El trabajo de taller de Gerardo Pulido es continuo, arriesgado, reflexivo, y sin embargo basta que llegue a algo que pueda considerar un acierto para que se obligue a sí mismo a forzar la cosa un poco más, a darle otra vuelta de tuerca, o incluso a cambiar de rumbo. En esta ocasión, el artista intenta ignorar ciertos patrones que han determinado su manera de trabajar hasta ahora (que van desde la paleta de colores al uso de máscaras), aunque hay que reconocer que hay dos que persisten y que dan nombre a la muestra: los nudos y venas de la trama del mármol y la madera. Sin embargo no son dos sino tres los patrones presentes, y es en torno a la tensión que se genera entre ellos que gira esta exposición en Galería Patricia Ready.
Por un lado, está el despliegue de toda una gama de mármoles y maderas cuyas tramas son reproducidas con diferentes niveles de virtuosismo o experimentación, a tal punto que en algunos casos ya no necesitan ser copiadas de un modelo real como en un principio, sino que son dibujadas de memoria como quien dibuja el símbolo de una casa o una flor. Y por otro lado, están los garabateos, esos dibujos desatentos que se hacen en el margen de un cuaderno mientras se piensa en otra cosa, y que tienen su origen en esos primeros trazos infantiles realizados durante el aprendizaje del dibujo y la escritura (aunque a esa altura se podría considerar que ambos son el aprendizaje de una misma cosa; el inicio de un mismo recorrido que eventualmente habrá de bifurcarse en texto e imagen).
Vista de exposición Nudos y venas.
Según cuenta Pulido, fue significativo para esta exposición el haber alternado el trabajo en su taller con el trabajo en su casa, en compañía de sus dos hijas. Las primeras veces que se sentó a dibujar con la mayor de ellas –de apenas cinco años– ésta intentó imitar la manera de dibujar de su padre, su manera de colorear, utilizando de repente algunos de sus costosos materiales. Lo curioso es que, un par de semanas más tarde, fue Pulido –el adulto– quién terminó imitando el garabateo infantil, y quien incluso se quedó con algunos de los materiales de su hija (rotuladores metálicos, lápiz pasta rosado, crayones, etc.). Digamos que en esa suerte de “residencia artística” que habían instaurado un poco a la fuerza, Pulido descubrió una paleta de colores discordantes y un patrón de garabateos que le ofrecían otras posibilidades –ignoro si en ese momento sabía cuáles.
Ya en la exposición individual anterior, Siete pinturas para Lord Willow (Santiago de Chile, 2011), realizada en la galería Die Ecke, Pulido había trabajado con materiales cosméticos, de uso por lo general femenino, y ajenos en rigor al ámbito de la pintura –aunque Fernando Pérez, en el texto que acompañó aquella muestra, identifica muy bien la lógica que hay detrás de su empleo, no tanto en la dimensión práctica como en la simbólica. Pienso que más allá de la anécdota, esto pone en evidencia las condiciones concretas en las que se desarrolla la obra de muchos de los artistas visuales en Chile, quienes –a diferencia de lo que sucedía en otras épocas– no se alejan del ámbito doméstico para la realización de sus obras, sino que buscan las instancias para poder realizarlas mientras participan en él.
Vista exposición Nudos y venas. A la izquierda Alucinación #1-40: melamina de madera.
Materiales diversos sobre papel, 32 x 24 cms c/u, 2012-2011.
Quisiera ahora referirme brevemente a la elección de los otros dos patrones aludidos. Para empezar, recordemos que, según Lévi-Strauss, la organización de las figuras en la pintura abstracta obedece al menos en un principio a la estructura microscópica de la naturaleza, ya sea a las venas de la hoja de un árbol, los fractales de un copo de nieve, los vórtices producidos por una corriente de viento o agua, etc. Independientemente de que coincidamos o no con esa interpretación de las manifestaciones más tempranas de la vanguardia, resulta interesante pensar que así como habrá quienes visualicen en la abstracción la sintaxis propia del reino vegetal, hay quienes reconocen una grafía en la trama de la corteza de un árbol, como es el caso de Gerardo Pulido. Una grafía consistente en una serie de elementos discretos tales como líneas onduladas, círculos y óvalos concéntricos.
El caso del mármol es ligeramente distinto. El artista visualiza aquí algo así como la veladura de la pintura al óleo, las sutilezas de sus cambios tonales, su densidad, su atmósfera (¿será que para quien pinta a diario es inevitable terminar viendo a su alrededor la superficie de las cosas como si hubieran sido también pintadas?). Hay elementos que de todas maneras pueden ser asociados al lenguaje del dibujo, como las líneas. Tal como sucede en la mayoría de los mármoles, esas líneas que parten desde extremos opuestos de la pintura, en lugar de confluir en un mismo punto, se bifurcan indefinidas veces, del mismo modo que las venas o los rayos eléctricos, creando espacios triangulares entre sí. Se trata de todas formas de una trama que en sus orígenes es más pictórica que gráfica: quizás por eso las pinturas que conforman esta muestra se hayan hecho en base a la imitación del mármol y de la madera, mientras que los dibujos operan solo en torno a esta última.
