Desde su título, la exposición Lo que sigue y precede, de la pintora Milena Gröpper (1984-), explora la variable tiempo y «lo que» acontece entre un momento y otro: éstas son las claves que definen la práctica pictórica de esta artista. La obra es una serie de 11 pinturas montadas horizontal y linealmente (como una línea de tiempo) e intercaladas, cada cierto tramo, por zonas de muro despejadas o pausas. Las imágenes pintadas dan cuenta de un relato o secuencia. La disposición longitudinal del conjunto (20 metros) y la distancia entre las partes incorpora, además del tiempo, una nueva dimensión: el espacio. Se trata, entonces, de una obra que invita al espectador a recorrerla desplazándose enfrente de ella, avanzando. Así, lo temporal no solo acontece en el supuesto relato pintado sino que también en el lapso que involucra participar del total. Se trata, por lo tanto, de pinturas «instaladas» en el espacio y no de meros cuadros colgados al muro; un gran «políptico espacio-temporal».
Lo que sigue y precede, Óleo sobre tela, 43 x 60 cm. c/u. (11 partes), 2013.
Al iniciar el recorrido de izquierda a derecha –como quien lee–, la primera imagen de la que se es testigo es el retrato de una mujer, la propia artista, ejecutado con una delicada destreza técnica y un elevado ilusionismo que, sin embargo, evita el efectismo hiperrealista. Si por el contrario, y por qué no, se opta por comenzar desde el extremo derecho, la primera pintura (o la última) ofrece una imagen que inicialmente resulta menos identificable y más perturbadora, diría que hasta semi-abstracta: una serie de cuadriláteros policromos y superpuestos concéntricamente ocupan la mayor parte de superficie de la tela. Luego de observarlos por un rato, como cuando el ojo se adapta a la oscuridad, parecen ser pliegos de papel, láminas o fotografías de distintas texturas, sujetas desde sus esquinas o costados por trozos de masking tape (detalle que recuerda a Jasper Johns)[1], todo esto, también, virtuosamente pintado. Cabe destacar el precario, improvisado y ortopédico uso que se le da a esta cinta adhesiva (funcional) y, paradojalmente, la finísima motricidad manual-mimética con que es representada en la tela.
Lo que sigue y precede, Óleo sobre tela, 43 x 60 cm. c/u. (11 partes), 2013.
Volviendo al autorretrato de la pintora y una vez que damos inicio al extenso recorrido de la secuencia, las imágenes que se suceden van incorporando, paulatinamente, nuevos elementos al plano pictórico así como otros se irán perdiendo; el retrato de la autora es sometido a una progresiva desaparición. Como si del lente zoom de una cámara fotográfica se tratase, el rostro de Gröpper irá lentamente, paso a paso, pintura a pintura, perdiendo protagonismo y definición, tanto por el tamaño que ocupa en la tela como por la decreciente nitidez de sus facciones. La primera tela de este singular programa es, como dije, el autorretrato de la autora, pero no solo eso: antes de pintar el cuadro, la artista fotografió una fotografía de sí misma (foto carnet) con la que accidentalmente se encontró en su taller para, posteriormente, utilizarla como motivo pictórico; ¿una temática casual y no premeditada, una pura excusa para pintar? La primera pintura de esta serie es, entonces, una representación de una fotografía fotografiada. Obedeciendo al programa, la siguiente pintura corresponde a la fotografía de la fotografía de la fotografía: dicho de otro modo, es la fotografía que sirvió de motivo a la primera tela pero, ahora, fotografiada sobre un nuevo soporte o fondo (madera, paño…); y así sucesivamente. Este procedimiento, bajo la lógica del «cuadro dentro del cuadro» (fotografía dentro de fotografía), conduciría a un laberinto o callejón sin salida. El resto de la serie es una creciente acumulación de distintos sustratos fotográficos y, de paso y en cada paso, la exhibición del artificio que daría sentido a la secuencia: «(…) El que la obra de arte se autoexhiba significa que expone –en cierto modo enfatiza, ‘subraya’– su condición de obra, esto es, las condiciones materiales de su ‘verosimilitud’; exhibe los soportes artificiales, históricos, por los cuales ‘aparece’ ante el espectador como inscrita en el arte. (…) La auto exhibición de la obra consiste justamente en romper la ilusión”[2].
