“La resistencia es ofrecer eso: otras maneras de escuchar, de ser nombradas, de ser llamadas. No es idealizar el mundo que nos rodea, las feministas bien sabemos cuánta oscuridad nos ronda. Pero es ofrecerse como posibilidad de construcción de espacio, sin juicio, sin preguntas incómodas, sin querer nublar la voz de la otra”, nos dice María Pía Urrutia, psicóloga feminista, en la presentación del libro de la poeta francesa Perrine Le Querrec, Rojo Puta (Pez Espiral 2022), traducido por Pablo Fante.
Rojo puta es un ejercicio necesario, incómodo, sin eufemismos ni romanticismos.
En primera persona y bajo una cubierta rojo puta, un sinfín de voces de mujeres develan la experiencia aterradora de la violencia para poner en el centro aquello que el patriarcado deja al margen o, mejor dicho, a puertas cerradas.
Tal como lo plantea desde el comienzo de su obra, Perrine Le Querrec se instala en un lugar de escucha, en una conversación con la otra para aprender a escribir sus palabras. No quiere utilizar sus voces ni compadecerse ni victimizar.
Estos versos son más que vocablos elegidos para convertir los testimonios en una obra. Son quejas, clamores, aullidos, rumores, silencios y, por sobre todo, verdades. Podrían ser la voz de muchas de las mujeres que he acompañado en mi quehacer como terapeuta feminista. Podría ser Claudia Ortiz, encontrada con setenta y dos puñaladas a comienzos de este año; Erika Johanna Acosta, quemada por su exconviviente; o de Cindy Muñoz Mallanes, apuñalada hace tan solo tres días por su conviviente. Pero no: ellas y más de cuarenta mujeres chilenas asesinadas hasta la fecha no podrán dar cuenta de su calvario porque ya no están.
Hoy, 26 de noviembre, un día después de la conmemoración del día internacional para la eliminación de la violencia hacia las mujeres, seguimos contando muertas.
Referirme a estas mujeres con nombre y apellido es el ejercicio de realidad que, en esta sala, no dejará a nadie indiferente al problema de la violencia o, mejor dicho, a la «Guerra contra las Mujeres», como dijo nuestra querida Rita Segato. Y es que no existen fronteras en esta guerra. No es Chile, México, Francia o España. Son nuestros propios cuerpos los campos de una batalla que, les aseguro, ninguna mujer ha elegido librar. El cuerpo. Nuestra cuerpa es también nuestra posibilidad de vida, de ser, de existir y ocupar un lugar. La toma de palabra, es también la toma de conciencia —como diría Julieta Kirkwood— de nuestra propia historia y la posibilidad de relatarla.
Cito el prólogo de Perrine Le Querrec a Rojo puta: «Palabra tras palabra ellas se volvieron a levantar. Su valentía, su alegría de vivir, su fuerza, eso es lo que motivó esta escritura; nuestra necesidad común de romper el silencio y las indiferencias ante las violencias contra las mujeres, violencias conyugales, sexuales, psicológicas, violencias humanas, violencias de la sociedad, la violencia y sus múltiples caras, eso es lo que van a leer».
Rojo puta es urgente. Es urgente rojo. Es nuestra urgencia por sobrevivir, pero sobre todo por frenar la indiferencia cómplice, porque la violencia no comienza en los golpes y puteadas: se gesta antes y frente a eso no podemos seguir callándonos.
Narrarnos es un ejercicio esencial para nosotras. Porque hemos sido narradas por otros y para otros desde hace miles de años. Nuestra historia no ha sido contada realmente: somos la historia no oficial, las acalladas, la historia de las sin voz.
«La feminidad»
Lo realza
Mi feminidad
Deseaba gustarle
Ser su Mujer
El deseo lo perdí
Mi feminidad estrangulada
Deseaba desaparecer
Ni mujer ni nada.
Nada más que un objeto
Un lavavajillas un mueble una máquina
Una cosa
Su cosa
Ser Mujer se vuelve un artefacto para otro que puede ser usado, desechado, maltratado y aniquilado. Ser mujer se vuelve un peligro. No tener voz se transforma en un destino pérfido para quienes habitamos cuerpos feminizados, como el mito de Eco que, enamorada de Narciso, se deshace y se evapora para existir tan solo como el reflejo eterno de otro, de ese otro al que se nos ha enseñado obedecer.
Me pregunto: ¿es ese nuestro destino? ¿Es esa nuestra condena?
Me quedo un rato pensando y un fuerte NO emerge desde mis entrañas, desde la porfía hermosa que he cultivado desde el feminismo y la sororidad. Pienso en las tantas veces en que nos hemos levantado frente a las opresiones y hemos gritado para hacernos escuchar, nos hemos enfurecido y en esa furia hemos sabido tomarnos de las manos para sacar a otra que aún no puede alzar su voz.