Es interesante que el simulacro logrado a través de estas tramas no corresponda a esa trampa al ojo de la exposición anterior, del papel kraft pretendiendo ser mármol, la piedra pretendiendo ser pino, y el pvc pretendiendo ser tronco. Si bien es cierto que hay obras en esta muestra que aluden de forma explícita a la alegoría de las predecibles “pretensiones de clase” españolas y latinoamericanas[1] (de hecho al menos tres de las obras que componen esta muestra se titulan “Lucha de clases”), pienso que de todas formas aquí hay una ficción relativa al procedimiento. El artista, queriéndolo o no, simula haber pintado con patrones, con tramas ejecutadas de un solo brochazo –sobre todo en aquellos casos en los que el contorno de la trama asume la forma de una mancha también. Algo que en la práctica solo sería posible mediante programas computaciones de edición y retoque de imágenes.
Oro en acrílico v/s mármol azul en temple.
Pintura acrílica dorada, temple al huevo y tiza marcadora sobre muro, 509 x 1240 cms., 2013.
La obra más importante de la muestra, “Oro en acrílico v/s mármol azul en temple”, consiste en una franja vertical, justo al centro del muro, que simula la trama de un mármol azul, y que se extiende desde el suelo hasta el cielo falso de la sala. La atraviesa una franja horizontal dorada de contornos un tanto irregulares, que va de un extremo a otro de la pared. Como casi todo en la muestra, esta pintura mural se encuentra entre la simulación y su evidencia: mientras el virtuosismo de la pintura del mármol logra su cometido, la tosquedad del brochazo horizontal la contradice. La mímesis que lleva a cabo una y la gestualidad que se manifiesta en la otra, dan cuenta también de los diferentes tiempos inherentes a cada una de las franjas. El brochazo dorado es irregular no solo en sus contornos, sino también en su “caudal” –por usar una analogía fluvial. Aparece más cargado en aquellas zonas en las que el artista pareciera haber retomado el trazado, tras remojar en pintura la mopa gigante que utiliza a modo de pincel. La columna azulada en cambio es absolutamente uniforme en ese sentido: poco o nada hay de las pinceladas que le dieron color y forma.
Oro en acrílico v/s mármol azul en temple. (Detalle y obra en proceso)
Al mirar la pintura mural de Pulido es inevitable para el espectador reconstruir mentalmente aquella “danza” de la que hablaba Harold Rosenberg para referirse a la pintura de Jackson Pollock. El gesto que la origina. Hay un tiempo de la ejecución que se hace presente al menos en la parte dorada y que en teoría podría reconstruirse con la mirada de principio a fin (el título de la muestra, incluso, crea en el espectador la expectativa de una muestra centrada en la acción, en la corporalidad: venas, nudillos; sudor, lágrimas). Sin embargo, he aquí que en el centro mismo del muro se produce una paradoja visual en las zonas en las que se topan ambas cintas. Si bien ambos elementos (columna y brochazo) son autónomos y realizados de una sola vez, no se explica el que ambos pasen por delante y por detrás del otro. Es por lo tanto imposible saber cuál de los dos fue realizado con anterioridad. Tal como en el caso de Pollock, el brochazo es una huella, el registro de un gesto (¡y dadas las dimensiones de la obra, el registro de una proeza!) pero en este caso es negado como tal, a su vez, por el centro ilusionista. En el fondo, el gesto también es simulación.
Garabateo, acrílico, mármoles gris y blanco. Óleo sobre placa acrílica cortada con láser, fijación de aluminio, 80 x 60 x 0,5 cms., 2013.
Por último, el garabateo no solo es utilizado como una trama, como un relleno, sino además como la forma del soporte de una de las obras, como un shaped canvas al estilo de Stella. Se trata de una plancha de acrílico transparente cortada siguiendo el diseño de un garabateo realizado por el artista. Sobre él ha trazado una cuadrícula, algunas de cuyas parcelas son pintadas simulando la trama de un mármol blanco o gris, y otras en cambio rellenadas con más garabateo (o así lo recuerdo al menos). La obra, dispuesta a cierta distancia del muro, proyecta una sombra sobre éste, una sombra muy particular. Mientras los romboides de mármol se proyectan obviamente como un romboide negro –ya que esa parte de la pintura obstaculiza de forma uniforme el paso de la luz de la sala–, los garabateos dibujados directamente sobre el acrílico transparente se proyectan como un reflejo especular; poca diferencia hay entre el original y su doble, su proyección. Se crea de esa manera una confusión entre aquello que forma parte de la sombra propiamente tal y aquello que forma parte de la obra en acrílico, logrando que ambas imágenes –la una etérea, la otra material– sean percibidas como parte de una misma figura, de una misma obra, integrándose con la sala, con el muro al que están sujetas.
Una muestra en una sala de estas magnitudes en la que el artista decida solo hacer uso de dos (tres) patrones obtenidos de la naturaleza, puede parecer igual de absurdo que escribir una novela sin hacer uso de la letra a. Restricciones arbitrarias. Lo que vemos aquí, sin embargo, es una exposición que evoca un sinnúmero de cosas, de parentescos, pero sobre todo de elementos imposibles de explicar así sin más. Una exposición que no se agota en su descripción, o en las ideas o conceptos que la preceden o acompañan, lo cual a mi parecer es solo muestra de su aciertos, de sus logros, de su hazaña.
[1] Tal como señala Kevin Power en el catálogo de una exposición de Pulido todavía anterior.
Julia Herzberg
29 junio, 2013 @ 20:06
Un artículo excelente por Paula Dittborn sobre la recién obra de Gerardo Pulido. Vi la exposición y me sirvió mucho el análisis de Dittborn. Gracías.