Cada nueva pintura supondría una pérdida, cada fotografía un nuevo «desgaste» (en palabras de la artista), como el fotocopiado de una fotocopia, pero, también, una nueva imagen y un nuevo original. Al finalizar el recorrido y enfrentar la última tela, la imagen de la pintora ha sido reducida a una pequeña y borrosa mancha de pintura cercada por una serie de soportes-fondo rectangulares; cada una de las fotografías tomadas. La opción –que sugiero– de reiniciar el recorrido a la inversa («incorrectamente»), complejiza y enriquece la aproximación al trabajo, debido al esfuerzo intelectual y, sobre todo, perceptual que supone, ahora, reconstruir la ilusión, con lo que se cierra el círculo. Cualquiera sea el sentido del recorrido, «la pintura» y «lo pintado» sufrirán transformaciones ya sea desde el punto de vista de la modulación (pasta de óleo) como de la simulación (superficies representadas), tendiendo a veces hacia una clara figuración foto-realista; otras, hacia una composición de carácter más abstracto. El soporte de tela, su materialidad y textura, atentarían brutalmente contra la «inmaterialidad» del soporte fotográfico y su poder ilusorio; «(…) La cualidad crucial de la fotografía es que la superficie de la imagen es invisible, o parece invisible. (…) en la pintura la superficie es físicamente visible y la ilusión surge de dicha visibilidad»[3] (Jeff Wall, 1946). La pintura de Gröpper no pretende el absurdo de igualarse a la mímesis fotográfica: más bien, su modelo pictórico, como si de un bodegón se tratase, es una fotografía y, el resultado de esta operación, una obra singular, técnicamente ejemplar, de múltiples consecuencias preceptuales y conceptuales, y cuya empresa implica una empecinada, repetitiva y extraordinariamente lenta praxis. Pintar, hoy, es sin lugar a dudas un acto muy provocativo.
Lo que sigue y precede, Óleo sobre tela, 43 x 60 cm. c/u. (11 partes), 2013.
Las pausas (muro blanco) entre pintura y pintura son un aspecto frente al cual vale detenerse; no por nada la obra es un políptico (Galería Bicentenario no parece ser el lugar más adecuado para una obra de estas características, sus accidentes arquitectónicos interrumpen los intervalos propios de la secuencia). El inminente paso de una pintura a la siguiente provocaría en el espectador cierta desorientación obligándolo, invariablemente, a dar un paso atrás (en la secuencia) y comparar con acuciosa detención cuál es la variación añadida o sustraída, dependiendo del sentido del recorrido. Este breve lapsus, que a veces se extiende por más tiempo, posee el valor de confirmar la fuerte interdependencia entre las partes, lo que permite suponer que el tránsito de una tela a otra, ese «entre» o «lapso-lapsus», encarnaría el momento preciso del zoom in o del zoom out del ojo-lente del espectador o, el momento presente entre lo que «sigue» (futuro) y «precede» (pasado).
Lo que sigue y precede, vista general
S/T, Óleo sobre madera entelada, 22 x 28,5 cm. c/u. (3 partes), 2013.
Por último, en otro muro de la galería, tres pequeñas y sorprendentes pinturas proponen, como tema principal, tan solo unos trozos de masking tape sobre un fondo monocromo grisáceo y homogéneamente pintado; plano de color. A diferencia del políptico, estos masking… no soportan nada, solo están ahí, adheridos a alguna superficie anónima (¿la propia tela?), lo que provocaría una total ausencia de narratividad. Estos modestos trabajos abren –desde mi punto de vista– un nuevo campo de exploración para Gröpper, uno donde la superficie pictórica y su condición predominantemente plana adquirirían un enorme protagonismo, casi objetual. Lo pintado es tan escaso, insignificante y provisorio («estética de lo nimio») que el significante óleo se torna dominante y protagónico, convirtiéndose en el verdadero y gran tema: la pintura.
Esta nota forma parte de una serie de artículos co-editados con Taller BLOC.
[1] Pintor norteamericano (Augusta, Georgia, 1930) considerado uno de los precursores del Conceptualismo y el Pop Art.
[2] Rojas, Sergio. Materiales para una historia de la subjetividad. Santiago, La Blanca Montaña, 2002. pp. 68-69.
[3] Wall, Jeff. Una conversación entre Jacques Herzog y Jeff Wall. Barcelona, Gustavo Gili, 2006. p. 57.
Henar Polo Pinilla
11 septiembre, 2013 @ 13:49
Que gran artista¡¡¡
Que lástima no estar allí, para poder verlo.
Muy, muy interesante¡¡¡¡¡¡¡