En el poema “Cada cual con su quimera”, Baudelaire ironizó sobre la necesidad invencible de los hombres de moverse, del ajetreo humano y su absurdo. Según Walter Beniamin, el poeta francés puso el dedo en la llaga del optimismo moderno y su circulación en forma de mercancía. Consciente o inconscientemente, esta parece ser una de las fuentes de las que ha bebido Guía de despacho. Otra se ubica ciento diez años después de la muerte de Baudelaire. Se trata de la obra de Juan Luis Martínez quien envía al lector a vagar en los recovecos del sin sentido y del humor, en definitiva, al absurdo que parece ser la vida.
Así lo recuerda Enrique Winter en un poema dedicado al poeta chileno:
MARTÍNEZ
Romper la placenta. Quebrar el huevo. Al aire los ojos.
Aletear.
Quiero tocar la tierra del valle central de chile
pero está dentro de una bolsa
sellada y corcheteada.
Ni morir me asegura mezclarme con la tierra
a que me inclinan los días. Hasta pasarme de largo.
El féretro también es una bolsa que la envuelve
y por fuera, mis huesos.
El título del libro, para nada un mero capricho, nos lleva a la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que despacha el libro de Enrique Winter? ¿Qué es lo que trafica en su interior? La carga se registra a partir del número 0094 de la guía. Si el índice funcionara como un listado de cargamento, podríamos contabilizar: un monitor, un chocolate, una ballena, música, escultura, arquitectura, influenza, un regalo, mercadería, etc. Quien la envía parece radicar en distintos puntos del orbe, de la memoria, del tiempo, del género, de los nombres. Sin embargo, esto no tiene demasiada importancia en el corazón del libro ya que nombres, cosas, lugares, allanados por la época del Internet, son reducidos a minúsculas. No se trata, como a primera vista podría pensarse, de un libro de poemas de viaje o del viaje.
MONTT
la diversión se vuelve idéntica en coyhaique, rabat o londres.
…
No se apellida como ellos ni como ellos quieren
según el caso,
eligen zapatillas o un perfume
y se asemejan más que en cueros.
Si el mar borrara el nombre de la estrella local citada
oscura como linterna entre los focos de un camión,
la conversación sería la misma,
iguales sus efectos.
La mercancía a que alude el libro se hace patente no sólo en una materialidad, sino también en un malestar, en la inquietud perpetua del hablante como sentido elusivo. Pero el libro no se resuelve en lo trágico ni en lo cómico, más bien en su mutua remisión: Soy absolutamente libre (y me arrepiento). Winter aguza el humor, no para creer en él como una solución poética -ningún poema lo hace-, más bien para presagiar en todo momento un encuentro fallido con el sentido fácil y ramplón. En esta perspectiva, el uso de palabras como despacho, consumo y mercancía va lentamente acerando su relación con el yo.
CONSUMO
-La vida para ti es un juego
Que sabes llevar tan bien que aunque no ganes
Siempre saldrás riendo y jamás habrás perdido.
Pero yo, yo no sé jugar.
Y ese no saber jugar también alcanza al amor. El poema “Valentines” es una exquisita ironía de un mochilero que en distintos febreros no alcanza a estar donde debería o llega a destiempo del momento convenido. El tiempo va y vuelve sin ubicarnos un momento privilegiado desde el que se escribe, podrían ser todos al unísono. Más que un fracaso personal (y hay que advertir que no se trata de una poética del fracaso, al menos no en un sentido radical), lo que cae es una concepción del tiempo, una manera de estar en el mundo en movimiento, un mito que ya no funciona:
CIRCO
Basta de esta metáfora: que se camina hacia el futuro
Como si estuviera adelante y lleváramos los ojos abiertos.
El sin sentido del sujeto, si es que hay sujeto, aparece en los disfraces lingüísticos que el hablante se provee: envase retornable, el nombre del conserje, monitor bajo la lluvia, Soy verano, Soy cebolla de outback, Soy internet, Soy cariñosa. En estos poemas, el yo, como el dinero, se intercambia con todas las cosas nombradas, por lo mismo, es su equivalente en el lenguaje y más allá también.
Antes del final, el poema titulado “Mercadería” entrega una definición negativa del ser del poeta, donde la única afirmación se da al final para ser rebatida por un juicio de valor: me arrepiento. La absoluta libertad del yo es objeto de contrición antes del último poema: “Danza”. En este, el último poema de Guía de despacho, como en Moby Dick, el destino de la mercancía moderna toma cuerpo de ballena: la muerte enorme, absurda y necesaria como el pan.