Hoy continuamos con nuestra serie libros favoritos de este año. Esta vez convidamos a Consuelo Biskupovic, antropóloga que lee como quien camina y recolecta voces y fragmentos, siguiendo quizás los métodos de su profesión. Hoy nos comenta tres libros que leyó dispersamente durante la cuarentena; libros que trenza buscando sentidos para el diario vivir público y privado. Uno de ellos, Creer en las fieras, de Natassja Martin, acaba de ser traducido al español, por la editorial Errata Naturae.
Hilar
Este breve texto es un intento de hilar ideas en un contexto fragmentado y gracias a lecturas entrecortadas y unidas forzosamente. Consta de reflexiones anotadas durante la cuarentena a partir de cuatro lecturas entrecortadas, cruzadas y fragmentadas: Cómo pensar juntos, de Isabelle Stengers, Esperanza en la oscuridad, de Rebecca Solnit; Croire aux fauves, de Nastassja Martin, y Léxico familiar, de Natalia Ginzburg.
La lectura fragmentada, entrecortada, durante la pandemia se ha transformado en un hábito para mí. “La atención fragmentada es enemiga del compromiso y la excelencia”, leí en algún lugar. Pero después escuché decir a alguien (creo que en redes sociales) que estaba bien no terminar los libros: “No temas dejar un libro que no te guste” (al parecer esto lo dijo Borges). Esta frase me hace sentir un gran alivio. No soy el tipo de lectora que me gustaría. Entrecorto y fragmento las lecturas. Rescato extractos, retazos de entrevistas, citas, imágenes. Seguramente por eso me hice antropóloga.
En fin. Comparto, entonces, mis fragmentos.
Recomponer
A partir de esta idea, y como un salto hacia maneras posibles de enfrentar la idea de extinción, quiero relevar cuatro libros que hablan, de manera muy distinta, de lo inconmensurable, de vidas rotas y re/des/compuestas.
En cuarentena los humanos hemos pasado a convivir intensamente con los no-vivos que habitan de manera incesante en nuestros espacios privados, en nuestras casas: mesas, sillones, una estufa, un jardín por arreglar, una lámpara descompuesta. El estado mental a veces nos saca de las interacciones con estos seres, con las especies atrapadas en el espacio privado. El estado mental es lo que me queda de propiedad, de individualidad, de pertenencia, pero no es suficiente para alcanzar la libertad.
Nastassja Martin partió al noreste de Alaska y después a las montañas de Kamchatka, en Rusia. En estos paisajes desde el encierro, desde mi mesa polvorienta, vi cómo Nastassja se “encontró” (según sus palabras) con un oso, en la península de Kamchatka. En la estepa, el oso le muestra los dientes, ambos sienten miedo, y como Nastassja no puede huir –él ya está a dos metros de ella– no le queda más que mostrarle también sus dientes. El oso entonces reacciona y le muerde la cara, luego la cabeza, siente sus huesos, su cráneo, resquebrajarse, piensa que va a morir, pero no, dice ella, “estoy plenamente consciente”.
“Digo que seguir viva ante el oso así como ante lo que viene a este mundo es aceptar la recuperación en forma de transformación estructural. La singularidad que nos fascina aparece finalmente como lo que es, un señuelo. La forma se reconstruye según su propio esquema pero con elementos que son todos exógenos“ (p. 79, traducción mía).
Nastassja termina su libro Croire aux fauves (Creer en las fieras)[1], diciéndome: “No digo nada, estoy emocionada. Esa es mi liberación. Lo incierto: una promesa de vida.” Pienso en la vida cotidiana y el dolor. En cómo es vivir con el dolor, hacerlo parte o difuminarlo a través de un estado mental.
Natassja Martin va a enfrentarse con los osos, Ginzburg me hace pensar en la escoba, en ese árbol de limones que debiera cosechar, en esa ropa tendida aun sin guardar; Stengerse me abre mundos nuevos posibles y Solnit grita que si lo logramos vencer una vez, podremos hacerlo de nuevo. Recomponer, remediar la vida, a través de cuatro mujeres.
