Quinto Horacio Flaco (65-8 a. C.) nace en Venusia y de muchacho estudia en Roma y luego en Atenas. Llega a ser tribuno militar en el bando republicano y, después de la derrota de Filipos, es amnistiado y regresa a Roma. Trabaja como secretario del cuestor y el año 41 empieza a escribir los Épodos y las Sátiras. Por esa misma época frecuenta la escuela epicúrea de Sirón, en Nápoles, y conoce a Virgilio (“mitad de mi alma”, animae dimidium meae, según la Oda I 3,8), cinco años mayor y ya famoso. Este lo presenta a Mecenas, quien luego de un tiempo lo incluye en su círculo literario y del que será amigo durante años. El año 35 a. C. aparece el primer libro de las Sátiras o Sermones; el 30, el libro II de las Sátiras y también los Épodos; el 23, los tres primeros libros de sus Odas; el 20, el libro I de las Epístolas; el 17, el Carmen saeculare; el 15, el libro II de las Epístolas; el 13, por último, el libro IV de las Odas.
Presento aquí cuatro odas de Horacio, ya vertidas tantas veces a tantos idiomas, lo que sólo el placer de la traducción puede justificar. Las dos primeras las traduje por primera vez hace ya diez años, en un taller de traducción dirigido por mi profesor Antonio Arbea y las revisé nuevamente hace un par de años para una charla sobre el Arte poética de Horacio. Supongo que podría seguir modificándolas constantemente sólo para revivir esos primeros ejercicios de traducción. La tercera oda que presento es mi respuesta a un regalo: una versión de ella hecha por mi amigo Olof Page hace ya también unos buenos años. Ahora aproveché esta ocasión para decir lo mismo de otra manera. Finalmente, la cuarta oda, del viejo Horacio, la vertí especialmente para esta ocasión.
OdasI, 5Quis multa gracilis te puer in rosa perfusus liquidis urget odoribus grato, Pyrrha, sub antro? cui flavam religas comam, simplex munditiis? heu quotiens fidem qui nunc te fruitur credulus aurea, intemptata nites. me tabula sacer |
Odas I, 5¿Qué grácil muchacho, sobre una multitud de rosas, bañado en líquidos perfumes, te aprisiona, Pirra, en el fondo de una deliciosa gruta? ¿Para quién sujetas tu dorada cabellera, tú, sencilla en tu elegancia? ¡Ay! Cuántas veces de tu fidelidad el que ahora confiado goza de ti y de tu hermosura, brillas, sin haberte experimentado. La sagrada pared |
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I, 11Tu ne quaesieris, scire nefas, quem mihi, quem tibi finem di dederint, Leuconoe, nec Babylonios temptaris numeros. ut melius, quidquid erit, pati! seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam, quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare Tyrrhenum: sapias, vina liques et spatio brevi spem longam reseces. dum loquimur, fugerit invida aetas: carpe diem quam minimum credula postero. |
I, 11No trates tú de averiguar —no está permitido saberlo— qué fin para mí, qué fin para ti nos han dado los dioses, Leucónoe, ni tientes los cálculos babilónicos. ¡Cuánto mejor es soportar todo lo que pueda pasar! Ya si Júpiter te concede muchos inviernos, ya si es el último este que ahora desgasta el mar Tirreno contra las rocas, sé sabio, cuela tus vinos y, en este breve espacio de tiempo, suprime toda larga esperanza. Mientras estamos hablando, terminará de huir el odioso tiempo: aprovecha el día, confiando lo menos posible al día siguiente. |
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II, 3Aequam memento rebus in arduis servare mentem, non secus in bonis ab insolenti temperatam laetitia, moriture Delli,seu maestus omni tempore vixeris, seu te in remoto gramine per dies festos reclinatum bearis interiore nota Falerni. quo pinus ingens albaque populus huc vina et unguenta et nimium brevis cedes coemptis saltibus et domo divesne prisco natus ab Inacho omnes eodem cogimur, omnium |
II, 3Recuerda conservar un ánimo tranquilo en los momentos difíciles, y templado en los buenos, lejos de toda exagerada alegría, Delio que has de morir,ya sea que hayas vivido triste en todo momento, ya sea que tú, recostado sobre solitarios prados, seas feliz en días de fiesta con un Falerno de antigua cepa. ¿Para qué el alto pino y el álamo blanco Manda traer acá vinos y ungüentos y las tan pasajeras Te irás de los prados que has comprado y de la casa Ya seas rico, descendiente del viejo Ínaco, Todos somos empujados hacia el mismo final, de todos |
