Samuel Beckett, Proust y otros ensayos, Trad. Marcela Fuentealba. Santiago: UDP, 2008.
Las tapas negras de un libro se asemejan mucho al ataúd de un nonato; las palabras no alcanzan a salir del vientre materno para llegar a la vida plena cuando ya se las entierra bajo una lápida donde el nombre del autor asegura que se terminó un proceso que guardó alguna finalidad [1]. Pero ya parece natural que el nombre del autor en la tapa del libro sea una garantía, similar a esa que da la muerte a la persona: uno la ubica, sólo entonces, en su lugar –etáreo, espacial, discursivo, social, religioso, material, corporal, estético, esotérico o ideológico– como un resguardo del valor de lo que está bajo tierra, ahora, bajo un contenido exacto. El libro Proust y otros ensayos de Samuel Beckett conserva las características de un zombi, es decir, subraya la ilusión por la que compiladores, editores, imprenteros, libreros, lectores, profesores, traductores, alguno que otro desubicado que sólo gusta de leer, arribistas, cultistas e idólatras otorgan el lugar de una verdad literaria a la unidad al autor o, en este caso, a los autores que se sientan sobre la lápida. Como si ese sentido que da lo escrito, quien escribe, quien lee y quien escucha lo que alguien lee fuera factible [2] o aparecible. Podría seguir esa línea y hablar del único lenguaje dependiente de aquella única firma; exponer, así, lo que se supone que se encuentra lejos, al otro lado del lente, el objeto, y nunca posar la vista sobre los retazos abandonados por las intervenciones de toda aquella cadena de cúmulos particulares –individuos o ecos– que son los que finalmente ponen la lápida sobre el féretro. Pero una lectura como esa significa contravenir el libro. Advierto –a mí más que a nadie– no perder de vista las mismas gafas que se puso Beckett antes de empezar a escribir: “El peligro está en las interpretaciones nítidas”. Escribo entonces como un andamio más [3], arriba de un irlandés que escribió en francés sobre otro irlandés que interpretó la Odisea a través de los ojos de un italiano; sobre un francés que quiso mirar la realidad y no encontró más que sucesivas voces que se contraponían a una experiencia imposible de encontrar sino en la escritura misma; piso sobre las huellas del compilador, los editores, los traductores, los comentaristas.
Proust y otros ensayos es una compilación de una serie de artículos crítico-analíticos que Samuel Beckett escribió sobre de la vanguardia artística y literaria, algunos de ellos, tal como se explica en el prólogo del libro, hechos a pedido. Su metodología intenta ser clara, argumental: Beckett utiliza los modos de aproximación del académico y los del crítico [4] –explicitando las interpretaciones anteriores, sopesándolas, definiendo las teorías que le permitirán hablar del texto, juzgando– para luego descartarlas. De a poco se descubre el escritor. No lo puede evitar; mediante una serie de estratagemas surge en cada uno de los ensayos, y a medida que avanzan las páginas hacia el final, la forma literaria de mirar, que busca dar sustento al impresionismo que se alimenta de todas las fuentes. Esta metodología basada en la experiencia confabula contra las lógicas lineales a las que obligan la historia [5] y el texto escrito. Así, Beckett hace explotar la linealidad de la crítica introduciendo voces ajenas, lejanas en el espacio y en el tiempo, evitando con ello caer en la tentación de ponerse por sobre su objeto: relativiza su mirada, la vuelve parcial. Sólo de esta manera, comprendiendo a lo Proust que la “cronología es interna”, Vico aparece al lado de Joyce, al mismo tiempo que Proust se inmiscuye con Brahma [6] y la crítica de pintura convive con las tensiones emocionales de los personajes que, como en una pieza dramática, la comentan. El discurso inteligente parece descartarse en cada ilación argumentativa de modo de superar lo que la crítica materialista, por un lado, y trascendentalista, por otro, ha descartado. Integra de este modo su actualidad, que se pone en juego al momento de hacer una evaluación estética; con ello, la escritura pierde las coordenadas que limitan a la artisticidad, al autor, al lector y sus posiciones en bruto [7].
En acuerdo con esta mezcla, Beckett no puede sino retomar los mecanismos en los cuales hizo hincapié la vanguardia artística, donde sonidos y formas estaban en directa relación con un sentido [8]. Y va más allá al interpretar a Joyce, a Proust y, en el proceso, a sí mismo: su lectura se basa en que es la vida del escritor la que se vive artísticamente, y que la escritura es su realización [9]. Sólo así la experiencia lectora –el lector como receptáculo de otros– obtiene una nueva autoridad, similar a la del autor, al punto de que parecen ser lo mismo. La lápida no permite que, a pesar de la sensación de higiene que emana de la piedra negra que recubre el texto, los pedazos de su piel se escapen por todos los costados o sean triturados por las huestes de la muerte.
