En el último libro de Federico Eisner, Contacto con los materiales (Pez espiral, 2021), los materiales, “se llenan de sentido, contraviniendo el uso práctico de ellos, para adquirir espesura inmaterial, aquello que, a despecho del comercio, los hace especialmente humanos, con sentido de presencia de vida”, nos dice Carlos Cociña.
El uso de la palabra o la elección de la imagen, según Sergio Raimondi, están determinados por los modelos de producción. Estos también pueden ser entendidos como formas de contacto con los materiales, desde la perspectiva de su apropiación y manipulación. La observación, descripción e instrucciones de uso de las formas constructivas, emergen desde las palabras, manipuladas cuidadosamente para plasmar su materialidad. Estas apuntan a aquello que aumenta su espesor desde las experiencias humanas y colectivas.
Al fijar la palabra, cual mortero, sus diferentes capas emergerán, más aún cuando se pretende su destrucción. En la cultura material se hace evidente cuando se despoja a los objetos y el uso de su carga individual y colectiva, en pos de un proyecto sin historia, sin memoria. Es pretender que los materiales, los objetos, las cosas, las palabras, existan aisladas, sin otras, sin sonidos acumulados en todo el resonador del cuerpo, ni grafías que tengan el pulso de la mano que las dibuja o pulsa.
La ciudad puede ser un idioma desenfrenado a impulsos de intereses solo comerciales, mientras la atención del observante se detiene en el vacío, en el vano de ventanas ocultas pero cuya silueta se insinúa en la brisa que es perceptible al caminar.
El pasado es presente en el sonido de lo que se derruye, y lo que vendrá será pasado que se desvanecerá. Sin embargo, los sentidos, todos, ejercen presión para que lo vertiginoso de las promesas evidencie su volatilidad. Incluso la palabra no dicha o tachada, vibra y hace presencia.
Las ordenanzas y derechos adquiridos se afirman en su propia lógica, inaccesible a su modificación desde la experiencia cotidiana. Esa presión transforma el espacio público en transacción y el privado en objeto de comercio.
Lo material derruido se sostiene por la persistencia de lo inmaterial que lo construye y sostiene. Es en este ámbito donde el poema se desplaza y emerge. Opera ensamblando diversos materiales que pretenden regularizar las circunstancias, pero que, como ordenanzas, chocan con lo que buscan intervenir. Es ahí donde el lenguaje supera lo que procura designar, pues este se construye desde lo que se espera ocultar, dado que el código verbal no puede detener las pulsiones de quien observa, deambula y hace con sus pasos la ciudad, que solo es posible con quienes la habitan. Sin ellos esta es solo construcciones y muros, vestigios que adquieren sentido exclusivamente en el habitar.
Lo notable de este contacto es que los materiales, desde su verbalización, se llenan de sentido, contraviniendo el uso práctico de ellos, para adquirir espesura inmaterial, aquello que, a despecho del comercio, los hace especialmente humanos, con sentido de presencia de vida.
Habitar los espacios que se pretende destruir, habitar en la lengua, son las constantes en expansión de cada escrito que vislumbra lo innombrado, y que en este libro construyen el recorrido de un observante que transforma lo visible en acción.
Federico Eisnes Sagüés, en estos textos, con maestría de maestro que construye, reencuentra la ciudad y los emplazamientos para su habitación profundamente humana.