Esta semana dedicada a las mujeres, nos dirigimos a los hombres y publicamos estas palabras de la escritora Betina Keizman sobre Nostalgia de la madre muerta (La Pollera, 2020), el último libro de cuentos o novela-puzzle de Federico Zurita. Betina desarma el acceso nostálgico a esta obra y la propone como una sostenida interrogación del hombre sobre su propia masculinidad, frente a la transformación de las mujeres en nuestro presente.
Acaso no es el tiempo el único tema verdadero de una narración. El escritor entrena sus palabras para doblegar el tiempo, incluso si, paradójicamente, la misión del tiempo y de la vida es escurrirse. En esos casos, es decir cuando la vida corre, tenemos la historia de un pez que se desliza entre unas manos mojadas que, sin suerte, se esfuerzan por atraparlo.
Nostalgia de la madre muerta vuelve sobre esta persecución. Y como no podía de ser de otro modo, el pez se escapa y la persecución se reinicia de manera tal que los diez capítulos (¿o cuentos?) que forman el libro repiten una misma búsqueda a través de generaciones. Con alma de cuentista, Federico Zurita eligió la mejor estructura para su libro, que se organiza como un rompecabezas con piezas que conservan independencia y carácter propio. En cada una, la madre muere o se va, y el hijo debe reconstruir su propia existencia sobre las arenas movedizas de esa pérdida, apenas apoyado en figuras paternas también marcadas por la orfandad o el desgaste del amor. La historia que inicia el libro es la de un niño que tiene 3,4,5 años, y así sucesivamente. Cada año transmite esa sensación de momento vivido como acto clausurado que se muerde la cola, sea que se concentre en la mano de un padre que una y otra vez cierra la puerta del estudio en donde pinta o en las mujeres que, una tras otra, se despiden. Cada instante es incapaz de enhebrarse al siguiente, excepto por la voz que les ofrece la pobre continuidad del atrapado en la repetición.
Mientras el rostro del sujeto se desvanecía ante mi mirada borrosa, perdida en la marea de ideas que reventaron como olas en mi mente, comprendí que mi madre me había odiado y que mientras yo había deseado por años recuperar la imagen de su rostro ella había deseado borrarme. Yo tenía solo once años cuando se fue, pensé, y tal frase se quedó como motivo recurrente en mi conciencia por muchas horas o tal vez por muchos años. Me fui, por supuesto. No generé problemas. Me fui empujado por el odio inexplicable de mi madre y de sus hijos, sus definitivos hijos que la acompañaron hasta su muerte. Me fui sin recuperar la imagen de su rostro y sufrí por eso. Me fui sintiendo que alguna vez fui un maldito engendro de once años. Me fui creyendo que era un monstruo.
Nostalgia de la madre muerta (fragmento), Federico Zurita.
Y si toda narración trata sobre el tiempo, no hay tema más universal (tal vez masculino) que la búsqueda de la madre. Zurita lo modula en sus múltiples tonos: el útero al que regresar, la protección del origen, o más simplemente, la recuperación de un momento vital anterior al instante en que un sujeto se reconoce independiente, librado al mundo, cuando se queman los puentes entre vivencia afectiva y entendimiento.
La novela desgrana la obsesión por recobrar ese paraíso perdido donde lo que “se siente” y lo se “es” existen soldados en una unidad indisoluble. Las representaciones tradicionales de la nostalgia la muestran como un rostro bajo los efectos de la bilis negra, la mirada en lontananza, colores sepia, un entorno mustio. Sin embargo, a fuerza de estilo narrativo el libro de Zurita evade victoriosamente el registro melancólico propio de su tema, incluso si el título mismo del volumen se zambulle en el pleonasmo: nostalgia …de la madre… y muerta.
La primera parte, “Olvido”, rastrea el recuerdo de la madre a lo largo de la niñez, la juventud, la madurez y el inicio de la edad mayor. En cada uno de esos momentos el personaje persigue el reencuentro. La segunda parte, “Recuerda”, de algún modo repite la misma historia en la segunda generación. En la tercera, “Doler”, es donde el reencuentro se fuerza, y en alguna medida se consigue. Para recuperar lo que la vida les quitó, los personajes ensayan distintas estrategias de invocación y modos de representar el mundo: teatro, pintura, geografía, biología, cada una con su yugo de argucias y limitaciones. En esta última parte, resulta evidente que el tironeo entre vivencia afectiva y entendimiento hace avanzar dos registros: el de la nostalgia, la orfandad y la posibilidad de vivir, del lado de la vivencia afectiva, y una reflexión de orden metatextual y filosófico en torno a cómo representar las ideas de mundo, por lo que corresponde al entendimiento. Creo que el volumen no resuelve del todo bien estos dos imperativos. Entre mis intereses como lectora, la pregunta sobre el lugar del arte entre otras formas del saber ocupa un lugar importante, no obstante me sentí decepcionada cada vez que el libro se desviaba de la experiencia de la pérdida materna y del problema del crecimiento. Es que Zurita es muy bueno contando historias, también reflexionando sobre los órdenes de la representación, pero en la pugna entre estos dos intereses, el equilibrio de la narración pierde pie.
La hermana de mi madre me dice que estoy cada día más feo y que si salgo a la calle la gente se va a arrancar. Mi madre me defiende y le dice que no me diga eso. Yo también la defendería. Intento asustar a la hermana de mi madre. Ella finge susto. Nos reímos. Me lee un fragmento del libro que me regaló el abuelo de mi padre. Es sobre un gato que finge ser persona y nadie se da cuenta de que es un gato. Es un gato actor que actúa en la vida y no solo en el teatro. Mi padre es actor, le digo a la hermana de mi madre. Lo sé, me dice ella. Tal vez sea un gato, le digo. Entonces tú también lo serías, me dice, porque eres su hijo. Maúllo. Reímos. Mi padre me lleva al cementerio. Me dice que ahí está su madre. ¿Tu madre está muerta?, le pregunto. Algo dice. Es una confirmación. ¿Y no la defendiste?, agrego preocupado. No pude, responde. Dice más cosas, pero no lo escucho. Me duele esa historia.
Nostalgia de la madre muerta (fragmento), de Federico Zurita
Es probable que la idea de un pasado circunscripto al útero materno sea un concepto con olor a naftalina en un presente –el nuestro– que reivindica otras formas del ser mujer. Sin embargo, eso mismo es lo que Zurita está interrogando, solo que desde un lugar masculino. Explora la construcción de una masculinidad (de hijos y parejas) desde esa pérdida o frente a esa transformación de las mujeres en nuestro presente. ¿No es una pregunta válida, incluso inevitable? ¿Cómo idear un mundo desde el cambio femenino, cómo reinventar nuevas masculinidades a la altura de esa regeneración de roles? ¿Qué nuevos mapas se podrían construir al alero de esas luchas inicialmente ajenas, pero que involucran a los hombres? En suma, Zurita ensaya una pregunta complejísima, de actualidad, y lo hace por las vías más riesgosas, muy lejos de un realismo de compañeros de ruta, malignas fuerzas patriarcales o nuevas generaciones deconstruidas. Su camino es más difícil, y más honesto, va al hueso: asumir la “pérdida” por el trono perdido, ofrecer grandes funerales por ese niño rey que nunca más será, herido en su narcisismo, huérfano de una madre que huye y se entrega a la pluralidad de su propia existencia por fuera de la maternidad.
De algún modo, al final descubro que el personaje de Zurita no es tan nostálgico, más bien está azorado, mirando en lontananza, y no en dirección a la madre perdida, mira hacia una propia construcción futura que, por el momento, a gatas alcanza a sospechar.