camino de su elaboración –que expresan tanto el artista, como sus dos compañeros–, se refleja esta conciencia aguda y, como en la obra de Benjamín Ossa, el intento por fijar y poner en evidencia la fugacidad de la experiencia.
La estrecha colaboración entre el artista, la escritora y el editor recuerda ese trabajo intenso de los primeros impresores de libros de emblemas donde la imagen –enigmática– era descifrada por un texto, y donde este trío de personajes trabajaba a la par en la construcción de un objeto-libro. El libro impreso con imágenes era entonces lo inédito, lo no evidente, como lo es también hoy, en un tiempo digital y fugitivo.