Esta escritura que emana de la aparente linealidad de la escritura [10] consigue que se infiltren en la escritura/persona de Beckett los otros autores, de manera que se hace indistinguible el eco de uno u otro [11]. La cronología interna que Beckett atribuye a Proust bien podría servir como mecanismo de lectura de la construcción arquitectónica de toda la literatura y de la vida artística. Así como abandonó su lengua natal para escribir en otra, Beckett utiliza como herramienta teórica de lectura el no ser sí mismo [12] para dar con una lectura satisfactoria de un objeto estético; de paso, se despega de las interpretaciones y canonizaciones categóricas dadas por el mercado, por los editores, por los despistados, los arribistas, los lectores comunes, los académicos, los periodistas, los ideólogos. El andamiaje babélico que ocupa Samuel Beckett, en sus lecturas de la saga sobre el tiempo de Proust, del Finnegans Wake (o Work in Progress) y de la pintura, son diálogos que tienden a aventurarse en la incertidumbre de lo afirmado. Beckett desaparece como imán que reúne la nómina literaria. Al borrar las líneas nítidas, desaparecen los autores y se abandona la mezcla para encontrar sentido. Un sentido que se tiñe del sistema de la identificación, es decir, que asume como suyas ciertas experiencias que subsisten en la forma de fantasmas corporizados y que hoy, al escribir, adopto.
NOTAS:
[1] Recuerdo comentarios de Beckett sobre Proust cuando define la necesidad del Arte: recobrar esa experiencia esencial fuera del Tiempo, “pues sólo en la claridad del arte se puede descifrar la extática perplejidad que había conocido ante la superficie inescrutable de una nube, un triángulo, una torre, una flor, un guijarro”.
[2] “El hecho de que las afirmaciones religiosas estén a menudo en contradicción con fenómenos físicamente comprobables prueba la independencia del espíritu respecto de la percepción física; y manifiesta que la experiencia anímica posee una cierta autonomía frente a las realidades físicas”. C.G. Jung.
[3] “El deber y la tarea del escritor (no del artista, del escritor) son los del traductor”. Beckett.
[4] “Me bastó con la lectura de dos cuartillas iniciales para confirmar que era del todo insostenible y absurdo mi fugaz presentimiento. Un arranque torpe, pagado de lugares comunes que en vano trataban de insuflar vida a ese par de muñecos de cartón, me trajo a la memoria una vieja serie de artículos en los que me propuse (con buenos resultado a juzgar por los comentarios recogidos), puntualizar algunas normas básicas de la preceptiva novelística, sin necesidad de penetrar en el fenómeno estético propiamente dicho”. Un personaje de Vicente Leñero.
[5] “La historia se había apoderado de nuestra adolescencia”. Louis Althusser.
[6] “¡Oh, Tú, el grande, más grande incluso que Brahma!”, “por favor sé misericordioso conmigo. Al ver Tus ardientes rostros semejantes a la muerte y Tus espantosos dientes, no puedo mantener mi equilibrio. Estoy confundido en todas las direcciones”. Baghavad Gita.
[7] “La única realidad es la que proporcionan los jeroglíficos trazados por la percepción inspirada (identificación entre sujeto y objeto). Las conclusiones de la inteligencia tiene sólo un valor arbitrario, potencial”. Beckett.
[8] “Cuando la literatura no se sustrae a la hegemonía del lenguaje, cuando no lo enfrenta, no lo trampea; entonces no es más que una mera reproducción lingüística del poder. […] Fuera del mercado, lejos de la academia, en otro mundo, en el mundo del buceo del lenguaje, se instituye una comunidad imaginaria, una comunidad negativa, la comunidad inoperante de la literatura”. Damián Tabarovski.
[9] “Para el artista la única jerarquía posible en el mundo de los fenómenos objetivos está representada por una tabla de sus respectivos coeficientes de penetración, es decir, en términos de sujetos”. Beckett.
[10] “La literatura debe lidiar con la simultaneidad expresada como linealidad”. Beckett.
[11] “La conciencia de que hay mucho del niño no nacido en el octogenario decrépito, y mucho de ambos en el hombre que está en el apogeo de su curva vital, elimina toda la rígida interexclusivadad que suele afectar las construcciones ordenadas”. Beckett.
[12] “El individuo es una sucesión de individuos”. Beckett.