En 1735 Baumgarten publica su tesis de habilitación titulada Meditaciones filosóficas en torno al poema. Siendo un exponente destacado de la escuela filosófica alemana que arranca con Leibniz, Baumgarten es ante todo un pensador sistemático. Atento a los detalles y casilleros del sistema filosófico al que adhería, se propuso en esta obra primeriza, como lo haría luego en su Estética, llenar un vacío en él: en el edificio del conocimiento en su totalidad (según una metáfora que nos recuerda la imagen de la filosofía de Cesare Ripa que sirve de portada a esta edición del libro), todavía no se había determinado en detalle lo que le correspondía por derecho propio al conocimiento sensible o, como lo llamaba dicha escuela, al conocimiento confuso. Sin embargo, en una tradición donde los únicos criterios del conocimiento verdadero radicaban en la claridad y la distinción, resultaba sin duda desconcertante que Baumgarten introdujera en ese contexto una ciencia del conocimiento confuso, una especie de lógica de los sentidos o, peor aun, una ciencia del gusto.
Así nos lo recuerda Pablo Chiuminatto al inicio de su nota introductoria: las Meditaciones que ahora leeremos no son un poema, sino “un texto de lógica para tratar la más alta filosofía, la poética”[1]. En efecto, lo que Baumgarten comienza a hacer en este libro no es descender a una facultad inferior, aunque esta manera de referirse al conocimiento sensible se repita varias veces en la obra de nuestro autor. Lo que se propone es ante todo entender clara y distintamente la perfección propia de lo sensible, la claridad de lo confuso, como intentaré explicar muy brevemente en lo que sigue.
Como ha señalado Cassirer, es un error habitual sostener que la estética, como disciplina, nació en un marco de desprecio, al menos en lo que a Baumgarten se refiere.[2] Lo que hizo nuestro autor en particular fue sacar a luz la perfección sensible en el contexto y con el lenguaje de una filosofía que le era, eso sí, en buena medida inhóspita. El propio autor lo sugiere al comienzo de sus Meditaciones: “elegí ahora una materia que muchos, sin duda, considerarán ligera y completamente ajena a la agudeza de los filósofos; a mí, en cambio, me parece, por la flaqueza de mis fuerzas, lo bastante grave y, por su dignidad, lo bastante apropiada para ejercitar las mentes ocupadas en investigar las razones de todas las cosas”.[3]
Para entender entonces lo que se propone Baumgarten en este libro, que es como un adelanto de lo que desarrollará extensa y sistemáticamente en su Estética de 1750, conviene leer también el estudio de Orlando Guerrero y Matías Rivas que viene como apéndice a esta edición de las Meditaciones. En ese estudio se desentraña una clave imprescindible para la comprensión del libro, esto es, la idea de que el conocimiento sensible que se pone en juego en el poema, y en general en toda obra de arte, es una forma de conocimiento claro pero confuso o, de otro modo, la idea de que el poema apunta a una claridad confusa.
Para no repetir lo que estos autores ya exponen con suficiente claridad y distinción, me limito ahora a ahondar un poco, y muy sueltamente, en esta aparente contradicción.
¿Cómo puede ser algo claro y a la vez confuso? El maestro de Baumgarten, Christian Wolff, y especialmente Leibniz, el inspirador de esta escuela, pedían a todo conocimiento auténtico que diera en primer lugar una razón suficiente de su objeto. Solo cuando se determinaba la causa o el fundamento de algo se obtenía un conocimiento en sentido estricto, esto es, un conocimiento distinto o nítido. Lo contrario de lo distinto, en este preciso sentido, es lo confuso. El conocimiento sensible, por ejemplo el de las cosas que vemos en nuestro entorno perceptivo inmediato, es siempre confuso: no sabemos su razón ni sus causas, solo percibimos que esas cosas están ahí tal como se presentan y en las diversas relaciones sensibles en que se presentan. Si en algún momento queremos indagar sus causas verdaderas y nos aplicamos a determinar, por ejemplo, las causas de tal o cual fenómeno, entonces vamos inevitablemente más allá de dichos fenómenos y arribamos -por fin, dirán algunos- al aire puro de los conceptos y el intelecto.
Pues bien, es justamente aquí donde Baumgarten va a agregar, fiel al lenguaje de su escuela, pero profundamente infiel en el fondo del asunto, que proceder de la manera antes descrita es al fin y al cabo perder de vista lo que tiene de propio lo sensible y especialmente un modo privilegiado de acceder a este: el poema y el arte en general. En último término, el fenómeno sensible se pierde cuando se lo reduce a su razón, si es que la hay (y Baumgarten probablemente cree que la hay, solo que eso es afán de otra disciplina). A contramano, pues, de sus maestros, Baumgarten quiere rescatar el valor de lo sensible, de lo estético allí donde el principio de razón encuentra su límite: el puro aparecer.
Lo confuso, en Baumgarten, se podría decir, es simplemente lo sensible, con su confusa riqueza irreductible a razón.
Como señala también Cassirer a este propósito, “este reconocimiento persigue la nueva ciencia de la estética. Se sume en la manifestación sensible y se entrega a ella sin intentar marchar a otro sitio, a las razones de esta manifestación; porque este acudir a las razones, lejos de explicar el contenido estético del fenómeno, lo destruiría”.[4]
Con esto, creo, se puede explicar el elemento confuso que es objeto de estas Meditaciones. Veamos ahora en qué consistiría lo claro.
Con la inmersión antes descrita en el laberinto de lo sensible, muestra Baumgarten, no dejamos de tener al menos un mapa, de percibir un cierto orden propio de lo confuso. Aquí el autor vuelve a las enseñanzas de sus maestros, solo que con ocasión de un objeto que aquellos desdeñaban. También hay una legalidad en lo sensible, en el aparecer puro de las múltiples manifestaciones sensibles. A este orden preconceptual, si se nos permite la expresión, lo señalará mediante el criterio de la claridad: el poema, el arte de lo sensible no es un mero amontonamiento de palabras, matices, colores o sonidos, sino que él mismo presenta una especie de análogo de la razón: la claridad extensiva de su ordenamiento (no la claridad intensiva de su concepto). Se trata de una claridad extensiva porque, por decirlo así, ella recorre toda la extensión de lo sensible y descubre en esta misma su organización interna.
Por esto dice Baumgarten en sus Meditaciones que el poema debe ser como un mundo[5]: fecundo en descripciones, sugerente en significados, pero uno en su forma. Cuando esto se logra, se obtiene, según nuestro autor, la perfección sensible, esto es, la belleza, una especie entonces de claridad en la confusión.
Me parece que, teniendo esto en mente, es posible entender el valor de las Meditaciones que ahora se ofrecen en esta prolija edición. Se trata, diría yo, de un momento de la historia de las ideas que todavía no ha sido desentrañado en su intención de fondo. En este sentido, la publicación de este libro podría ser una buena ocasión para desarrollar esta tarea, que en buena medida ya ha sido emprendida en nuestro medio por el trabajo del profesor Chiuminatto.
[1] Baumgarten, A. Meditaciones filosóficas en torno al poema. Traducción de P. Chiuminatto y J. Beltrán. Santiago: Orjikh, 2014, p. 9.
[2] Cassirer, E. Filosofía de la ilustración. México: FCE, 1972, p. 373.
[3] Baumgarten, op. cit., p. 21.
[4] Cassirer, op. cit., p. 375.
[5] Baumgarten, op. cit., p. 60.