Unir
El hielo que se derrite, el verano en pleno invierno, el planeta irreconocible, y de repente Natalia Ginzburg. Los temas de Natalia son esas pequeñas cosas en un mundo también devastado (por la guerra, por la muerte); esas que nos acompañan toda la vida, ese sillón viejo, la vista a través de una ventana, la voz de un viejo psiquiatra, el gesto de limpieza de una tía abuela. Observo la pandemia y el encierro: quizás esto se parece a la guerra o la postguerra, pienso.
Ginzburg dialoga con la fragmentación. Habla de sus habilidades, o de la falta de ellas (se dice constantemente que es perezosa)… quizás mi intermitencia tenga que ver con una pereza arraigada y con un desgano momentáneo, producto de la cuarentena.
Las de Rebecca Solnit, en cambio, son grandes hazañas humanas, las luchas por los derechos civiles, los jóvenes por la justicia global. Cuando las primeras cuarentenas nos tiraron abajo, nos desarmaron, mostrando las peores caras de la desigualdad, la precariedad y el hambre en el país, Esperanza en la oscuridad, de Solnit, se transformó en un libro-refugio, me enseñó a ver de otro modo a la “gente”:
“Es como ‘el gigante dormido’. Cuando se despierta, cuando nos despertamos, dejamos de ser únicamente gente: somos la sociedad civil, el superpoder cuyos medios pacíficos a veces resultan, durante un glorioso instante, más poderosos que la violencia, más poderosos que los regímenes y los ejércitos” (23).
Colectivamente los humanos pueden lograr cambios reales, significativos y duraderos, para aportar soluciones, no únicamente a nivel individual, sino a nivel planetario.
Crear
Por último, el libro de Isabelle Stengers, Cómo pensar juntos. Dos conferencias sobre ciencia, política y desastres [2], propone alternativas de comunicación para este mundo descompuesto y fragmentado, a partir de la pregunta: “¿Cómo crear, entonces, un plano en el que las razones divergentes entren en comunicación?”
Nastassja Martin, va a enfrentarse a los osos, Ginzburg me hace pensar en la escoba, en ese árbol de limones que debiera cosechar, en esa ropa tendida aun sin guardar; Stengers me abre mundos nuevos posibles y Solnit grita que si lo logramos vencer una vez, podremos hacerlo de nuevo.
Recomponer, remediar la vida cotidiana a partir de la lectura de cuatro mujeres. Esto lo conecto inevitablemente con el debate de los cuidados y las comunidades que he abordado en otros espacios [3]. Las mujeres pensando en cómo hablar del dolor, cómo recomponer esos lazos quebrados, cómo rearmar esos intercambios fraccionados…
Me gusta queNastassja Martin recurra al lenguaje poético para hablar del dolor. La racionalidad tiene límites, sería ciertamente un lenguaje inapropiado para la mordida del oso o, como diría ella “¿Cuántos sicólogos que tomarían por una loca, si yo les contara que estoy afectada [4] por lo que pasa fuera de mi”
“(…) escribo porque estoy terriblemente afectada. Debo confesar que tengo dos cuadernos de notas. Uno es diurno. Está lleno de notas dispersas, descripciones minuciosas, transcripciones de diálogos o discursos (….) El otro es nocturno. su contenido es parcial fragmentario, inestable.lo llamo el cuaderno negro, porque no sé bien cómo definir lo que hay adentro” (p. 40).
El mundo en ruinas en el contexto de la crisis climática y de la pandemia necesita de experiencias y lenguajes más literarios que nos ayuden a superar la dureza, de lenguajes que nos permitan vivir en eso que no sabemos definir, para hacer de esto “una misma historia, polifónica, la que tejemos juntos” (p. 150).
[1] Acaba de salir la traducción al español de este libro por la editorial Errata naturae, colección Libros salvajes, Madrid, 2021.
[2] Editorial Saposcat, Santiago 2019.
[3] Ver https://www.lemondediplomatique.cl/respuestas-colectivas-e-institucionales-a-la-pandemia-la-sobrevivencia-del-mas.html
[4] El sentido de afectación aquí tiene más que ver con “embrujada”. Ver al respecto los trabajos de la antropóloga Jeanne Favret-Saada que describe como estaba “tomada” por episodios de brujería en los que se dejaba llevar o afectar.