No me ignores, de Nicolás Poblete. Santiago: Cuarto Propio, 2010.
Hace unos años en St. Louis vimos Lemming de Dominik Moll, y Nicolás era el único que sabía de los leminos, roedores que aparentemente se adentran en el agua para morir colectivamente; o cuando íbamos al zoológico, no entraba a la sección de los primates —muy siniestramente parecidos a los humanos, razonaba. Mínimos ejemplos del conocimiento y la sensibilidad de Nicolás con los animales, cualidades que reluce en sus novelas. En Dos cuerpos, el protagonista entierra en una misma fosa el cuerpo de un niño junto al de un perro, y cita al dictador sobre la aberrante economía de encontrar dos cuerpos en una tumba. El perro y el niño son igualmente despojos; el niño se hace perro y el perro, niño. Animalidad pura. En Réplicas, parte de la narrativa se relaciona con referencias al cóndor y el huemul, emblemas enjaulados, despojados, casi extintos, y la venganza, el conjuro se lleva a cabo enterrando un pescado en el jardín. “Argollas” es uno de varios cuentos de Frivolidades en que la narrativa circula en torno a la animalidad, en este caso al hallazgo de perros colgados en distintos puntos de la ciudad. En Nuestros desechos retumba la plaga de ratas de la que también hace eco el dibujo de Periano de la portada. Sería un admirable trabajo hacer una zoología de la narrativa de Poblete.
Los animales merodean también en No me ignores, su más reciente novela. No hay que buscarlos en la oscuridad; asoman a la superficie de la narrativa de diferentes formas. El protagonista, por ejemplo, ve con la arrendataria documentales educativos de animales. La narración de la novela es la conciencia del protagonista. Él interpreta los actos animales: hace suya la “simpleza” del asesinato y también le da discurso, proyecto, conciencia, explicación, interpretación. En los documentales se concentra una escena de un león que devora a sus crías. La conducta animal es muda —Wittgenstein insistía en que si el león hablara no lo entenderíamos. En la novela de Poblete narra el protagonista asesino, él lleva y le da historia a la voracidad del león, llora en terapias, veja, mata, domina por impotencia y sueña con leche materna saliendo de los pezones mientras eyacula.
Lo animal se solapa con el protagonista. Pero su bestialidad se encubre con normativas o coartadas sociales: mujer, hijos, trabajo, proyectos. El pretexto social sujeta un discurso desbocado de asesinatos, dominaciones, vejaciones, conjuntas a un deseo reproductor y paternal. El protagonista exacerba una masculinidad impotente y zoológica en sus planes y actos. La novela no sale de esa descabellada cabeza, del rostro desfigurado por el acné, de los cuerpos deformados por el ojo o los espejos de una feria.
La depredación sexual del protagonista es ejecutada principalmente en cuatro patas, por el ano u oralmente. Desecha un sexo enrostrado, exclusividad humana. El protagonista no mira a la cara —para matar, cubre los rostros, repudia mirar a los ojos. Se necesita un rostro para una moral, indicaba Levinas, que también le asigna a un perro la capacidad de reconocer lo humano en un campo de concentración; para el perro no había duda: eran humanos. Los prisioneros, los carceleros, los que pasaban fuera de los campos no estaban tan seguros de esa cualidad. En cuatro patas resalta el sexo animal, sin cultura. El sexo vaginal se reserva para la reproducción, para el proyecto, para los hijos.
En el libro se lee Origen de las especies de Darwin, el protagonista gusta de los pastores alemanes y hace que lo obedezcan como animales, colecciona restos de guarenes exterminados, y en la infancia destripó el perro del vecino en plena calle (su antesala asesina). Junto con el arsonismo (que también ejecuta el protagonista) el maltrato de animales es conocido síntoma de asesinos. Es claro que Poblete se nutrió de una variada serie de fuentes para darle el perfil narrativo al asesino serial de su novela. La intensidad de su narrativa, obsesiva en precauciones, ataques y abyectos razonamientos del protagonista, lo singulariza en medio de la serie de asesinos literarios. Los animales y sus discursos son un índice de esa singularidad. Pero No me ignores es mucho más que animales.
Fort Collins, 2010