“Pero resulta que la lectura del tarot y la lectura de estos seis libros de Catalina sí es útil, sobre todo si entendemos la utilidad como beneficio. Frente a las presiones dogmáticas, políticas y económicas, ¿cómo no va a hacer útil el alivio que presta el tarot de ver nuestras propias vidas como buenas historias? Nuestras vidas como un entramado azaroso sin lógicas binarias, donde no hay errores en el pasado ni malas decisiones en el futuro, se vuelven en el tarot de Catalina una celebración, porque la incertidumbre, como bien dice ella, es una fiesta”, nos dice Trinidad Silva, académica del Departamento de Filosofía de la PUC, a propósito de esta reciente serie de libros de Catalina Romero, publicados por Dudo Ediciones.
Yo en general suscribo a la idea de que a la obra hay que separarla del autor o autora. Este no es el caso, pues la autora está en la obra o quizás incluso es la obra. En estos seis libros Catalina recorre seis cartas del tarot: la muerte, el loco (o la loca), el sol, el mundo, la emperatriz (o la bruja) y la justicia. El tratamiento de cada libro se hace en relación con cada carta dando cuenta de su peso simbólico desde la imagen de la baraja de Marsella y del tarot Mítico. Pero esta aparente segregación temática que da lugar a seis libros discretos en realidad está atravesada por una narrativa única. Esta narrativa no viene de la autora, como una podría esperar, sino que es la autora.
En todos los textos se comienza revelando la posición de Catalina como tarotista. Se trata de una confesión al lector o, posiblemente a quien desee ser leído en el tarot, sobre su propia relación con las cartas. El hecho es que las Cartas no son nada sin la Cata, valga la coincidencia fónica entre Cata y Carta.
Esta confesión muestra a la autora, a la vez la tarotista, a la vez la bruja y la loca, dando vueltas, reconociendo que no sabe tanto, desplazando la importancia de la predicción y la precisión, para dar lugar al juego, a la incertidumbre y a nuestras propias ficciones. En algún momento, Catalina dice “somos sujetos de texto, animales con sintaxis” afirmando así su visión de la vida como trama literaria y nuestra participación en ella como personajes, con roles asignados, cumpliendo una parte. Y en eso la tarotista, la Cata, se vuelve una especie de cuentacuentos, te está contando una historia, tu propia historia. Lo peculiar de esta historia es que tú ya la sabes. En el tarot no hay nada nuevo: se desentraña lo viejo, lo de siempre, las creencias enraizadas en nuestras vidas. Lo nuevo es develarlas, ponerlas a la luz de las cartas con la voz de la tarotista que sabe y no sabe lo que dice.
En el libro titulado la Loca del tarot, uno de mis favoritos, la Cata confiesa que no tiene idea de dónde viene su poder con las cartas. Al comienzo del libro, con el afán de calmar cualquier inquietud sobre la seriedad de su práctica, Catalina improvisa articulando un discurso científico o, más bien, pseudo-científico, sobre la conexión neuronal-empática entre quien lee y consulta basada en un conocimiento corporal ancestral que va más allá de nuestra propia conciencia. Un discurso mentiroso para tranquilizar la ansiedad de quienes quieren saber la verdad.
Pero Catalina sabe bien que da lo mismo la verdad. Quizás el tarot sea una mentira. Pero es una mentira bella, útil y amorosa. Y en esto reside su poder. Ella se desembaraza de la autoridad, pues reconoce en Bajo el sol del tarot que ella es una suerte de instrumento, un autómata, donde lo que opera primero son sus manos en juego con las cartas y luego su boca en juego con las palabras. El significado viene después. Pero en realidad ella sí tiene un poder, aunque lo confiese de modo disimulado. Dice en la Loca: “Lo que ocurre es que el tarot me ha generado un entusiasmo tal que hace que me lance a su lectura con total asombro y confianza, convencida de que algo bueno saldrá de ahí, aunque no sepa qué es; y me contiene y se ha vuelto raíz de nuevos pensamientos y deseos, además de un medio para conectar con otras personas de una forma diferente, profunda y cariñosa”.
No creo que la palabra entusiasmo sea arbitraria en este contexto. Esta es la misma palabra que usa Platón para describir lo que pasa con la manía del amor en el Fedro. La palabra viene del griego en-theos, es decir, “con el dios adentro”: poseída, inspirada, encantada, como una bruja, como una loca. Este impulso místico viene del deseo amoroso de conectar a través del relato con el otro, sin dictar verdades, ni predecir eventos, ni siquiera de hacer tanto sentido, sino que de fabricar en conjunto esa trama que es la vida singular de alguien.
El poder de las cartas es comparado por la misma autora con el de la pitonisa del oráculo de Apolo donde queda claro que lo que importa es la pregunta más que la respuesta. Esta es una tarea de corte socrático que se orienta a revisar nuestro sistema de creencias. Como la filosofía, que es puro deseo de saber, el tarot, dice Catalina: “solo logra cuestionar y deshacer verdades dadas por obvias, una y otra vez, como queriendo atacar con el arco de Apolo la red textual que nos atrapa, mientras va juntando palabras armónicas (o líricas) que traigan calma y placer, aunque sea por un momento. La filosofía nacida de la pregunta oracular nos daría así las herramientas (el arco y la lira) para construir un relato que dé sentido, no, a lo que nos sucede, si no a lo que creemos que nos ha sucedido”
Esta distinción es importante: la del tarot es una práctica sobre lo que creemos que nos ha sucedido, no sobre lo que de hecho nos ha sucedido. Nos pasan cosas todo el tiempo, empezamos relaciones, terminamos otras, nos cambiamos de trabajo, se nos muere gente, se nos acaba la plata. Nada de esto, por sí mismo, significa algo. Pero sí hay algo en todos esos eventos que además creemos que nos pasa. Nos es imposible no construir narrativas en torno a nuestra experiencias vitales. Esto no tiene la fuerza del lugar común “todo pasa por algo”, ni la mezquindad del destino o el determinismo, ni tampoco reclama la necesidad de introducir una agencia externa y mayor que nosotros; es solo la bondad de la narración dada por una conexión interpersonal única. Por eso es que la Cata, que lee y escribe con una sensibilidad especial, puede contarte la historia que ya sabes. Esta historia puede convertirte en Jasón liderando a los Argonautas, en Atenea sujetando una espada que le queda grande, o en Orfeo el encantador musical que logra bajar al inframundo, burlando el destino de la muerte.
