Fue en un viaje a Marruecos en 1996 que descubrí las guías de viaje. En Chile no se las encontraba. Tampoco había Internet para saber en qué barrio de Fez se agrupaban los hostales, cómo llegar, horarios, lugares para comer… La única información venía de otros viajeros que habían estado allí antes y aún cuando retenían el nombre de un hotel, no daban con el nombre de la calle y sus recuerdos resultaban equivocados o el lugar había cerrado. Como las guías eran caras, aprovechaba de pedirlas prestadas en los buses u hostales; en la prisa por traspasar nombres y direcciones, cambiaba una letra u omitía información que no me parecía necesaria; algunas veces encontraba la calle, no el hotel; a veces tampoco la calle.
Mi primera guía fue la del Mediterráneo. Era tan pesada que resentía mi hombro, por mi hombro necesitaba descansar, por descansar no alcanzaba a ir más allá de lo que estaba en primer plano. Los mapas incluidos en la guía hacían aparecer las ciudades más pequeñas cuando a la vista parecían mayores. Cuando los comparé con otros mapas, descubrí que en las guías de viaje aparece solo una parte de los lugares; un cuadrado, un rectángulo, un rombo. El resto queda fuera de la página, de la mirada, del pensamiento.
Papeles falsos de Valeria Luiselli contiene lo que queda fuera de cualquier guía, sin embargo, es la guía que cualquier viajero quisiera tener por compañía. Desde el comienzo parece que la narradora tiene una tarea por cumplir y no sabe dónde empezar. Ni siquiera está segura si va a encontrar algo o si busca algo. Uno se pregunta adónde me está llevando, estará segura que es por allá, a mí me parece que no, piensa uno. Pero la aventura es demasiado provocadora para dejarla sola. No solo deseamos que escriba su tarea y obtenga un siete con tres estrellitas; de ser necesario, la defenderemos de los profesores que preferirían que repitiera la historia como los demás.
En “La habitación y media de Joseph Brodsky”, Luiselli mastica la idea de que “una persona solo tiene dos residencias permanentes: la casa de la infancia y la tumba”; llevando en su mochila el olor de la poesía de Joseph Brodsky, parte a buscar su tumba en el cementerio de Saint Michele, Venecia. Apenas llega, advierte que no debemos esperar encontrar la tumba y, aunque la encontremos podría no ser la que buscamos. Luiselli se pierde en Saint Michelle como en sus pensamientos, como en las habitaciones por la que -nos cuenta- Brodsky pasó antes de llegar a la última.
“Después de varias horas, me senté a la sombra de un árbol y me fumé un cigarro”. En vez de cerrar el libro y alegar porque esta mujer no sabe lo qué hace, mejor que se dedique a otra cosa, la esperamos. Y mientras esperamos que se fume el cigarro, rogamos que algo suceda que la haga continuar pensando, porque, y esa es la falsedad de estos papeles, el libro de la Luiselli no va a ninguna parte. A la manera de filósofos como Aristóteles, Luiselli -que también estudió filosofía- camina y piensa. Mientras escribe, mientras busca la tumba de Brodsky, mientras se detiene a fumar un cigarro, lo que hace es pensar. “Alfonso Reyes decía que había tres tipos de escritores: los que piensan antes de escribir, los que piensan mientras escriben, y los que piensan después de escribir. En mis mejores momentos, pertenezco a la segunda categoría. En mis peores, a la tercera”[1].
Luiselli piensa y escribe porque hay camino. “…la caminata como poética del pensamiento, preámbulo a la escritura, espacio de consulta con las musas.” El camino devuelve el pensamiento a su materialidad y a la narradora a la tumba de Brodsky en Saint Michelle y a una anciana que roba para su uso personal, los objetos que los voyeurs como Luiselli van a buscar a las tumbas.
En “Dos calles y una banqueta”, la narradora persigue una palabra que se cuela por su nariz en una librería. Saudade le parece un misterio y, ahora que ella lo piensa, le encontramos razón y la seguimos. En Durango se le ocurre rastrear la palabra en otros idiomas; tal vez la llave que abre la puerta donde se encuentra recluida la saudade esté en el sonido. En Orizaba –busco en Internet y aparece: Ciudad de las Aguas Alegres o Camino boscoso, está en Veracruz y es conocida como la Ciudad de las Aguas Alegres- busca hacia atrás, el lugar y la circunstancia en que la palabra apareció, su origen. En Río de Janeiro –influida por el calor– imagina “un instrumento musical de las costas de Mozambique o el nombre de una negra frondosísima de Guinea Bissau”. En la Plaza Luis Cabrera -¿la de su infancia?-, recuerda que cuando niña cavó un túnel en la tierra para ir a China. Echa mano a un ensayo de Ortega y Gasset, a Pessoa, da vueltas alrededor de la saudade, la encara, la seduce, la pone bajo su almohada y en sus sueños… “Tal vez lo que no puedo expresar –aquello que me resulta más misterioso y no soy capaz de decir- sea el trasfondo contra el cual aquello que sí expreso ha adquirido significado”, cita Luiselli a Wittgenstein y escribe: “Quizás un día entienda la palabra saudade y estos paseos en bicicleta por el barrio sean el trasfondo contra el cual adquirió sentido: las calles, las banquetas cuarteadas, los muros leprosos, la tristeza concreta”.
Luiselli lee en alguna parte que Wittgenstein imaginaba el lenguaje como una gran ciudad en perpetua construcción, y parte a la Mapoteca de Ciudad de México, “el espacio en donde se guarda y restaura el tiempo de esta ciudad”. A partir de ahí busca comprender cómo se hace la construcción del DF. Pasea por sus barrios, sube al segundo piso del Periférico, la seguimos al Paseo de la Reforma; asistimos a su descubrimiento de “una zona de terrenos vagos” y cuando “el lenguaje en su totalidad alcanza el límite que marca su exterior y lo obliga a confrontar el silencio”, el cuarto donde escribe se ve remecido por los golpes de los cinceles con los que los trabajadores destruyen el patio de su edificio. A diferencia del filósofo alemán, en el tiempo de Luiselli, “el lenguaje y la ciudad son el eco perpetuo de un temblor”.
Papeles falsos no es un libro para personas que teman desorientarse. Por momentos se ignora si la narradora nos lleva por una calle, por un libro o por las nubes. La única certeza que tenemos es acompañarla en esta búsqueda en la que se ha empeñado y ha empeñado todo. Papeles falsos nos devuelve a la tradición del pensar, al pensar como un ritual, al pensar como hacer caminos, a la fascinación de caminar, de pensar y de escribir. Es el libro que uno echa al morral al salir a caminar.
Valeria Luiselli, Papeles falsos (Editorial Sextopiso, 2010, Madrid. Impreso en México, distribuye en Chile, Hueders.)
[1] Entrevista a Valeria Luiselli, revista 60 watts.
Carlos Alvarez
20 junio, 2011 @ 2:58
Interesante Cynthia por esas casualidades de la vida no tendrás el contacto personal de Valeria? Tuve la oportunidad de conocerla cuando tenía 8 años en Seúl y por un familiar mexicano me contó que estaba escribiendo me gustaría ponerme en contacto con ella. De ante mano te agradezco la buena y si puedes ayudarme. Gracias! Buen Artículo.