Andrés Gallardo Ballacey (1941-2016) fue escritor, lingüista, profesor de la Universidad de Concepción y miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua. Se recibió de profesor de Castellano en 1966, y se doctoró en Lingüística en la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo en 1980. Como narrador, publicó Historia de la literatura y otros cuentos (1982), Cátedras paralelas (1985), La nueva provincia (1987, reeditada el 2015), Obituario (1989, reeditado el 2015), Tríptico de Cobquecura (2006), Estructuras inexorables del parentesco (2013). Fue un escritor afable, bienhumorado, poco amigo de la farándula literaria y, tal vez por lo mismo, no tan conocido entre el público masivo, pero varios de sus libros, que no le trajeron gran notoriedad al momento de su aparición, han ido ganando de a poco lectores, y su obra ha ido ganando en vigencia y frescura con el paso del tiempo, como lo muestra la reedición reciente de algunos de sus títulos. Falleció la madrugada del 7 de julio de este año. Aquí cuatro lectores comentan su obra, menos como un homenaje póstumo y melancólico a lo que de él partió recientemente que como un reconocimiento de lo que de él queda con nosotros. (N. del E.)
Muerte en la página (Juan Manuel Garrido)
Para Andrés Florit Cento
«Je suis, comme mes amis, rejeté d’une horreur sans nom à une hilarité insensée.» Georges Bataille
Las muertes se cuentan. En Obituario hay una por página. Son 107 muertes en total pero es evidente que, al igual que a los números, nada detiene a la muerte. En casos semejantes la inteligencia humana sugiere el uso de conceptos que, mágicamente, resumen el infinito en una totalidad. Así, llamamos “números” a una serie que nadie en realidad podría contar. De igual forma, un mínimo de honestidad lingüística compele a admitir que la palabra “muerte” sólo cuenta si en ella la muerte se cuenta.
Pero entre un número y el que sigue se alarga siempre un intervalo incontable. De otro modo no pasaríamos nunca de uno a otro. Entre una muerte de Obituario y la que sigue hay también, obviamente, un camino infracturable. Allí la vida se comporta igual que la libre secuencia de dígitos a la derecha de una coma. No hay casi página en que Gallardo no contabilice, con celo digital, circunstancias y hechos, tiempos y encuentros, amoríos y engaños, pertenencias y recuerdos, fotografías, cuerpos y personas, lugares, días, meses, o años. Es, sin final, lo que llamamos una vida.
En Obituario mueren Modesto Vives, Emilio Solá Moscoso, Epicuro Moral, Gustavo Flaubert Manríquez, Horacio Palta, entre muchos otros. La pregunta sobre si estas páginas matan seres reales o ficticios no suma ni resta. Se mueren señoras y señores como los que uno conoce o como los que uno es, haya viajado al sur de Santiago, haya tenido una familia chilena, o no. Es indiferente qué muere. Importa que muere. Sólo la imaginación sabe contar lo que la inteligencia no reconoce en el paso de una vida. La imaginación fracciona lo que conduce a la muerte.
Pero bien a pesar de la imaginación la vida no para, ni se cuenta, ni se fracciona. Nada en general, y menos aún la muerte, define a la vida. Estén donde estén, los finados no paran de hablar, de hacer o de contar. La muerte los mantiene vivos. No los deja morir. Y nos reímos de ellos y de su fracaso definitivo.
Será ese el secreto que los escritores esconden. Que la gente habla de más. Que la gente no deja de estar simplemente porque deja de estar. Que la esencia no sucede a la existencia. Que la existencia se deshace de la esencia. Que, a fin de cuentas, nada es más gracioso que la poderosa muerte.
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Cátedras paralelas (Carlos Labbé)
–La hipótesis literaria de Andrés Gallardo es que cualquier relato cuyo registro no vaya a rozar eso inenarrable, ese ruido de cuerpos que amplía la escala humana que es risa, complicidad, sexo, cultivo y océano, será encajonamiento nuestro, claustrofobia, obituario. De ahí vienen sus múltiples hipótesis lingüísticas: la influencia léxica del mapudungun en lo que decimos, la importancia del diminutivo en nuestros nombres propios, la imposibilidad del criollismo en la narrativa, de un habla verosímil, comprobable, autorizada por un conocimiento empírico. Pero ninguna hipótesis realmente literaria va a traer luego tesis y demostración, sino más hipótesis al infinito: este es el caso ejemplar de una obra con marcada pertenencia regionalista a Concepción, Cobquecura, Rinconada de Tromén y la Nueva Provincia, dirán ahora que Gallardo ha muerto; una obra que de todas maneras plantea un potencial desterritorializante, perdóneme el intríngulis, para la producción literaria no metropolitana en Chile, que estaba pegada en modelos románticos, naturalistas y en entender la consolidación reciente del realismo minimalista autoficcional; una obra que se aparta de esas imposiciones vernáculas, perdóneme el chamullo, mediante sutiles estrategias formales de construcción narrativa de avanzada y una capacidad polifónica, un sentido irónico y una reflexión intertextual que trae al diálogo a Edwards Bello y Jenaro Prieto y Manuel Rojas, a Lihn, Adriana Valdés y Cristián Huneeus, a Swift y Larra y su aprendiz Bolaño, a Twain y Flaubert y a la siguiente. Pero ninguna hipótesis podría dar con la antítesis de la muerte del autor si no lo dejamos responder en sus propias palabras.