Esta distinción es importante: la del tarot es una práctica sobre lo que creemos que nos ha sucedido, no sobre lo que de hecho nos ha sucedido. Nos pasan cosas todo el tiempo, empezamos relaciones, terminamos otras, nos cambiamos de trabajo, se nos muere gente, se nos acaba la plata. Nada de esto, por sí mismo, significa algo. Pero sí hay algo en todos esos eventos que además creemos que nos pasa. Nos es imposible no construir narrativas en torno a nuestra experiencias vitales. Esto no tiene la fuerza del lugar común “todo pasa por algo”, ni la mezquindad del destino o el determinismo, ni tampoco reclama la necesidad de introducir una agencia externa y mayor que nosotros; es solo la bondad de la narración dada por una conexión interpersonal única.
Trinidad Silva
La lectura del tarot como práctica, en el caso de la autora, no solo imita al filosofar en su actividad, sino además que suscribe a una filosofía: entre líneas se dejar ver un relativismo, un antifundacionalismo, un deconstructivismo, un feminismo. Pero nunca un dogmatismo. Son posturas que fluyen con el bálsamo de relatos míticos, símbolos visuales, humor y provocación. Fluyen, pero no pasan; las ideas quedan. Catalina propone ópticas que desarman lo aprendido. Esto es especialmente así en el Libro sobre la Muerte, que es el más antiguo de la colección (y creo que significa algo que haya sido el primero). Ahí Catalina abraza a la muerte, por ponerlo de alguna manera: se atreve a nombrar al arcano sin nombre. Pero no solo lo nombra, lo invoca. En el relato Catalina nos cuenta el caso de Orfeo que puede salir de la muerte con vida gracias a su música. Orfeo es el único de los héroes míticos que puede con esta hazaña. Nosotros no somos Orfeo. Nos vamos a morir. Y eso la autora quiere que lo recuerdes. Te lo recuerda como lo hacen todos los filósofos que celebran la vida, como Epicuro, como Montaigne, como Nietzsche. Pero la lección de este libro no va por patrocinar el heroísmo de Orfeo (hacernos inmortales), sino en demostrar que la muerte no es solo un lugar de oscuridad: en el Hades también les gusta celebrar, por algo dejaron que Orfeo entrara y saliera sin morir. Hasta el cancerbero sucumbió a sus encantos. Incorporar esta perspectiva sobre la muerte no le quita tragedia a la vida, pero sí hace que esa tragedia se integre a la vida, e incluso la haga más disfrutable. “Tal vez”, dice la Cata “el resultado no sea triste ni angustioso y encontremos algo de sentido a este mal chiste que es vivir para morir”. Es el reconocimiento, humilde, de que en realidad no sabemos nada sobre la muerte, teniendo, a la vez, plena certeza de que nos vamos a morir. Ese espacio entre lo que sabemos y lo que no sabemos, puede llenarse de posibilidades, fantasias y pensamientos creativos. Esto es lo que hace ella a través del Tarot, enseñándonos que incluso dormir es una práctica que nos abre a la muerte. “Cada noche, cuando dormimos, lo hacemos como un acto rutinario: lavamos nuestros dientes, nos ponemos algo cómodo y a la cama. Tenemos la confianza de que al otro día despertaremos y apagamos la mente entregándola a sueños absurdos y psicodélicos, ejercitando un ritual de muerte sin drama alguno, como si fuera algo obvio. ¿Pero es obvio que despertaremos?” La respuesta es no, pero solo para quien ha advertido, junto a ella, que estamos permeados por la vulnerabilidad.
El resultado de esta comprensión u óptica no se traduce en indicaciones o reglas morales. Lo que Catalina propone en estos libros, no es una ética, es una estética. Es la perspectiva de la tarotista viendo efectivamente al otro y al mundo desde su belleza, aunque esa belleza sea fea, como la muerte. Es ella decodificando esa belleza para ti, sin siquiera creer que lo que dice es verdad. Porque, nuevamente, la autora, como emperatriz invertida, es la bruja, cuyo poder, dice ella misma en el libro de la Emperatriz: “es horizontal, sin líderes, que explora sobre la marcha, sin necesariamente un fin útil; una capacidad vegetal de cambiar su plasticidad según el entorno y las relaciones”.
Pero resulta que la lectura del tarot y la lectura de estos seis libros de Catalina sí es útil, sobre todo si entendemos la utilidad como beneficio. Frente a las presiones dogmáticas, políticas y económicas, ¿cómo no va a hacer útil el alivio que presta el tarot de ver nuestras propias vidas como buenas historias? Nuestras vidas como un entramado azaroso sin lógicas binarias, donde no hay errores en el pasado ni malas decisiones en el futuro, se vuelven en el tarot de Catalina una celebración porque la incertidumbre, como bien dice ella, es una fiesta.