Esta conexión con el enojo feminista, factor muy protector por lo demás, se cruza inmediatamente con el poema «Culpable»:
La culpable soy yo tomé la mala decisión
La culpable soy yo tenía 18 años
La culpable soy yo era una niña
La culpable soy yo me lo aguanté
No puedo dejar de leer esto sin escuchar el telón de fondo de Lastesis, que en simples palabras le decía a ese Chile pasado a lacrimógena y al mundo entero «que la culpa no era mía, ni donde estaba ni cómo vestía». Ese grito recorrió el mundo entero. ¿Por qué? Porque no hay lugar en el mundo donde estemos seguras completamente y donde no se nos culpe por las violencias que recibimos.
Las violencias no brotan de la nada en una relación de pareja: se construyen con una sociedad que configura, expande, asigna roles y jerarquías. Y esa violencia —esa que no vemos— es tierra fértil para los titulares de diarios que suelen etiquetar el horror de la violencia de género como «crimen pasional», cuestionando cada paso que dio esa mujer antes del calvario.
Ese cuestionamiento, esa puesta en duda, esa pregunta que nos acecha constantemente recorre todo este libro de Perrine Le Querrec. La pregunta se expone: si es que nos quedamos, si es que morimos en el intento e incluso si es que logramos sobrevivir. Como dice el poema «Partir»:
No soy nada, eso repite él me machaca
Nada sin él nada de nada
Escucho bien
Escucho bien
¿Partir? ¿Cómo se hace?
Cuando una no es nada. No sabe nada no vale nada
Qué valiente que eres quedándote dicen los otros,
Los de afuera
¿Por qué te quedaste tanto tiempo? Dicen los otros,
Los de afuera
¿Por qué no te fuiste antes? Dicen los otros, los que no
Saben
Los que
Jamás han sufrido
Los que
Hablan después
Palabras que juzgan que señalan con el dedo
Palabras palabras
No es la debilidad es el miedo
La falta de elección
Quedarse equivale a morir, partir equivale a morir,
¿qué elegirías tú?
Este poema retrata el miedo que experimentamos todas siempre que estamos próximas a tomar una decisión. Salir de un lugar donde nos violentan da miedo y quedarse también. Ambos caminos son extremadamente inciertos. El miedo es un estado sumamente criticado en esta sociedad hiperproductiva e individualista.
En este mundo neoliberal se nos dice que tenemos que ser valientes, superar obstáculos pero sin molestar ni incomodar a nadie. Se nos llama a empoderarnos (se usa esa palabra exactamente) e incluso se venden programas y libros con fórmulas infalibles (estoy siendo irónica).
¿Y cómo nos vamos a empoderar si es que ese poder no es para nosotras?
Al poder se le resiste —diría Galindo. Y es en esa resistencia junto a otras donde se nos abre una posibilidad para ser, existir y reescribir nuestra propia historia.
Son esos pequeños espacios de resistencia donde emerge la dignidad de ser personas y de ser sujetas.
Hay palabras para destruir otras para reconstruir,
Palabras de sufrimiento y palabras de esperanza
Palabras que te oyen, que te escuchan
Te reconstruyen, te rebautizan.
La resistencia es ofrecer eso: otras maneras de escuchar, de ser nombradas, de ser llamadas. No es idealizar el mundo que nos rodea, las feministas bien sabemos cuánta oscuridad nos ronda. Pero es ofrecerse como posibilidad de construcción de espacio, sin juicio, sin preguntas incómodas, sin querer nublar la voz de la otra.
Es estar situada. Creo que es a eso a lo que nos invita Perrine Le Querrec.
[Me pinto los labios].
Rojo puta. Cuánta maravilla me genera cuando reivindicamos aquello que se ha usado en nuestra contra para hacerlo nuestro y así apropiarnos, dejar de ser víctimas y comenzar a ser personas.
«Rojo puta»
Para algunos es la paloma blanca
La libertad
Para mí es Rojo puta
Mi libertad
Rouge, rojo vistoso, un rojo-mírame
Un rojo-soy yo
Puta soltaba él si me ponía rouge
Activa la violencia la feminidad
Los insultos el interrogatorio las brutalidades
Rojo sangre
En mi nueva colección escojo un labial
Rojo puta
Pinto mis labios, vuelvo a pintar mi vida
Visible
Viva
Rojo vivo
Gracias Perrine, porque este rojo puta nos ilumina a todas: a mí, a mis compañeras, a las que no están y a las que vendrán.
Vivas nos queremos.