–¿Leyéndolo?
–«Oiga, Pantoja, usted me está pichuleando. Dígame de una vez que no le gustan los cuentos que le leo, que no le gusta la literatura chilena, que no le gustan los guasos brutos mal hablados, que no le gustan los rotos pateperros con mala suerte, que desprecia a los audaces bandidos, que le revientan los futres aniñados, que le caen mal las historias de los pueblos, las narraciones que yo he escogido responsablemente para usted. Qué crestas le gusta entonces, viejo jodido. Le he leído no sé cuántos cuentos, los mejores cuentos de la literatura chilena, le he leído novelas que muy bien podrían ser el reflejo de su propia vida y usted se lo pasa todo por las bolas. Se va a quedar aquí solo.
–Yo me quedo aquí buscándole el lado a la chacra. De ahí le aviso».
–De ahí le aviso.
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Las novelas que leeremos en 2017 (Adriana Valdés)
En la última entrevista de Andrés Gallardo, concedida a Mario Verdugo y publicada en The Clinic hace muy poco, se mencionaba La ciencia de las mujeres como una novela «en plena elaboración». En reelaboración, habría que decir, pues la novela y su prólogo original existían en manuscrito desde comienzos de los noventa.
La novela, que hace reír a carcajadas, tiene algo de un juego de Oulipo. Perec escribió La disparition enteramente sin la letra «e», la verdadera «desaparecida». La ciencia de las mujeres está escrita sin un solo nombre propio (salvo los geográficos, que sí tienen gran figuración). Los personajes principales son «Uno», «Otro» y «El Amigo Ahí» , «la señora de Uno», «la señora de Otro», «la ex-señora del Amigo Ahí»; los secundarios, «el dependiente de la estación de servicio de Quirihue», «el industrial de mala facha», «el hombre del impermeable azul», o «la pantera negra», esta última una poetisa en un recital. La falta de nombres propios, como otros pies forzados en la literatura, genera efectos insólitos, cómicos a morir en este caso.
Los personajes principales conforman un trío chilenísimo de «caballeros». Su lenguaje es tan ceremonioso como los trajes de Buster Keaton, cuya imperturbabilidad parecen emular sin mucho éxito. La dinámica de su conversación recuerda a veces la de los tres chiflados, pero trabajada a base de las frases innecesarias, las redundancias y los lugares comunes del país, en su permanente tensión entre Santiago y la provincia. El «autor» del prólogo original, a su vez un personaje, dice en tono defensivo que no es una novela feminista, ni una novela machista, «ni mucho menos una novela imparcial (…) es sólo la historia de unos pobres hombres que de pronto descubren que han comenzado a ponerse viejos sin haber terminado de aclarar su relación con las mujeres y eso les preocupa sobremanera.»
Las desventuras de toda índole de estos tres caballeros se presentan, en Santiago, durante los primeros episodios. Maltrechos por una sobredosis de realidades, emprenden un viaje hacia sus sueños, con un destino final que los lectores reconoceremos: Cobquecura. Lo que pasa en ese trayecto, los lugares donde se detienen, los personajes que encuentran, las historias que les cuentan, las fantasías eróticas «patriarcales» que se despliegan irónicamente, son el hilo de la segunda parte de la novela. Y más no hay que decir, para mantener el suspenso. La ciencia de las mujeres se publicará el año que viene. La reelaboración, que el autor pensaba emprender, sólo tendremos que imaginarla.
También se publicará próximamente Cátedras paralelas, una novela notable que se difundió muy poco en su primera edición. En parte porque apareció en 1985 y cuenta las vicisitudes de los profesores universitarios exonerados en dictadura; y en parte porque se publicó en Concepción. Aparecer hoy en otro contexto es una aventura que vale la pena. Así lo demuestra la recepción de las obras reeditadas el año pasado: La nueva provincia (Liberalia) y Obituario (Overol).
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Canción de despedida (Yosa Vidal)
La despedida a Andrés Gallardo merece antes una canción que una carta. Siempre serán injustas las palabras para alguien que las celebrara tan justamente.
Una pavana sobria, que sin tener letra sea romántica y brillante, que exprese la nostalgia naciente de la gente que no pudo conocerlo vivo, porque no tuvo la suerte de encontrarse con ninguno de los escasos ejemplares de sus monumentales libros. Ahora escuchemos la pavana para el difunto: una melodía simple en un paseo lento, triste, adolorido, que suena en una procesión de centenares de personas que lo acompañan para despedirlo, qué digo, de miles de personas que lo acompañan y que ahora sí están leyendo sus páginas, que se deleitan leyendo sus historias y que se ríen, junto él, de la muerte.
Adriana Valdés
2 agosto, 2016 @ 19:47
Las últimas palabras que me dijo, Yosa, acordándose de las bromas que nos hacíamos en Madrid a comienzos de los setenta:
«Señora Vicedirectora de la Academia Chilena de la Lengua… qué digo, ¡querida amiga Adriana!»
Tu «qué digo» es absolutamente de él. Abrazo y gracias por la canción de despedida.