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IV, 7Diffugere nives, redeunt iam gramina campis arboribusque comae; mutat terra vices et decrescentia ripas flumina praetereunt; Gratia cum Nymphis geminisque sororibus audet ducere nuda choros. inmortalia ne speres, monet annus et almum quae rapit hora diem. frigora mitescunt Zephyris, ver proterit aestas interitura, simul pomifer autumnus fruges effuderit, et mox bruma recurrit iners. damna tamen celeres reparant caelestia lunae; nos ubi decidimus quo pater Aeneas, quo Tullus dives et Ancus, pulvis et umbra sumus. quis scit an adiciant hodiernae crastina summae tempora di superi? cuncta manus avidas fugient heredis, amico quae dederis animo. cum semel occideris et de te splendida Minos fecerit arbitria, non, Torquate, genus, non te facundia, non te restituet pietas; infernis neque enim tenebris Diana pudicum liberat Hippolytum, nec Lethaea valet Theseus abrumpere caro vincula Perithoo. |
IV, 7Huyeron las nieves, ya vuelven las hierbas a los campos y a los árboles su cabellera; la tierra se renueva otra vez y los ríos al decrecer retornan a sus cauces; la Gracia con las Ninfas, hermanas gemelas, se atreven a dirigir desnudas sus coros. “No esperes nada inmortal”, aconseja el año y la hora que rapta al vivificante día. Los fríos se suavizan con los Zéfiros, a la primavera reemplaza el verano, que a su vez va a morir cuando traiga sus frutos el pomífero otoño, y pronto retorna el inerte invierno. Pero rápido reparan las lunas sus mermas en el cielo; nosotros, en cambio, una vez que hemos caído donde el padre Eneas, donde el rico Tulo y Anco, polvo y sombra somos. ¿Quién sabe si agregarán otros mañanas al tiempo transcurrido hasta hoy los dioses del cielo? De las ávidas manos de tu heredero huirá todo lo que amistosamente diste a tu alma. En cuanto hayas muerto y Minos haya dictado sobre ti sus sonoras sentencias, ni tu estirpe, Torcuato, ni tu elocuencia, ni tu piedad te devolverán a la vida; pues ni Diana libera de las tinieblas infernales al pudoroso Hipólito, ni Teseo es capaz de romper las leteas cadenas del querido Perítoo. |
MIRNA ELLIEN MORENO MORENO
4 septiembre, 2014 @ 12:53
MI GRATITUD POR TAN BELLA PÁGINA.FUE UN PLACER LEERLA.
orelia chamorro flores
25 septiembre, 2015 @ 0:33
es como agua cristalina en medio del lodo
Fernando Chico
6 diciembre, 2017 @ 13:17
Horacio es el príncipe de los poetas latinos y uno de los más grandes que ha exististido, en toda la historia de la literatura mundial… ¡Salve y larga vida a Horacio!
Gerardo Quiroz Chueca
7 junio, 2020 @ 22:03
ODA AL AMOR FUGAZ
(Paráfrasis de Horacio: Oda Quinta, libro primero)
Gestas
¿Qué grácil joven, Pirra, te acaricia
bajo el dosel de rosas
bañado por esencias olorosas?,
¿a quién das la delicia
de ver sin otro adorno tus hermosas
trenzas de oro brillante, arte fenicia?
¡Ah, cuántas veces a tu fe, asombrado
verá dar a los vientos
la alegría que vive estos momentos!
¡Y al tornadizo Hado
convertirla en dolores y tormentos,
tan inclemente como el mar airado!
Náufrago se verá en turbulentas aguas
aquel que en esta hora
goza aún esa gracia áurea que enamora
al volar tus enaguas
en la danza de amor, tan seductora …
lo envolverá tu olvido, cual malaguas.
Preso está en la falaz, dulce, aura bella
de tu sonrisa, espera
alcanzar la ventura verdadera
prometida en la estrella
de los enamorados, si la viera
refulgente al soñar los dos con ella.
Mas es una ilusión de malas artes,
sólo a él esa luz llega,
pues a ajena ilusión tu alma se niega.
Ni ese gozo compartes
ni por amor le seguirías, ciega …
Igual sonreirás cuando te apartes.
No voy más ya entre los que así deslumbras …
Mira la frágil tabla
que del mar me sacó, casi sin habla …
Cuelga ya en las penumbras
del altar de la diosa, hermosa diabla,
en que ofrendar tus triunfos acostumbras.
Otro es el dios que me sacó a la orilla
y ese voto pendiente
es sólo por librarme del potente
embrujo y maravilla
que arrastra a ti el alma impenitente
como el reflujo adentra al mar la quilla.
Dejé también mi húmedo vestido
y no lo siento, seca
deja mi alma este fuego que la ahueca,
y cuando haya caído
otra ropa me hará una nueva rueca.
Puedo seguir, desnudo, hacia el olvido.
Coda
Y al tiempo en que de la costa me alejo,
rendido aunque contento,
le pido que se lleve pronto el viento
estas huellas que dejo
en la arena, pues siento
ardiente el corazón, aún trejo.